​Indirectamente, la fe cristiana ha causado que la vida florezca. La aparición de la Palabra y de la Iglesia fortalece, enriquece y eleva la vida en general. La Iglesia, con su influencia, ha hecho la historia universalmente humana; ha universalizado el espíritu humano. Tanto los no creyentes como los creyentes recogen los frutos.

La gracia particular es esa inclinación de Dios llena de gracia hacia los pecadores elegidos, con quienes se ha reconciliado a sí mismo por causa de la expiación vicaria de Cristo en el Calvario. Como resultado, Cristo es conferido con todos sus beneficios en estos pecadores elegidos, desde su libre Gracia Soberana. Este plan y este proceso Redentor son efectuados en la vida del pueblo de Dios a través de su Espíritu, por la regeneración, santificación y preservación. Por esta operación de la gracia especial los pecadores son renovados en el centro de su ser a través del Espíritu y son injertados en el cuerpo espiritual de Cristo, de manera que son hechos súbditos suyos como Señor y Rey y son dominados por el poder de un nuevo afecto. La nueva creación así formada pertenece a Cristo.

Aunque la Iglesia es el instrumento de la gracia particular en el ámbito de la gracia común, uno no debe pensar que son idénticas. Kuyper, en este punto, está muy interesado en mantener secular a la cultura, con lo que quiere decir, simplemente, libre de la dominación de la Iglesia. No había deseo por su parte de regresar a la estructura medieval socio-religiosa del Corpus Christianum, una sociedad dominada por la Iglesia. Y la cuestión de cómo afecta la gracia particular a la gracia común presupone para él la meta independiente de la gracia común de desarrollar la cultura al cultivar y preservar la Creación de Dios. Sin embargo, hay una doble influencia de la gracia particular sobre la gracia común, es decir, una indirecta y otra directa.

Indirectamente, la fe cristiana ha causado que la vida florezca. La aparición de la Palabra y de la Iglesia fortalece, enriquece y eleva la vida en general. La Iglesia con su influencia ha hecho la historia universalmente humana; ha universalizado el espíritu humano. Tanto los no creyentes como los creyentes recogen los frutos. Kuyper cita la cultura Europeo-Americana con su autoridad política por la cual las colonias participan de los beneficios de la gracia particular. La Iglesia se torna la ciudad sobre un monte, a la cual miran todos los hombres, de manera que la gracia particular bautiza a la gracia común, por así decir, con sus bendiciones, cristianizando su ámbito. Kuyper llega más lejos hasta decir que solo una civilización que tenga sus raíces en la religión cristiana es una verdadera civilización. Es la fe cristiana la que finalmente da libertad a los poderes de la gracia común y los libera de los lazos del pecado, del diablo y de la esclavitud a la naturaleza. En este punto Kuyper es un apologista del cristianismo, sosteniendo que la historia mundial comprueba su valía y utilidad por la cultura. Como ejemplo negativo Kuyper señala a Borneo, que no ha experimentado las ennoblecedoras influencias de la cultura cristiana.

Esta cultura universalmente humana que encontramos en las naciones cristianas Kuyper la denomina “cristiana” en el sentido amplio del término. De esta manera podemos hablar de una familia cristiana, de una sociedad e incluso un Estado cristiano, cuando el ámbito de la gracia común ha experimentado esta influencia cristianizadora de la gracia particular. …

Además de esta influencia indirecta de la gracia particular en el ámbito de la gracia común, está la influencia directa a través del sujeto cultural, el hombre regenerado, cuya naturaleza espiritual-ética ha sido cambiada por la regeneración, de manera que se convierte en una nueva criatura.

Así pues, hay básicamente dos tipos de personas en el mundo. Kuyper los llama normalistas y anormalistas, que se corresponden a los nacidos una vez y los nacidos dos veces de William James. Los primeros piensan con respecto al cosmos en lo que es normal hoy, de manera que “se mueven por medio de una evolución eterna desde sus potencialidades hacia su ideal”. Por otro lado, los anormalistas sostienen que ha sucedido un trastorno en el pasado y que “solamente un poder regenerador puede garantizar el logro final de su meta. Esta y no otra es la antítesis principal que separa a las mentes pensantes en el ámbito de la ciencia en dos campos opuestos de batalla”. La cita anterior de las Conferencias Stone, dadas en Princeton en 1898, nos pone cara a cara con el carácter penetrante y radical (que llega hasta la raíz) de la filosofía Kuyperiana sobre la cultura calvinista. Es tanto positiva como negativa. Contiende por la fe y en contra de la incredulidad en el ámbito de la cultura, y basa esta antítesis cultural en la disyunción entre el mundo espiritual del cual habló Agustín cuando distinguió entre el reino de Dios y el de este mundo, entre la nueva humanidad y aquella que todavía vive en enemistad contra Dios y que conduce al juicio.

Esta nueva humanidad es, para Kuyper, la Iglesia como un organismo, impulsada por el Espíritu y obediente a Cristo, funcionando en el área de la gracia común para cumplir la voluntad creativa de Dios. La gracia particular, aunque dirigida en origen y meta hacia lo espiritual, penetra el ser completo de uno. No solamente el núcleo, es decir, el corazón, sino toda la vida del creyente, incluyendo sus actividades en la política, la educación, el matrimonio, la industria y toda la gama de relaciones sociales son así afectadas. De esta forma el reino de los cielos aparece no solo escatológicamente en la conclusión de la historia, sino también aquí y ahora. Es la tarea de la Iglesia como un organismo, ya sea personalmente o en unidad organizada, en el ámbito de la gracia común, cumplir el común mandato cultural por la causa del rey. Esto constituye la batalla del cristiano en este mundo en distinción de la actividad de la Iglesia en la predicación de la Palabra y la evangelización.

En el campo cultural más amplio hay ciertas actividades que no están afectadas por la gracia particular, tales como la arquitectura y la odontología. La gracia particular no le da al hombre un mejor entendimiento de tales asuntos técnicos, ni da algún conocimiento adicional o habilidad manual en alguna de las artes. En la ciencia, por ejemplo, la diferencia entre un hombre natural y un hombre espiritual no cuenta cuando están ocupados en actividades simples tales como pesar, medir, contar, etc. Se dice que la observación no es científica en la naturaleza, y Kuyper sostiene que mirar a través de un microscopio o de un telescopio son formas de observación. La lógica también es neutral. Pero cuando se hace un intento para interpretar los hechos reunidos empíricamente, y se trata de llegar al “pensamiento que gobierna la constelación completa de fenómenos”, entonces podemos hablar verdaderamente de que la ciencia está emergiendo. Y en este campo de la interpretación el impacto de la gracia particular es muy grande. Esto es así debido a que la ciencia no está viciada por la subjetividad sino por el pecado, de donde nace toda la antítesis entre la verdad y la falsedad. Los normalistas, dice Kuyper, no reconocerán el hecho del pecado y sus injuriosos efectos sobre la capacidad del hombre para adquirir la verdad, en tanto que los anormalistas aceptan el veredicto de la Palabra de Dios con respecto a la total inhabilidad del hombre, y su odio, para con la verdad de Dios.

Este conflicto que aquí emerge no es un asunto de la fe en contraposición a la ciencia, pues la fe es la presuposición de toda ciencia. La fe es “aquella función formal de la vida de nuestra alma que es fundamental a todo hecho en nuestra conciencia humana”. Sin creer en uno mismo, uno no puede hacer el primer paso en la búsqueda de la ciencia; es el punto de partida de la conducta para el cual no hay prueba empírica o demostrativa. Toda demostración racional procede de axiomas no comprobados, aceptados por fe. De hecho, toda la vida procede de la fe. “En toda expresión de su personalidad, lo mismo que en la adquisición de convicción científica, todo hombre parte de la fe”. “En tanto que el mundo material sea el objeto de nuestra investigación científica, la fe rinde el servicio exclusivamente formal de hacernos creer en nuestros sentidos, en la realidad del fenómeno, y en los axiomas y leyes de la lógica por las cuales demostramos”. Pero en las ciencias espirituales “todos los datos por los cuales trabajo… pierden su poder de apoyo apenas consigno la fe a la no-actividad”.

Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

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