CALVINO COMO HOMBRE DE ESTADO EN LO ECONÓMICO Y EN LO SOCIAL, por C. GEEGG SINGER
Calvino no estuvo principalmente preocupado por lo que se señala usualmente como capacidades de orden social y económico. Pero, con todo, él dejó su huella en la vida social y económica de Ginebra y en las iglesias reformadas por todo el mundo de una forma muy destacada y de forma mucho más profunda e indeleble que muchos de los que buscaron erigir sistemas sociales y económicos como fines en sí mismos. En el más estricto sentido de la palabra, Calvino no fue un teórico económico o social, ni se erigió en campeón de cualquier sistema de tal índole. A despecho de que no consideró estos asuntos como la base de su mensaje, tiene mucho que decir a la sociedad contemporánea entre temas económico-sociales que arrojarían mucha luz al respecto y la ayudarían a resolver muchos de estos grandes y serios problemas. No es ciertamente una exageración decir que la crítica naturaleza de estos problemas que nos acosan por todas partes es el resultado de nuestra persistente actitud de haber rehusado escuchar al gran genio de Ginebra.
El calvinismo tiene un mensaje hoy para todas las esferas de la vida humana, simplemente porque lleva a la sociedad la totalidad del consejo de Dios de una forma sistemática. En un grado no posible para las teologías luterana, metodista o tomística, presenta una estructura bíblica referente a cada fase del pensamiento social y económico y su práctica. La teología calvinista presenta una peculiar visión de la vida, ya que Calvino trató de poner en práctica las implicaciones bíblicas para la vida social y económica del hombre. Tanto evangélicos como liberales, han fallado en conceder la debida atención a este aspecto del calvinismo, a la vez que han fallado en llevar al mundo una adecuada y eficaz visión de la vida con sus métodos propios. Tal filosofía de la vida humana no es posible en una truncada o sub-bíblica teología y sólo puede ser hallada en el calvinismo, que presenta la totalidad del consejo de Dios de forma tal que constituye un significativo llamamiento a dedicar todos los aspectos de la vida humana para el reino de Dios.
Calvino habla al hombre moderno y a sus problemas porque su teología está anclada en la soberanía de Dios y en la absoluta dependencia del hombre pecador sobre El, tanto mediante la gracia común como por medio de la gracia redentora. Para Calvino, el estar vivo es ser dependiente de Dios según se halla revelado en la Sagrada Escritura. En el calvinismo este énfasis sobre la soberanía de Dios no es sólo el fundamento y el punto focal para la doctrina de la redención, sino que es al mismo tiempo la verdadera esencia y razón para toda actividad humana. Para Calvino, la soberanía de Dios no es solamente un concepto teológico necesario para la salvación del pecador, sino que es un principio de gobierno en todas las actividades humanas (que el hombre pecador lo reconozca o no, no quita la verdad de esta doctrina ni reduce su efectividad en el mundo). Como doctrina, tiene que radicar en el propio centro de toda teoría y práctica social y económica, y toda la actividad humana tiene conscientemente que centrarse a su alrededor si el hombre tiene que buscar verdaderamente el Reino de Dios en la tierra y Su voluntad en su vida. Las teorías sociales y económicas pueden solamente ser ciertas en cuanto están conformadas con la voluntad de Dios revelada. Aquellas teorías que ignoren o nieguen el hecho de que el hombre es responsable a Dios en todos los aspectos de su vida son falsas y tienen que ser esquivadas por los cristianos. Ciertamente que no tienen lugar alguno en una comunidad rica como la de Ginebra o en cualquier país que profese ser realmente cristiano.
Dondequiera que en sus comentarios o sermones Calvino trata las cuestiones sociales o económicas, lo hace siempre a la luz del reconocimiento de la soberanía de Dios en los asuntos humanos. Primeramente, el hombre vive y actúa en sus asuntos sociales y económicos para la gloria de Dios y no para el bienestar o el avance de la sociedad como fines en sí mismos. Calvino no toma la posición de que el bienestar de la sociedad no es importante y que cuando el hombre vive para la gloria de Dios puede hacerlo sin referencia a la sociedad. Tal posición es absolutamente extraña al calvinismo; pero la sociedad en sí misma nunca tiene el primer lugar en el esquema de lealtades. Calvino más bien insiste en que los hombres solamente contribuyen al bienestar de la sociedad cuando viven para la gloria de Dios.
El énfasis moderno de economistas y sociólogos sobre la propia suficiencia y aptitud del hombre en la solución de sus problemas falta completamente en el calvinismo. Y entre ello y esas teorías que ponen de relieve la soberanía del hombre existe un abismo insalvable. Por todas partes Calvino habla de la absoluta incapacidad del hombre para lograr nada en la vida aparte de la gracia común y redentora de Dios, y él barrería como peligrosa la idea en pugna de los tiempos presentes de que el hombre ha erigido tales instituciones como la familia, el estado y la iglesia para satisfacer sus necesidades sociales y que son, por tanto, de origen puramente humano. La soberanía del hombre es una ficción de la imaginación y debería ser tratada como a tal.
De igual importancia que la soberanía de Dios, es en el mundo y visión calvinista de la vida, la doctrina bíblica de la caída del hombre y del pecado humano. Es a causa del hecho del pecado que la sociedad tiene que contender con los problemas sociales y económicos, ya que ellos son la inescapable consecuencia de la caída de Adán. El hombre es un pecador y es totalmente incapaz de las buenas obras aparte de la gracia de Dios. El pecado domina todos los aspectos de la existencia humana y le entorpece el camino en todas las áreas de la vida del hombre. Los desórdenes sociales y económicos son una expresión de esta básica corrupción humana y tienen que ser tratados a esta luz. La totalidad de la perspectiva de Calvino sobre la sociedad está enraizada y cimentada en esta profunda conciencia de la realidad del pecado y sus consecuencias terrenales y eternas. El no consideró que de alguna forma el mal ajuste social o psicológico fuese resultado de mero error o de un mal entorno, sino que insistió en que era la expresión de la corrupción de la naturaleza humana. Calvino no negó que existieran hechos sociales y psicológicos mal ajustados, ni negó que el entorno jugara su papel, pero insistía siempre que la turbulencia y la discordia de la sociedad humana son el resultado de la básica enemistad y hostilidad que existe entre Dios y Sus criaturas. Los desórdenes horizontales en la sociedad son el resultado necesario de tal relación vertical rota entre Dios y el hombre. Los errores cometidos por el hombre lo son porque son pecados contra Dios y sólo a la luz de este hecho pueden ser considerados como ofensas contra la sociedad. La sociedad es ofendida porque cada pecado humano es primeramente una ofensa contra la santidad y justicia de Dios.
A causa de esta visión bíblica de la naturaleza y a causa de los problemas sociales humanos, Calvino encontró en las Escrituras la sola y adecuada solución y el remedio para el dilema humano. Sólo la doctrina bíblica de la redención puede aportar el consuelo necesario. Fue su profunda visión de la majestad y profundidad del Evangelio y su mensaje lo que dio al calvinismo el derecho de hablar con autoridad en el área de los problemas económicos y sociales. No solamente el hombre es salvado sólo por gracia, sino que por la divina gracia su total naturaleza es renovada a la justicia por la presencia y poder santificante del Espíritu Santo, mediante el cual los hombres no regenerados son renacidos a una nueva vida por la fe en Jesucristo. Para Calvino, el remedio para el pecado no era una nueva orientación, o mayor educación, o un nuevo entorno, ni siquiera una nueva meta, sino un nuevo nacimiento. Solamente a través de Jesucristo el Redentor pueden los hombres ser reconciliados con Dios y sólo una sociedad reconciliada con Dios puede alcanzar cualquier grado de armonía con sí misma y entre sus miembros en la tierra.
En su reconocimiento del hecho de que la enemistad del hombre con Dios es la causa de su propia falta de paz y armonía, Calvino se aleja de esos teóricos sociales y económicos contemporáneos que niegan la realidad del pecado como una ofensa contra Dios y que ven en ello simplemente una especie de desajuste, prescribiendo remedios humanos. El habría tenido poca paciencia con los que creen que la psiquiatría y la psicología, el gobierno o la educación son competentes como tratamiento del problema del pecado humano. Si estuviera vivo hoy, reconocería en esos medios un legítimo pero limitado campo de acción bajo la gracia común; pero rechazaría vigorosamente y negaría que ellos pudieran en cualquier forma reducir esa tensión que existe entre el pecador y Dios. Pueden servir como un medio útil para ayudar a constreñir la manifestación exterior social del pecado, pero esto es lo más que la sociedad puede legítimamente esperar de ellos. Ni la sociedad ni sus instituciones pueden redimir a sus miembros del pecado, o suministrar una última solución para los muchos desórdenes que trae a los hombres. En este sentido, Calvino estaba lejos del moderno concepto del estado del hombre en lo social y en lo económico.
Calvino estaría enfrentado con los teóricos modernos porque utilizaba un texto enteramente diferente para su diagnóstico y remedio. Las Escrituras, la infalible regla de fe y práctica suministra la norma para sus enjuiciamientos sociales y económicos. El juzgó la sociedad a la luz de la revelación de Dios. Sus teorías sociales y económicas —hasta la extensión en que propiamente pueden serle atribuidas— no fueron extraídas de la experiencia de la raza, ni de los hallazgos de los científicos sociales, ni de las muestras cuidadosamente adornadas de la opinión pública democrática, sino de la Sagrada Escritura. No es que Calvino considerase a las Escrituras como un texto divinamente revelado de teorías sociales y económicas, sino porque miraba a los Sagrados textos como conteniendo todo el consejo de Dios al que el hombre tenía que creer y otorgarle todo el honor y gloria como Señor. Cuando hablaba sobre problemas sociales, lo hacía como un profeta, como el que mira a las Escrituras para su mensaje y busca poner tal revelación a la atención del pueblo. Habría tenido poca paciencia con la corriente teoría de que la justicia social y económica es sinónimo de la voluntad de la mayoría democrática y que sus deseos deben tener precedencia sobre los mandamientos de Dios. La experiencia humana y la voluntad de la mayoría son decepcionantes en la mayoría de los casos y tienen que estar sometidas a la voluntad revelada de Dios. Es en este punto en que el abismo entre Calvino y la teoría moderna social y económica se hace más evidente. La primera encuentra la norma de toda la vida humana en la Escritura, mientras que la última mira hacia el hombre, y el hombre se convierte así en la medida de su propia actividad. Para Calvino, Dios necesita ser siempre la medida de todas las cosas, el intérprete final de toda experiencia humana.