​Si el problema de si los hombres son justos o pecadores depende de la decisión de cada uno, y si todo hombre tiene capacidad plena de escoger lo que quiera, parece sumamente raro que todos los hombres hayan escogido el mismo camino. Las probabilidades según las leyes matemáticas de que esto suceda serían mucho más de cien billones de veces cien billones contra una.

Hemos estado hablando del gran ataque que se ha lanzado contra lo doctrina bíblica del pecado original.

El ataque lo comenzó a comienzos del siglo IV Pelagio, el contrincante de Agustín, pero de una forma u otra ha seguido a lo largo de la era cristiana, y hoy día reviste especial intensidad.

El pelagianismo, dijimos, implica una cierta idea, primero, de lo que es el pecado, y, segundo, de los efectos del pecado de Adán en su descendencia. Al final de la última exposición  les hablé del primero de estos dos temas   a saber, de la idea pelagiana  de la naturaleza del pecado.

Según el concepto pelagiano, el pecado es algo propio de los actos personales; no es algo como el estado permanente del alma. La voluntad, según Pelagio, tiene poder para decidir en todo momento, y el mal uso de ese poder de autodeterminación es lo que se llama pecado.

La responsabilidad moral, dicen los pelagianos, depende  de ese poder de autodeterminación. El hombre, afirman, no puede ser considerado responsable de lo que no puede evitar. Por tanto si sus actos personales procedieran en forma inevitable del estado permanente de su naturaleza, no seria responsable ni de esos actos personales ni del estado permanente de su naturaleza del cual aquellos proceden. De hecho, sostienen los pelagianos, no existe tal estado de cosas, ya , que el hombre es perfectamente capaz de escoger en todo momento entre el bien y el mal.  (Entendido como escoger ser hijo de Dios o no)

Según la noción agustiniana del pecado, por el contrario, las decisiones personales equivocadas si proceden del estado permanente de la persona que las toma. La voluntad no es en modo alguno libre en el sentido de que pueda escoger lo que quiera sea cual fuere la naturaleza de la persona que toma la decisión.

Hasta aquí la idea agustiniana de pecado está de acuerdo, supongo, con lo que dicen la mayoría de los sicólogos y criminólogos de nuestros tiempos.

Pero difiere de lo que esos mismos psicólogos y criminólogos afirman cuando sostienen que el hombre es ciertamente responsable de las decisiones equivocadas, las cuales proceden de su naturaleza corrupta, y es también moralmente responsable de la naturaleza mala de la cual proceden dichas decisiones. El agustinianismo difiere, en otras palabras, tanto del pelagianismo como de la psicología moderna en cuanto sostiene que el hombre es responsable de lo que no puede evitar. Si es malo, si posee una naturaleza corrupta, es responsable por esa naturaleza mala sea como fuere que haya llegado a ser malo. El pecado, según el agustinianismo, no es una simple cuestión de actos personales; también es inherente al estado del que proceden los actos. Quien comete una acción mala no puede excusarse, según el agustinianismo, basado en que es y ha sido siempre malo; por el contrario, el hombre malo. incluso prescindiendo de cualquier acción mala, está con razón sujeto a reprobación y aversión por parte del hombre y por parte de Dios. Tanto las acciones malas como también el estado de perversión del que proceden dichas acciones son, según Agustín, » pecado.
 
¿Es esta noción agustiniana la noción bíblica? Creo que con sólo plantear la pregunta ya queda contestada. Me voy a limitar a citar un pasaje y luego voy a preguntarles si ese pasaje sintetiza o no la enseñanza de la Biblia a este respecto. El pasaje que voy a citar está tomado no de las que a veces se consideran como las secciones más filosóficas o teológicas de la Biblia. Está tomado de la enseñanza de Jesús tal como figura en los Evangelios Sinópticos. Con todo es una negación completa de toda la idea pelagiana de  la libertad de la voluntad, de toda la noción pelagiana de que el pecado sólo se da en acciones personales; y niega toda esa idea de modo mucho más eficaz que volúmenes enteros de filosofía. Este es el pasaje al que me refiero:

O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo; porque por el fruto se conoce el árbol. ¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas.  (Mat 12:35-36)

A la luz de estas palabras de Jesús, tan sencillas y tan profundas, ¡qué superficial parece ser toda la noción pelagiana de la voluntad y el pecado! Según Jesús, las acciones malas proceden de un corazón malo, y tanto las acciones como el corazón del que proceden son pecaminosos.

Esta idea es la idea de toda la Biblia. Desde el principio hasta el fin de la Biblia no hay ni la más mínima sombra de consuelo para la superficial noción de que el pecado sólo se da en las acciones personales y de que un hombre malo puede, sin ser cambiado por dentro, realizar de repente acciones buenas. No, la Biblia halla siempre las raíces del mal en el corazón, y por corazón entiende no sólo los sentimientos sino también toda la vida interior del hombre. El corazón del hombre, nos dice, es engañador por encima de todo y desesperadamente perverso, y debido a esto el hombre es pecador ante los ojos de Dios.

Quizá algunos se pregunten, llegados a este punto, si tal idea no anula la libertad y responsabilidad personales.

¿Qué quiere decir libertad personal? ¿Queremos decir una libertad de la voluntad como un algo imprevisible que está dentro del hombre y que oscila de un lado a otro sin relación con el resto del hombre y sobre todo sin relación con el problema de si la naturaleza del hombre es buena o mala? Si queremos decir esto, queremos decir algo que no sólo es completamente absurdo sino que destruye también esa libertad personal que se quiere defender. Lo que hace que una acción sea personal es el hecho que proceda de la naturaleza  del hombre que la realiza. Si la voluntad fuera realmente libre en el sentido de que nada tiene que ver con el ser del hombre que quiere, entonces, las decisiones que tomara no serían decisiones personales sino que sería como un péndulo que oscila sin sentido y al que guía sólo el destino ciego. De hecho, no existe ‘tal voluntad como algo separado dentro del hombre. Lo que llamamos la voluntad es sólo «el hombre todo que quiere», al igual que lo que llamamos inteligencia es «el ¬hombre todo que piensa» y el sentimiento es «el hombre todo que siente». Lo que deberíamos, por tanto, querer decir, cuando hablamos de la libertad de la voluntad, es más bien la libertad del hombre. El hombre es libre y por ello moralmente responsable cuando sus acciones proceden de su propia naturaleza y cuando está consciente del hecho de que son sus propias acciones. Si, en realidad, el hombre se ve forzado, por impulso físico directo y real, a hacer algo, contra su voluntad, entonces eso no es un acto personal suyo y no es moralmente responsable por el mismo; pero si su voluntad está determinada por su propia naturaleza, entonces, por inevitable que sea lo que hace es desde luego un acto personal suyo y tiene una responsabilidad moral absoluta por ello. El hombre malo realiza inevitablemente acciones malas; esto es tan cierto como que el árbol podrido producirá frutos podridos. Pero el hombre malo realiza esas acciones malas porque quiere; son sus ,actos personales libres y es responsable por ellos ante Dios.

Esto no es sólo filosofía y sentido común profundo, sino también la enseñanza evidente de la, Biblia desde Génesis a Apocalipsis.

Sin embargo, quizá quede todavía una objeción. ¿Se puede realmente censurar a alguien por lo que no puede evitar? ¿Se le puede censurar por una naturaleza humana que posee y con la que nació?

Respecto a esta objeción me gustaría mencionar sólo esto   que si no se puede censurar a nadie por su naturaleza mala, entonces se sigue con lógica de que tampoco se le puede alabar por su naturaleza buena.

¿Dice alguien que no se puede condenar a una persona por una naturaleza que siempre ha tenido, una naturaleza que forma la base de sus actos personales? Bien, entonces, si ese principio es verdadero para la condena también lo es para la alabanza. ¿Se puede encomiar a alguien por una naturaleza que siempre ha tenido, por una naturaleza de la que él mismo no es responsable? ¿Dicen que no? Bien, entonces, ¿qué decir de Dios? Sus acciones buenas proceden de su naturaleza infinitamente buena. ¿No merece entonces alabanza? Pregunten a las huestes celestiales que se complacen en cantar constantemente sus alabanzas ante su trono; pregunten a todos los santos que bendicen su Nombre excelso. Así dice el último salmo

Alabad a Dios en su santuario; alabadle en la magnificencia de su firmamento.
Alabadle por sus proezas; alabadle conforme a la muchedumbre de su grandeza,,
Alabadle a son de bocina; alabadle con salterio y arpa.
Alabadle con pandero y danza; alabadle con cuerdas y flautas.
Alabadle con címbalos resonantes; alabadle con címbalos de júbilo.
Todo lo que respira alabe a Jah. Aleluya.

Según la teoría pelagiana ese coro de alabanza hubiera sido reducido al silencio. Dios no se hizo a si mismo bueno; siempre lo fue; sus acciones buenas proceden, con una certeza mayor que ninguna otra, de su naturaleza buena; por tanto, según la teoría pelagiana, ¡no se le debería alabar!

Pero quizá digan que la naturaleza de Dios es tan diferente de la nuestra que no se puede argumentar a base de lo que es cierto en el caso de Dios a lo que es cierto en nuestro caso. Bien, entonces, ¿qué hay que decir de los ángeles? Sus acciones buenas proceden de la bondad de su naturaleza, y ellos no crearon su propia naturaleza, sino que Dios se la creó.

¿No hay que alabarlos entonces? ¿Qué decir del caso de los santos que han ido ya a recibir la recompensa? Desde luego que ya no les es posible pecar; son tan perfectamente buenos como los ángeles; en su caso, al igual que en el de los ángeles, las acciones buenas proceden de la bondad de su naturaleza. Y en su caso también, a no ser que la Biblia esté del todo equivocada, la bondad de su naturaleza no es producto de sus propios esfuerzos sino don de Dios. Se les dio en el nuevo nacimiento. Sin embargo no hay duda de que hay que considerarlos bienaventurados y gloriosamente libres.

¿No ven lo absurda que es ésta noción pelagiana de que no hay que tributar esa alabanza o censura moral a la naturaleza de las personas sino sólo a sus acciones personales? La situación real es que las acciones personales adquieren cualidad moral sobre todo debido a la conexión que tienen con la naturaleza de la persona que las realiza. Una persona es buena si su naturaleza lo es y mala si su naturaleza es mala, sea como fuere que haya llegado a ser mala. Por esto los hombres malos son pecadores a los ojos de Dios, y están sujetos a su justa ira y a su maldición, aunque hayan nacido malos.

Esto nos conduce a la segunda parte de la idea pelagiana. Si el pelagianismo tiene una noción superficial de lo que es el pecado, tiene una idea igualmente superficial del pecado de la naturaleza humana. Niega que el pecado de Adán tuviera ningún efecto considerable para su posteridad. Todo hombre, afirma, comienza la vida prácticamente donde Adán la comenzó, con completa capacidad para escoger entre el bien y el mal. Así pues, niega la doctrina del pecado original; niega la doctrina de que los hombres descendientes de Adán por generación ordinaria vienen al mundo con la naturaleza corrompida lo cual conduce inevitablemente a actos personales pecaminosos.

    Desde luego que esa idea pelagiana se enfrenta con una dificultad obvia. Si todos los hombres que descienden de Adán por generación ordinaria vienen al mundo sin tener la naturaleza corrompida y con capacidad plena de escoger el bien antes que el mal, ¿cómo se explica que todos los hombres sin excepción escojan el mal, que todos los hombres sean pecadores? Si el problema de si los hombres son justos o pecadores depende de la decisión de cada uno, y si todo hombre tiene capacidad plena de escoger lo que quiera, parece sumamente raro que todos los hombres hayan escogido el mismo camino. Las probabilidades según las leyes matemáticas de que esto suceda serían mucho más de cien billones de veces cien billones contra una.

No estoy seguro de si Pelagio respondió o no a esta objeción diciendo que de hecho algunos hombres han escogido el bien. No estoy muy seguro de si negó o no la condición pecadora universal del género humano. Si la negó, sin duda que se colocó claramente contra toda la Biblia, como ya hemos visto. Pero sea como fuere, el pelagianismo sólo puede explicar el predominio general del pecado por el ejemplo malo que Adán dio. Adán, según los pelagianos, dio un mal ejemplo a la raza humana; Cristo dio un buen ejemplo . Los hombres son perfectamente capaces de seguir o el ejemplo de Adán o el de Cristo. Es simplemente una cuestión de elección de la voluntad humana personal.

Estos son los limites a los que quedan reducidos tanto el pecado como la salvación según el sistema pelagiano.

¿Es necesario decir que dicho sistema es radicalmente contrario a la Biblia? La Biblia de principio a fin enseña que los pecados personales proceden de la naturaleza pecadora, y que la naturaleza del hombre es pecaminosa desde el nacimiento. «He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre»   estas palabras del salmo 51 sintetizan, en el clamor de un pecador arrepentido, la doctrina del pecado que la Biblia enseña desde Génesis hasta Apocalipsis.

De esta idea bíblica de pecado depende también la idea bíblica de salvación. ¿Enseña la Biblia que todo lo que Cristo hizo por nosotros fue darnos un buen ejemplo, ya que somos perfectamente capaces de seguir sin necesidad de que cambie el corazón? Quien así piense es alguien que ni siquiera ha llegado al umbral de la gran verdad central de la Escritura. «Os es necesario nacer de nuevo,» dijo Jesucristo.  El que cree que Jesús habló la verdad cuando dijo esto,  debe romper de forma clara con el pelagianismo en todas sus variantes. No, a pesar de Pelagio y de sus millones de seguidores, no tenemos esperanza ninguna hasta que nazcamos de nuevo por medio de una acción que no es nuestra; no hay esperanza de que podamos escoger el bien hasta que hayamos pasado de muerte a vida por medio de la acción del Espíritu del Dios vivo. Para quien no vea esto la Biblia sigue siendo un libro cerrado. En la base misma de la enseñanza de la Biblia está la gran doctrina bíblica del pecado original.

Esta doctrina significa que todo el género humano, desde la caída, está totalmente corrompido y es del todo incapaz de agradar a Dios. Creo que deberíamos detenernos en esto ….

La doctrina que se llama’ de la «depravación total» es uno de los cinco puntos básicos del Calvinismo. Pero no sólo esto. Es también una de las ideas en las que la Biblia insiste más. Creo que es muy importante que sepamos exactamente qué significa.

No significa que todos los hombres que no son cristianos sean en todo momento lo peores que pueden ser. Por el contrario está perfectamente en armonía con lo que también se enseña claramente en la Escritura,  que el Espíritu de Dios, por medio de su gracia común, refrena, incluso a los no regenerados, de la manifestación plena del poder del mal que los domina. ¿Qué significa entonces la doctrina de la depravación total?

Significa, en primer lugar, que la corrupción del hombre caído afecta a todas y cada una de las partes de su naturaleza. Sus facultades subsisten, es cierto; sigue siendo hombre, y por serlo es también responsable. Pero todas sus facultades, todas las partes de su naturaleza, están minadas por la corrupción en la que ha caído. El pecado no reside tan sólo en el cuerpo; ni reside tan sólo en los sentimientos, ni en la inteligencia, ni en lo que a veces por error se ha separado del resto de la naturaleza humana bajo el nombre de la voluntad. Reside en todo esto. Toda la vida del hombre, y no solamente una parte de la misma, está corrompida.

En segundo lugar, la doctrina bíblica de la depravación total significa que nada de lo que el hombre caído y no regenerado haga es realmente agradable a Dios. Muchas cosas de las que hace pueden agradarnos a nosotros, con nuestras normas imperfectas, pero nada de lo que hace puede agradar a Dios; nada de lo que hace puede resistir la luz escrutadora de su tribunal. Algunas de sus acciones pueden ser relativamente buenas, pero ninguna de ellas es realmente buena. A todas ellas las afecta la honda depravación de la naturaleza humana caída de la que proceden.

Esta doctrina puede parecer dura, pero se enseña con claridad en la Palabra de Dios. Además, la aceptan de corazón los santos más auténticos. Pregunten a los de vida realmente santa en la historia de la Iglesia cristiana, y les dirán al recordar sus vidas antes de ser cristianos,   incluso en casos en que esas vidas han parecido a los demás buenas y sacrificadas,   que todo lo que parecía bondad no era más que desperdicio ante los ojos de Dios. No,   el género humano, hasta que la acción misteriosa del Espíritu Santo lo regenera, es incapaz de vivir ni siquiera por un instante, de una forma agradable a Dios.

Esto nos conduce a otro aspecto de la gran doctrina bíblica de la depravación total. Es la incapacidad total del hombre caído para salir de esa condición. El hombre caído, según la Biblia, es incapaz de contribuir en lo más mínimo al gran cambio por medio del cual pasa de la muerte a la vida. Todo aquel en quien ese cambio se produce tiene desde luego fe en Jesucristo; por medio de ese acto personal de fe se une al Señor Jesucristo. Pero el detalle está en que esa fe la produce en él el Espíritu Santo de Dios. Los hombres que están muertos en transgresiones y pecados son del todo incapaces de tener fe salvadora, tan incapaces como lo es el muerto que yace en la tumba de contribuir en lo más mínimo a su resurrección. Cuando uno nace de nuevo, el Espíritu Santo pone la fe en él, y su contribución personal a este resultado maravilloso es nula. Después de que ha nacido de nuevo, sí coopera con el Espíritu de Dios en la lucha cotidiana contra el pecado; después de que Dios le ha dado la vida, pasa a demostrar que está vivo con la realización de buenas obras; pero hasta que recibe la vida nada realmente bueno puede hacer; y la acción del Espíritu de Dios por la que recibe la vida es un acto soberano e irresistible.

Esto es tan fundamental en la Biblia, la Biblia insiste tanto en ello, que parece  extraño que personas que creen en la Biblia lo nieguen. De hecho, sin embargo, en la historia de la Iglesia ha hecho su aparición en muchas formas diferentes el semipelagianismo, el cual asigna al hombre un papel en la consecución de la salvación.

Recordarán sin duda qué es el pelagianismo puro. Según el pelagianismo, el hombre no necesita que se cambie su naturaleza para poder comprender el evangelio, aceptarlo y salvarse; de hecho, el evangelio no es en realidad del todo necesario para la salvación; simplemente agrega una cierta persuasión a fin de inducir al hombre a hacer lo que es justo, y éste es perfectamente capaz de hacer lo bueno según la libertad de su propia voluntad.

La idea semipelagiana es una especie de Vía Media entre el pelagianismo estricto y la idea agustiniana que se enseña tan claramente en la Biblia. Según la idea semipelagiana,. la naturaleza del hombre ha quedado debilitada con la caída; y si bien ese debilitamiento que el hombre sufre como consecuencia de la caída de Adán no es pecado en si,  conduce inevitablemente al pecado a no ser que la gracia de Dios intervenga.

Luego, además de este semipelagianismo, ha habido una gran cantidad de pelagianismo en un cincuenta por ciento, pelagianismo en un cuarenta por ciento y pelagianismo en todas las proporciones imaginables. Algunos han sostenido que si bien el hombre caído no puede hacer nada positivo para salvarse, si puede escoger entre resistir y aceptar la gracia que Dios le ofrece. De este modo el hombre sí tiene una parte que desempeñar, aunque sólo sea negativa, en la obra de salvación.

Frente a codas estas Vías Medias la Biblia enseña con claridad meridiana la doctrina de la incapacidad total del hombre caído y la absoluta de la gracia divina. El hombre, según la Biblia, no está tan sólo enfermo en sus transgresiones y pecados; no está tan sólo en una condición de debilitamiento de modo que necesita la ayuda divina; está realmente muerto en sus transgresiones y pecados. No puede hacer absolutamente nada para salvarse, y Dios lo salva con el acto gratuito y soberano del nuevo nacimiento. La Biblia es un libro sumamente intransigente en este asunto del pecado del hombre y de la gracia de Dios.

La doctrina bíblica de la gracia de Dios no significa, como a veces la han caricaturizado, que alguien se salve contra su voluntad. No, significa que la voluntad misma del hombre es renovada. El acto de fe por el cual se une al Señor Jesucristo es un acto suyo propio. Lo realiza con gozo, y está seguro de que nunca estuvo tan libre como cuando lo realizó. Pero la capacidad para realizarlo le viene simplemente de la acción gratuita y soberana del Espíritu de Dios.

¡¡ qué preciosa es esa doctrina de la gracia de Dios! No armoniza con el orgullo humano. No es una doctrina que nosotros los hombres hubiéramos sido jamás capaces de producir. Pero cuando la Palabra de Dios la revela, los corazones de los redimidos exclaman, Amén. A los pecadores salvados por gracia les agrada tributar no sólo un poco, sino toda la alabanza a Dios.

SOLI DEO GLORIA

 Extracto del libro: «Visión cristiana del hombre» de J. Gresham Machen

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