Para Calvino, la iglesia se encuentra en los individuos que confiesan, no en cada individuo de manera separada, sino en todos ellos juntos, y unidos, no como a ellos mismos les parece bien, sino de acuerdo con las ordenanzas de Cristo.
Al haber así entendido claramente la naturaleza de la Iglesia, con sus implicaciones sobre la re-creación tanto de nuestra raza humana como del cosmos entero, prestemos ahora atención a su forma de manifestación, aquí en la tierra. Como tal nos muestra diferentes congregaciones locales de creyentes, grupos de confesores, que viven en alguna unión eclesiástica, en obediencia a las ordenanzas de Cristo mismo. La iglesia en la tierra no es una institución para la dispensación de la gracia, como si fuera un botiquín de medicinas espirituales. No hay ninguna orden mística, espiritual, dotada de poderes místicos para operar con una influencia mágica sobre los laicos. Solo hay individuos regenerados y confesantes que, de acuerdo con el mandamiento escritural y bajo la influencia del elemento sociológico de toda religión, formaron una sociedad, y se esfuerzan para vivir juntos en subordinación bajo Cristo como su Rey. Solo esto es la Iglesia en la tierra – no el edificio, ni la institución, ni una orden espiritual. Para Calvino, la iglesia se encuentra en los individuos que confiesan, no en cada individuo de manera separada, sino en todos ellos juntos, y unidos, no como a ellos mismos les parece bien, sino de acuerdo con las ordenanzas de Cristo. En la iglesia en la tierra tiene que realizarse el sacerdocio universal de los creyentes.
No me entiendan mal. No estoy diciendo que la iglesia consiste en personas piadosas que se unen en grupos para propósitos religiosos. Esto, por sí mismo, no tendría nada en común con la Iglesia. La Iglesia verdadera, celestial, invisible tiene que manifestarse en la Iglesia terrenal. Si no, tendríamos una asociación, pero no una iglesia. La verdadera iglesia esencial es y permanece el cuerpo de Cristo, del cual las personas regeneradas son miembros. Por tanto, la Iglesia en la tierra consiste solamente en aquellos que han sido incorporados en Cristo, que se inclinan ante Él, viven en Su Palabra, y se adhieren a Sus ordenanzas; y por esta razón la Iglesia en la tierra tiene que predicar la Palabra, administrar los sacramentos, y ejercer disciplina, y en todo estar ante el rostro de Dios.
Esto determina a la vez la forma de gobierno de la Iglesia en la tierra. Este gobierno se origina, como la Iglesia misma, en el cielo, en Cristo. El gobierna de la manera más eficaz a Su Iglesia por medio del Espíritu Santo, por medio del cual Él obra en Sus miembros. Por tanto, al ser todos iguales bajo Él, no puede haber ninguna distinción de rangos entre los creyentes; solo hay ministros que sirven, lideran y regulan; […] el poder de la Iglesia desciende directamente de Cristo mismo, en la congregación, concentrado desde la congregación en los ministros, y por ellos administrado a los hermanos. Así la soberanía de Cristo permanece absolutamente monárquica, pero el gobierno de la Iglesia en la tierra se vuelve democrático hasta los tuétanos; un sistema que lleva lógicamente a esta otra conclusión, que todos los creyentes y todas las congregaciones son de igual posición, ninguna iglesia puede ejercer algún dominio sobre otra, sino todas las iglesias locales son del mismo rango, y como manifestaciones de uno y el mismo cuerpo, pueden unirse solamente de forma sinodal, o sea, por una confederación.
Ahora déjenme dirigir su atención hacia otra consecuencia muy importante del mismo principio: la multiformidad de denominaciones como el resultado necesario de la diferenciación de las iglesias, de acuerdo a los diferentes grados de su pureza. Si la Iglesia es considerada como una institución de la gracia, independiente de los creyentes, o una institución donde un sacerdocio jerárquico distribuye el tesoro de gracia que le es encomendado, entonces el resultado tiene que ser que esta misma jerarquía se extiende por todas las naciones, e imparte el mismo sello a todas las formas de vida eclesiástica. Pero si la Iglesia consiste en la congregación de los creyentes, si las iglesias se forman por la unión de los confesores, y son unidas solamente por medio de la confederación, entonces las diferencias de climas y naciones, del pasado histórico, y de las disposiciones de la mente, llegan a ejercer una influencia muy variada, y el resultado tiene que ser una multiformidad en asuntos eclesiales. Esto es muy importante, porque aniquila el carácter absoluto de toda iglesia visible, y las pone todas lado a lado, con sus diferencias en el grado de pureza, pero permaneciendo de una u otra manera una manifestación de la única Iglesia santa y católica de Cristo en el cielo.
No estoy diciendo que los teólogos calvinistas proclamaron esta consecuencia desde el inicio. El deseo de un poder dominante acechaba también en la puerta de su corazón, y aun aparte de esta disposición peligrosa era justo y natural para ellos, el juzgar teoréticamente a cada iglesia de acuerdo a sus propios ideales. Pero aun así, al ver a su iglesia no como una jerarquía o institución, sino como una reunión de individuos que confiesan, entonces empezaron (no solo para la vida de la iglesia, sino también del Estado y de la sociedad civil) con el principio no de la obligación, sino de la libertad. A raíz de este punto de partida no hubo ningún poder eclesiástico superior a las iglesias locales, excepto el que las mismas iglesias constituyeron por medio de su confederación. De allí sigue necesariamente que también las diferencias naturales e históricas entre los hombres se abrieron camino en la vida de la iglesia en la tierra. Las diferencias nacionales en cuanto a la moral, las diferencias en disposición y emociones, los diferentes grados de profundidad en vida y entendimiento, necesariamente llevaron a enfatizar aquí un lado, y allá otro lado de la misma verdad. De allí las numerosas agrupaciones y denominaciones en las cuales se dividió la vida externa de la iglesia, a raíz de este principio. Así hay de nuestro lado denominaciones que pueden haberse apartado de la plena Confesión calvinista, incluso hasta oponerse amargamente contra más de un artículo capital de nuestra Confesión; pero todas ellas deben su origen a una oposición arraigada contra el sacerdotalismo, y al reconocimiento de la Iglesia como «la congregación de los creyentes», la verdad en la cual el calvinismo expresó su concepto fundamental. Y aunque este hecho llevó inevitablemente a mucha rivalidad no santa, e incluso a errores pecaminosos de conducta; sin embargo, después de la experiencia de tres siglos hay que admitir que esta multiformidad, que es conectada inseparablemente con la idea fundamental del calvinismo, ha sido mucho más favorable al crecimiento y la prosperidad de la vida religiosa que la uniformidad compulsiva en la cual otros buscaron la base de su fuerza. Y en el futuro se puede esperar todavía un fruto más abundante, con tal que el principio de la libertad eclesiástica no degenere en indiferencia, y que ninguna iglesia que en su nombre y confesión sigue levantando la bandera calvinista, deje de cumplir su santa misión de recomendar a otros la superioridad de sus principios.
—
Este documento fue expuesto en la Universidad de Princeton en el año 1898 por Abraham Kuyper (1837-1920) quien fue teólogo, Primer Ministro de Holanda, y fundador de la Universidad Libre de Ámsterdam.