LA INTOLERANCIA DE CALVINO
por WM. CHILDS ROBINSON
Esta intolerancia muestra en sí misma la razón de la ruptura de Calvino con la iglesia de Roma. Gran hombre de iglesia desde siempre, fue un difícil rompimiento el tener que separarse de la iglesia de su devota madre. Pero cuando no pudo encontrar paz para el temor del infierno eterno en las ceremonias y enseñanzas de la iglesia de Roma, Dios conquistó súbitamente el corazón de Calvino a la obediencia de Su propia Palabra. En la réplica a Sadoleto, Calvino admite: «Yo había profesado desde niño la fe cristiana y se me había enseñado que era redimido por la muerte del Hijo de Dios del peligro de la muerte eterna; pero la redención que me había imaginado era de tal forma que nunca me habría alcanzado.» Ya que, de acuerdo con la enseñanza papal, la clemencia de Dios hacia los hombres está confinada a aquellos que se muestran a sí mismos merecedores de ella por sus buenas obras, cumpliendo méritos por sus pecados y buscando la intercesión de los santos.
El cardenal insistió en que todo lo introducido por el papado en el culto y en la vida de la iglesia tenía la aprobación del Espíritu Santo, y Calvino sostuvo que sólo aquellas cosas que están fundamentadas en la Palabra de Dios son del Espíritu. Colocó la fidelidad a Cristo y la pureza del Evangelio sobre todos los mandamientos de los hombres. En su réplica a las tesis de la Facultad de París, dijo que la iglesia es la esposa de Cristo en tanto que sigue Su Palabra. Cuando se aparta de esta verdad cesa de ser una esposa y se convierte en una adúltera (Tratados, I, 26-27, 103). Y de nuevo escribe a Sadoleto:
Y ahora, Cardenal, si usted puede soportar una más verdadera definición de la Iglesia que la suya propia, digamos, mirando al futuro, que es la sociedad de todos los santos, extendida sobre la totalidad del mundo, existente en todas las edades y, con todo, ligada y junta por una doctrina y por el solo Espíritu de Cristo, que cultiva y observa la unidad de la fe y la concordia fraternal (Tratados, I, 37).
Calvino sostuvo como un indisputable axioma que nada debería ser admitido en la iglesia como Palabra de Dios, sino lo que está contenido en la ley, los profetas y los escritos apostólicos (Inst., IV, viii, 8). «Dios niega a cualquier hombre el derecho a promulgar cualquier nuevo artículo de fe, a fin de que El solo pueda ser el Maestro en toda doctrina espiritual» (Ibid., par. 9). Y, por tanto, es una mera pretensión el asumir que la iglesia tiene el derecho en sus Concilios de hacer nuevos artículos de fe (Ibid., par. 10). Cristo ha dispensado a los creyentes de la necesaria obligación frente a todas las autoridades humanas en materia de conciencia (III, xix, 14).
Su «teoría de la iglesia invisible sustrajo de la iglesia empírica de este mundo las prerrogativas y derechos absolutos sobre la vida del individuo», de forma que «Calvino actuó con gran lucidez» y se hizo «el progenitor espiritual de la libertad moderna». «Sin ser un liberal, el gran Reformador encendió de nuevo el fuego del hogar, que es el centro y el manantial de todas las libertades, por cuanto la religión tiene como centro la conciencia de la responsabilidad humana.» La conciencia que no está nunca sujeta al hombre, sino siempre y para siempre al Dios Todopoderoso, salvaguardia de la libertad personal. «El hombre de conciencia es llevado necesariamente a reivindicar todas las libertades» —civiles, políticas, académicas y económicas—. De esta forma, la intolerancia de Calvino respecto a la dominación papal en las cosas de Dios le convirtió en el gran emancipador y educador del hombre moderno.
También Calvino se mostró intolerante respecto a la maldad, incluso cuando aparecía en la persona de un patriota, defensor o jefe de una comunidad. Los patriotas que habían arrojado el yugo de Roma y de Saboya insistían en sus derechos de gozar de sus libertades tan duramente conquistadas. Los libertinos fueron más lejos, enseñando la constitución de una comunidad de bienes y de mujeres. Pierre Ameaux, de una vieja familia patriótica, representaba el primer grupo. En el segundo, su esposa fue condenada por la teoría y la práctica del «amor libre» de la peor especie. Tales libertinos rechazaron la Escritura como letra muerta o utilizaban alegóricas interpretaciones para justificar sus propias fantasías. Algunos llevaron su sistema hacia el panteísmo, otros hacia el ateísmo y una blasfema anticristiandad.
Calvino fue expulsado de Ginebra porque mantuvo la santidad y la independencia de la iglesia de Ginebra. En el mismo centro del proceso de Servet surgió de nuevo la cuestión al producirse la acción del Consejo de la ciudad de libertar a Philibert Berthelier de la excomunión decretada contra él por la iglesia. En directa oposición al Consejo, Calvino exclamó con las palabras de Crisóstomo:
Yo daría mi vida antes de que estas manos se posen en las sagradas cosas de Dios, para darlas a aquellos que han sido estigmatizados como sus menospreciadores.
Aun Ami Perrin fue movido a dirigirse a Berthelier para rogarle que no se acercase a la mesa de la comunión. El sacramento se celebró «en profundo silencio y bajo un solemne temor, como si la propia Divinidad estuviese visible y presente entre ellos».
Lo que Calvino hizo en el siglo XVI fue establecer el invisible gobierno y la autoridad de Dios, hacia los cuales todos tenemos que inclinarnos, haciéndolos visibles para el ojo intelectual de la fe, al igual que el mecanismo de la iglesia medieval lo había hecho para el ojo de los sentidos. Aquellos hombres vieron que estaban en la inmediata presencia de Dios y de su misma autoridad, directamente responsables ante El. En lugar de la casa del papa, tuvieron la visión de «la casa de Dios, no hecha por manos humanas, sino eterna en los cielos», y emplazados a llevar sus vidas de conformidad con el divino arquetipo.
Ginebra surgió del crisol de la victoria de Calvino sobre los libertinos, con un grado de prosperidad moral y espiritual que la distinguió de cualquier otra ciudad por varias generaciones. «¡Qué sorprendente contraste presenta, por ejemplo, con Roma, la ciudad del vicario de Cristo y de sus cardenales, como es descrita por los escritores católico-romanos del siglo xvi! Si jamás en este corrompido mundo el ideal de una sociedad cristiana pudo ser realizado en una comunidad civil con una gran mezcla de población, fue en Ginebra desde la mitad del siglo xvi hasta mediados del siglo XVIII.»
En 1556, John Knox fundó la más perfecta escuela de Cristo que jamás hubo existido en la tierra desde los días de los Apóstoles. Cincuenta años después de la muerte de Calvino, Valentine Andrea, un notable eclesiástico luterano, dijo que había hallado en ella todavía una pureza de costumbres morales, de vida doméstica y de pública disciplina que ya hubieran querido otras comunidades, e igual a la existente en el hogar de sus padres. Incluso Philip Jacob Spener encontró aceite para su lámpara pietista en Ginebra.
La ejecución de Miguel Servet
Finalmente, Calvino fue intolerante para la enseñanza de la herejía, como las llamas que consumieron la vida de Miguel Servet de Villanueva, el 27 de octubre de 1553, tan elocuentemente lo atestiguan. Al considerar este trágico episodio es difícil permanecer objetivo. Con todo, el profesor Emilio Doumergue, que ofrece el relato más favorable a Calvino, es también el discípulo que inició la erección del monumento expiatorio en Champel, en el 350.° aniversario del suceso. Con ello se condena el error de Calvino y de su siglo y la libertad de conciencia es afirmada como la verdadera herencia de la Reforma.
La intolerancia religiosa es anterior a los tiempos del cristianismo, pues se remonta a Platón. En la República se le da al filósofo el primer lugar en la ciudad y su filosofía es aceptada como teniendo una misión moral y social. En Las Leyes, X, 909a, se convierte en una especie de inquisidor que desea «la salvación de las almas» de los ciudadanos, imponiendo sobre los habitantes de la ciudad la creencia en los dioses bajo amenaza de prisión perpetua. El libro de Las Leyes, al tratar de las creencias religiosas, incurre en erróneas enseñanzas, y ciertas prácticas rituales y culturales son consideradas como peligrosas para la vida social (X, 905d-907b). Se prevén serios castigos para aquellos que rehúsen el permitir que se les persuada con argumentos racionales para que cedan en su impiedad.
Esta herencia clásica entra en el pensar de los emperadores romanos cristianos. Antes de que terminase el siglo IV, Teodosio el Grande había proclamado decretos imperiales contra la herejía, y Máximo el usurpador había ejecutado a los priscilianistas en Tréveris. Siguiendo el ejemplo, incluso Agustín fue impulsado por los extremos de los donatistas a favorecer el uso de la espada Para solucionar sus desórdenes. De esta forma, la persecución de la herejía se convirtió en parte del pensamiento de la cristiandad.
Como joven de veinte años, el brillante Servet escribió un ataque sobre la doctrina de la Iglesia titulado Los errores de la Trinidad. En éste y en sus últimos libros «hubo pocas doctrinas de los reformadores con las cuales Servet no estuviese totalmente en desacuerdo». Y «si sus puntos de vista fueran conocidos, habría sido barrido o quemado en cualquier país de Europa». Ya en 1530, Ecolampadius de Basilea condenaba el temperamento beligerante de Servet y sus posiciones arrianas. Zwinglio aconsejó cualquier medio que fuese posible para impedir «sus horribles blasfemias» que tanto perjudicaban a la religión cristiana. Bullinger le describió como Servet «el perdido». Bucero de Estrasburgo le condenó rotundamente. En 1532, Aleander, el oponente de Lutero en Worms, escribió: «Esos herejes de Alemania, tanto si son luteranos como de Zwinglio, deberían castigarle, si es que son tan cristianos y evangélicos como dicen ser, así como defensores de la fe, porque él es tan opuesto a ellos en su profesión de fe como de los católicos.»
Escondiéndose bajo un nombre falso y otra profesión distinta, Servet volvió a Calvino porque no tenía otro lugar a donde ir. La Inquisición católico-romana le estaba buscando en España, y en Tolosa, incluso utilizando a su hermano para encontrarle. Todas las demás ciudades protestantes le habían condenado y expulsado. Se imaginó que podría vencer en Ginebra por su Restitución a la Cristiandad. Calvino rechazó sus intentos, puso de relieve sus errores y le envió una copia de sus Instituciones de la Religión Cristiana, y no le traicionó denunciándolo a la Inquisición, en el tiempo de su correspondencia (1546-47).
Ciertamente, Calvino comenzó su vida pública como un abogado de la tolerancia. Su libro inicial fue un comentario sobre la De Clementia de Séneca, y la primera edición de las Instituciones declara que es criminal llevar a los herejes a la muerte. El acabar con ellos por la espada o el fuego está opuesto a todo principio de humanidad.
La carta a Francisco I urgía la tolerancia para los oprimidos protestantes y una razonable consideración para sus peticiones a la luz de la Palabra de Dios. Aunque en lo abstracto el joven Calvino favorecía la tolerancia en materias de conciencia, en aquel duro galimatías de la historia el Reformador encontró a sus hermanos evangélicos echados en prisión y puestos en la picota con el cargo de que negaban todos los artículos de la religión cristiana.
Ya antes Pedro Caroli había acusado a Farel y a Calvino de ser arríanos. La tolerancia para el herético autor de Los errores de la Trinidad habría añadido más peso a tal cargo. Además la ley decía: «El que ha blasfemado el nombre del SEÑOR deberá ser condenado a muerte, así el extranjero como el natural» (Levítico 24:16). El mundo cristiano del siglo xvi consideraba a Servet como un blasfemo de la Santísima Trinidad y del Dios viviente. En su panteísmo, sostuvo que cuando uno pateaba el pavimento, pateaba a Dios. Se le preguntó si no lo sería también el Diablo y replicó: «¿Quién lo duda?»
McNeill resalta que la actitud de Calvino y el tratamiento acordado por Ginebra hacia los escépticos italianos y los herejes era relativamente tolerante para la época. El Dr. Georgia Harkness sostiene que Calvino no fue cruel por naturaleza, puesto que nunca condenó a muerte a ningún católico-romano por sus posiciones en materia religiosa. La máxima penalidad para aquellos cuyos puntos de vista diferían era el exilio. Calvino no favoreció la idea de la hoguera; pero sí la pena capital por blasfemia.
Cinco estudiantes protestantes de Berna fueron traicionados, torturados, enjuiciados y ejecutados en Lyon en 1552-53. Antione Arneys, un católico de Lyon, escribió a su primo Guillaume Trie, en Ginebra, vituperándole por vivir en una ciudad desprovista de orden eclesiástico y de disciplina.
En otras palabras, la prisión y la esperada ejecución de los cinco estudiantes fue justificada sobre la base de la alegada partida y abandono de la fe y el orden de la cristiandad por parte de los protestantes. De Trie contestó desde Ginebra hablando del hereje escondido en Lyon que servía como médico y aún seguía afirmando y describiendo a la Trinidad como el can Cerbero con tres cabezas y como un monstruo del infierno. Con la carta iban las cuatro primeras hojas de la Restitución. Por supuesto, Servet negó los cargos, y para salvar a su amigo de Ginebra del compromiso y mejorar, a ser posible, la suerte de los estudiantes protestantes Calvino suministró a De Trie la evidencia de que el anónimo médico era Miguel Servet. Como resultas fue arrestado y condenado a la hoguera por la Inquisición de la Iglesia Católica Romana. Antes de que el hecho se consumara, Servet escapó y se dirigió a Ginebra.
Allí fue descubierto y arrestado. Aun antes de llegar, tuvo alguna información y contactos con los dirigentes de los libertinos tales como Ami Perrin y aparentemente pensó que ellos le apoyarían y que podría suplantar a Calvino y tomar el liderato de Ginebra. Calvino no era un juez en Ginebra, ni siquiera un ciudadano. No tenía posición civil. Pero había actuado como una especie de abogado fiscalizador de la persecución religiosa, intentando atraer a Servet para que se retractara de sus errores y en especial de sus blasfemas negaciones de la Trinidad, de su panteísmo y otros desvíos de las doctrinas cristianas. Los libertinos deseaban utilizar a Servet para derrocar a Calvino, pero cuando apelaron a otras ciudades protestantes en solicitud de consejo, la respuesta fue aconsejar su ejecución en la hoguera. Al final, Calvino solicitó una forma más suave de pena capital, y el ya viejo Farel vino a Ginebra para intentar salvar al condenado mediante un cambio de postura mental. ¿Quién puede decir que fracasara en su último esfuerzo? Servet murió gritando: «¡Jesús, Hijo del eterno Dios, ten misericordia de mí!»
Con ocasión del establecimiento de la asamblea de la congregación del Sinaí, tres mil fueron muertos (Ex. 32:28). En la fundación de la iglesia de Jerusalén, Ananías y Safira perecieron. Este hereje perseguido fue quemado para hacer evidente a la Europa del siglo XVI que el protestantismo no era panteísta y antitrinitario; y esto se hizo aplicando la Ley del Levítico tal y como la cristiandad lo había entendido y practicado por espacio de mil años.
Aunque solamente fue uno entre los muchos que podían haber sido quemados por sus erróneas convicciones, el discípulo de Calvino se detiene ante el monumento expiatorio de Champel e inclina su cabeza avergonzado por la equivocación de Calvino.
Pero ¿acaso no tiene nuestra época que inclinar su cabeza en penitencia por sus propios errores en materia de tolerancia y de intolerancia? La sociedad moderna ha deificado de tal modo la conformidad y la utilidad social, que un simple pecado contra el dios de la conformidad es castigado con la más acerba censura, se le tilda de «neurótico» y se le aplican crueles sanciones como la del ostracismo. Algunos de nuestros más prudentes estudiantes han hecho su peregrinaje hacia el Calvinismo para escapar a las sofocantes demandas de uniformidad del entorno «liberal y humanitario». Después de todo —me dijo Paul T. Fuhrmann—, Dios nos pide que no nos conformemos con el mundo, sino que nos transformemos a la imagen ideal de Cristo. Para conseguirlo necesitamos una gran fortaleza. Esta fuerza moral la he encontrado en Calvino. «Gracias a Dios, Él ha levantado para todos los pecados de todas las edades, no sólo un monumento expiatorio, sino también la propiciación del Calvario. Al inclinarnos confesando pasados fallos y presentes transgresiones, que cada uno pueda tener pleno conocimiento del Señorío de Jesús, suplicando Su más completa guía para que podamos andar de la manera más aceptable y acertada por el sendero de la tolerancia y de la intolerancia, «y que la verdad del Evangelio pueda quedar intacta entre nosotros» (Gálatas 2:6).
Extracto del libro: Caolvino, profeta contemporaneo. Diversos autores