​El cristiano, quien es el liberto de Dios, usa este mundo en consistencia con la fe, es decir, en obediencia a los mandamientos de Dios para Su gloria. Debe observar moderación para no llegar a abusar de los buenos dones de Dios; debe ser paciente y sumiso cuando se ve privado de bendiciones terrenales. Es llamado a ejercer el amor y la paciencia en el uso de su libertad, para que su prójimo pueda ser edificado.

​La doctrina de la libertad cristiana forma el apéndice de la justificación, y sin ella no puede haber un “correcto conocimiento de Cristo, o de la verdad evangélica, o de la paz interna de la mente”. Pero cuando se menciona esta doctrina hay dos reacciones violentas: algunos “bajo el pretexto de la libertad, abandonan toda obediencia a Dios, y se precipitan en el más desenfrenado libertinaje; y algunos la desprecian, suponiéndola subversiva de toda moderación, orden y distinciones morales”. Estas son las reacciones del hombre mundano y del asceta. Calvino se opone igualmente a estos dos males, la mundanalidad y el escape del mundo. Sin embargo, esto no le convierte en un neutral en el sentido de uno que quiere tener dos cosas contrarias a la vez. Calvino no aparentaba estar a favor de ambos extremos, sino que su equilibrio es Escritural, y va tan lejos como va la Palabra.

Evidentemente, en su esencia, la libertad cristiana es espiritual. Consiste en la libertad de la esclavitud de la Ley y la restauración a la obediencia voluntaria a la Voluntad de Dios. Puesto que estamos libres de la Ley como instrumento para salvación, respondemos como hijos al servicio de Dios con gozo y prontitud. La libertad es disfrutada en el camino de la fe y debe animarnos a la virtud, pero las mentes serviles, quienes la usarían para cumplir las lujurias de la carne, no tienen parte en ella. Puesto que Pablo pone todas las cosas externas sujetas a nuestra libertad (Rom. 14:4), no hay nada impuro en sí mismo, con tal que usemos nuestra libertad ante Dios y no ante los hombres. Se abusa de los buenos dones de Dios si son codiciados con demasiado ardor, cuando se alardea de ellos con orgullo, o cuando se colman con lujos. Sin embargo, para el puro todas las cosas son puras, pero todo lo que no es de fe es pecado, y “para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas” (Tito 1:15).

El cristiano, quien es el liberto de Dios, usa este mundo en consistencia con la fe, es decir, en obediencia a los mandamientos de Dios para su gloria. Debe observar moderación para no llegar a abusar de los buenos dones de Dios; debe ser paciente y sumiso cuando se ve privado de bendiciones terrenales. Es llamado a ejercer el amor y la paciencia en el uso de su libertad, para que su prójimo pueda ser edificado. Pero puesto que las cosas de este mundo no son pecaminosas en sí mismas puede poseerlas, y debe, en el proceso, guardarse de ser poseído por ellas. La búsqueda de logros culturales y la obtención de riquezas no son objetivos malos en sí mismos; el disfrute de la comida, la bebida y el lujo no ha de ser despreciado o condenado, pero no olvidemos a la vez que las maldiciones de Dios caen sobre los ricos porque están inmersos en los deleites sensuales y sus corazones están embriagados con los placeres de este mundo mientras buscan continuamente encontrar otros nuevos (Inst. III, 19, 9 & III, 6-10). En su meditación acerca de la vida futura Calvino dice que debemos aprender a despreciar este mundo presente porque nos aparta de nuestro llamado. En ese sentido las buenas cosas en sí mismas se transforman en males para nosotros; de ahí que debemos aprender a mirar por encima de todas las cosas hacia la luz de la eternidad.

He aquí el punto crítico del tema. ¡Este es el asunto decisivo! Para Calvino el esfuerzo cultural de uno es bueno o malo, dependiendo de la fe de uno. Todo lo que no es de fe es pecado. Toda cultura apóstata es egoísta,  en la que el hombre se salva a sí mismo por sus obras y exalta su propia gloria. Pero la doctrina de la justificación por la fe con su apéndice de la libertad cristiana hace al hombre libre para servir a Dios en su llamado cultural. Abraham Kuyper, en sus Conferencias Stone, señala este punto cuando nos recuerda que fue esta liberación del hombre medieval que pudo desterrar la carga de tener que ganar la salvación por las obras la que dio la energía y el interés para producir nuestro mundo moderno con su ciencia, industria e inventos.

Por el énfasis de Calvino sobre el uso apropiado de este mundo, la mirada del creyente fue dirigida a este hermoso cosmos en el que Dios nos llama a ser sus agentes culturales, y a tener dominio sobre la tierra, a poblarla, y a cultivarla. Y mientras Agustín había dicho que “el trabajo, aunque útil, es en sí mismo un castigo” (De civitate Dei, XXII, 22), Calvino sostiene que la vocación de todo hombre le es concedida por Dios, de la cual se deriva una consolación peculiar, es decir, que “no hay obra alguna tan humilde y tan baja, que no resplandezca ante Dios, y sea muy preciosa en su presencia” ( Inst. III, 10, 6).

Con esto en mente consideremos ahora algunas de las contribuciones de Calvino en el campo de la economía.


Calvino y el Mundo de la Economía

Se llama ciencia de la economía a la satisfacción de las necesidades físicas y al avance del bienestar material del hombre, tanto a nivel de individuo como de sociedad. Calvino tiene mucho que decir en todos su comentarios sobre este amplio tema, mientras que sus sermones están también repletos de referencias a las necesidades físicas del hombre. Lo notable acerca de la predicación de Calvino es su carácter existencial.
Calvino, por ejemplo, no solo condena la mendicidad, sino que también urge a los creyentes a tratar a los sirvientes de forma amable y bondadosa ( Sermones, Deut. 15:11-12; 26:16).

Tres temas llaman nuestra atención si es que vamos a medir el impacto económico de Calvino, como son: la cuestión de los intereses, el concepto de llamado y la idea de comunismo.

La prohibición contra los intereses fue uno de los factores más importantes en la vida económica de la Edad Media. Esta prohibición estaba sustentada por la Escritura (Lucas 6:35; Deut. 23:19; Salmo 15, etc.) y Aristóteles, cuya máxima de que el dinero es estéril se repetía automática y universalmente. Aún en el Siglo XVI esta era la communis opinio, de la que no se desviaron ni Reformadores ni humanistas.

Sin embargo, Calvino se volvió de la excepción a la regla.

Aunque se dio plena cuenta de los peligros de la usura y de la ilegalidad económica, el prohibir el interés bajo toda circunstancia es atar la conciencia más allá de la Palabra. ¡Este era el asunto principal! ¡La autoridad de la Palabra y la libertad cristiana! Los escolásticos dispusieron que la usura era un pecado mortal, y esta incluía el interés de todo tipo. Aquí es donde confluye el asunto. Calvino toma los diferentes textos aducidos y muestra que han sido malinterpretados.

Considera Lucas 6:35, el pasaje por excelencia de los teólogos escolásticos. Aquí la Palabra nos dirige a alimentar a los pobres y a tratarles con consideración y amor. Sin embargo, aplicar las leyes civiles de los judíos (cf. Deut. 23:19) a los creyentes del Nuevo Testamento no es válido, dice Calvino. Una apelación a la conexión fraternal tal y como esta existía entre los judíos y que ahora existe entre los cristianos,  no es normativa para las transacciones de negocios. Es sobre pronunciamientos como estos que A. Kuyper y sus seguidores han basado su doctrina de las esferas de soberanía. Hay una distinción entre las normas de la moral y el ámbito económico, igual que hay normas para lo jurídico y para las modalidades analíticas de la vida. Con respecto a las otras pruebas escriturales aducidas de los Salmos y de los Profetas, Calvino simplemente las declara irrelevantes puesto que protestan contra el pecado de la usura, del cual Calvino mismo también abominaba. La conclusión del asunto es que la Biblia no contiene ninguna prohibición contra el tomar interés sobre el dinero por asuntos de negocios (Cf. Armonía del Evangelio, Mat. 8:42).

Lo que es aún más significativo es el hecho de que Calvino sostiene la productividad del dinero. Se ríe de la idea de Aristóteles de que el dinero es improductivo y señala su poder productivo en la industria. Pero al pobre debemos prestarle sin esperar devolución (Comentarios, sobre Éxodo 22:25; Lev. 25:25- 28; Deut. 23:19, 20). En resumen, Calvino distingue entre la caridad cristiana y los negocios, lo que abrió las puertas para grandes empresas en el comercio y en la industria. Por esto Calvino ha recibido su porción de alabanza de parte de muchos economistas. Max Weber, seguido por R. H. Tawney, le da crédito por haber dado ímpetu al surgimiento del capitalismo.

No hay razón para negar o depreciar esta conexión en tanto que recordemos lo que se quería decir por el espíritu del capitalismo y no consideremos a Calvino, con su alto sentido ético y su cautela contra el abuso de la libertad, responsable por los excesos del duro individualismo del Siglo XIX.  Porque, como Doumergue nos recuerda, aunque Calvino glorificaba lo individual, fue siempre en relación con Dios y la comunidad de los santos. Nada era más social que la comunidad calvinista. Aunque Calvino era un gran individualista en el sentido de apreciar y desarrollar la personalidad, nadie habló menos del yo e hizo más por la comunidad, la iglesia y el Estado, que él. 

 Es más, Weber usa a los escritores Puritanos como su fuente, pero la idea de ellos de obtener la seguridad de la salvación por medio de las buenas obras no se encuentra en Calvino. Y los ministros de Ginebra inequívocamente se opusieron a la proposición de los mercaderes en 1580 de establecer un banco, sobre la base  de que Ginebra sería más fuerte si permanecía pobre.

Extracto del libro El Concepto Calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

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