Kuyper también reclama la esfera de las artes para el Rey. En una de sus Conferencias Stone, “El calvinismo y el arte”, sostiene que el arte es resultado de los dones de Dios a la humanidad. Es una reflexión, en el orden creado, de los portadores de la imagen de Dios de la gloria y poder del Creador. Dios mismo crea la realidad, nosotros desarrollamos las creaciones irreales del arte, esto es, imitamos a Dios cuando reproducimos de una manera finita algún aspecto de la realidad de forma sensorial.
“Creamos una especie de cosmos, en nuestros monumentos arquitectónicos; embellecemos las formas de la naturaleza, en la escultura; para reproducir vida, animada por líneas y tintes, en nuestra pintura; para trascender las esferas místicas, en nuestra música y poesía”, afirma Kuyper. Esto es posible debido a que la belleza no es una cualidad subjetiva de la mente humana, sino que es una expresión de perfección divina impresa sobre la creación. El arte nos ofrece una realidad superior de la que se ofrece en este mundo pecaminoso. Por lo tanto, la imitación de la naturaleza, el ideal de los griegos, es indigna del arte superior. Claro está que hay espacio para un realismo sano en el arte de manera que las formas y las relaciones de la naturaleza no pueden ser descartadas. Debemos tener cuidado de no caer en el otro extremo, a saber, la del romanticismo y la del impresionismo. El arte, sin embargo, “tiene la tarea mística de recordarnos en sus producciones la belleza que fue perdida y de anticipar su futuro brillo perfecto”.
El calvinismo proveyó el ímpetu final para la liberación del arte de la tutela de la Iglesia. Esto no había sido logrado por el Renacimiento, que simplemente volvió al paganismo pero no se deshizo del yugo del clericalismo. Fue el gran servicio del calvinismo el oponerse tanto a la mente pagana como al esteticismo humanista, las cuales adoran la belleza en la criatura, en lugar de al Creador. Y, “debido a que el calvinismo prefirió una adoración de Dios en espíritu y en verdad, en lugar de la riqueza sacerdotal, ha sido acusado por Roma de haber degradado la apreciación del arte, y debido a que desaprobó la degradación de la mujer como modelo para un artista o desechando su honor en el ballet, su seriedad moral ha colisionado con el sensualismo de aquellos que no consideraban ningún sacrificio demasiado sagrado para la diosa del arte”. Por lo tanto, Kuyper atribuye el hecho de que el calvinismo no haya desarrollado ningún estilo artístico dominante que le fuera propio al carácter espiritual de la religión calvinista que no permitió la “boda de la adoración inspirada por el arte, con el arte inspirado por la adoración”.
Kuyper sostiene con bastante razón que los grandes monumentos arquitectónicos de la antigüedad como el Panteón, el Partenón, Santa Sofía e incluso la catedral de San Pedro en Roma durante la Edad Media fueron el resultado de la imposición de la misma forma de religión sobre todo el pueblo por parte del príncipe y el sacerdote, de manera que el arte fue dominado por las demandas de la adoración en las etapas inferiores del desarrollo de la religión. Pero la Reforma, con su principio evangélico de acceso directo a Dios, se libró de este yugo, haciendo a la Iglesia espiritual y dándole al arte el rango de lo secular.
Por secular Kuyper nunca quiere dar a entender aquello que es profano en el sentido de impiedad, sino aquello que yace fuera de la hegemonía del sacerdocio. Con esta recién encontrada libertad, el calvinismo volvió su atención al hombre individual y a cada aspecto de la vida social. El arte se volvió verdaderamente democrático, no se restringió al sacerdote y al príncipe. También tomó dentro de su rango de operaciones al cuerpo, no en el sentido pagano de la vitalidad animal y la lujuria, sino como instrumento del alma, puesto que los calvinistas confiesan pertenecer a su fiel Salvador en cuerpo y alma.
Incluso la doctrina de la elección, dice Kuyper, tiene el efecto práctico de llamar la atención a lo pequeño, a lo insignificante y a lo humilde, pues no hay nada que sea inútil y sin valor, puesto que los mismos cabellos de nuestra cabeza están todos contados. Pero, por otro lado, Dios no hace acepción de personas. El arte ya no dirigió más su atención hacia los semidioses Griegos, a héroes y santos, sino que el hombre común llegó a ser prominente y la personalidad humana como tal ocupó el centro del escenario. Pero también la miseria y el sufrimiento humano, como parte de la providencia totalmente sabia de Dios, son representados con simpatía, y los tonos y tintes sombríos forman un fuerte contraste con la luz central.
Aunque Kuyper no expresa el principio de antítesis tan conmovedoramente en su exposición del arte como en el de la ciencia, sí mantiene la dislocación básica entre el regenerado y el no-regenerado. Existe en el arte una esfera de lo puramente técnico, igual que en la ciencia con lo cual nos movemos en terreno común, pero el artista es inspirado o por el Espíritu de Dios o por el espíritu del anticristo. Es verdad que la inspiración del artista no puede expresarse con el mismo efecto en todas las artes, pero aún en la arquitectura superior encontramos la expresión de autoridad, imperio, libertad, la idea de lo celestial. Esto es acentuado en la pintura y la escultura en concordancia con los objetos escogidos y la manera de usarlos. Sin embargo, el carácter espiritual del artista llega a expresarse con más fuerza en el canto y la música. Pero el arte sigue siendo arte aun cuando se torne demoníaco, en cuyo caso debe ser abominado por todos los que confiesan que de Él, y por medio de Él y para Él, son todas las cosas, a quien sea la gloria para siempre (Rom. 11:36).
Para Kuyper, el arte cristiano no se halla principalmente en aquel arte que niega el paganismo en su contenido y que sirve a la Iglesia, como lo encontramos en parte del arte medieval. Sino que el arte cristiano niega la concepción griega pagana del hombre y de la naturaleza y permite que su visión de la vida esté determinada por la encarnación y muerte de Jesucristo. Recibe su más alta inspiración de las perspectivas que son abiertas por la resurrección y la ascensión. Kuyper habla en esta coyuntura de la catarsis del Gólgota, que debiese reemplazar al concepto clásico pagano de la limpieza del alma.
El arte cristiano debería hacernos sentir, pensar y desear al mundo en un sentido diferente al que lo hicieron los antiguos. Por tanto, si el cristiano tiene una comunión totalmente diferente con el mundo no sensorial, toda manifestación de arte que esté a oposición a y que niegue el propósito de la venida de Cristo al mundo es, por ese hecho, anticristiano. En mi opinión esta es la más alta expresión cultural del principio bíblico de que todo espíritu que no confiese que Jesucristo ha venido al mundo es del anticristo (I Juan 4:3). Por lo tanto, el arte calvinista, en tanto que este expresa el significado de la venida de Cristo al mundo, permanece como superior a cualquier otro en el libro de Kuyper.
El hombre regenerado debe vivir Pro Rege, para el Rey, en toda actividad cultural, en toda relación social y en toda organización comunal. El matrimonio, la familia, las instituciones educacionales, el Estado, y la sociedad como un todo deben estar organizados a partir de principios cristianos. Esto no significa que se niegue la creación, pero debe ser restaurada para servir al gran propósito original de Dios para su gloria. Pero esto hace surgir la antítesis.
La oposición espiritual al Reino de Dios llega a expresarse en la esfera de la gracia común, lo mismo que en la Iglesia. Kuyper estaba convencido de que el reino terrenal usa los dones de la gracia común para oponerse al celestial cada vez con más fuerza y furia. Kuyper concluye, por lo tanto, en que si vamos a pelear la buena batalla de la fe, debemos enfrentarnos al mundo como una fuerza organizada. Dentro de la familia y la nación, claro está, es imposible escapar del compañerismo con los no creyentes, pues en estas unidades sociales somos miembros, ya sea que lo queramos o no. Pero, en las organizaciones libres dentro de la sociedad, los calvinistas deberían organizar su propia oposición al espíritu del anticristo en esferas tales como las del trabajo y la industria, la educación y la ciencia, el arte y la política. Esto ha sido llamado la antítesis organizacional. Kuyper estaba convencido de que no había otra manera para que el cristiano trabajara y testificara con éxito en la sociedad sino a través de organizaciones separadas. Va tan lejos como para llamar a este el tercer instrumento, junto a la Iglesia y a la escuela, por el cual Cristo mantiene su hegemonía en la sociedad. Él justifica tal organización en principio sobre la base de la advertencia de Pablo a los cristianos Corintios de no recurrir a la justicia en contra de un hermano (I Cor. 6:4) y en la prohibición de colocarnos en un yugo desigual con un no creyente (II Cor. 6:14). Este último texto nos provee del pleno mandato para separar a las organizaciones cristianas dentro de la mancomunidad, dentro del tejido de la sociedad. Para Kuyper esto también es un recurso práctico, puesto que el entorno mundano está organizado sobre una base no cristiana de anarquismo y socialismo. Sin embargo, aunque profesan neutralidad, los hombres que controlan tales organizaciones, así llamadas neutrales, expresan su aborrecimiento a los principios cristianos. Además, la regla expresada por Pablo, de que las comunicaciones malvadas corrompen las buenas costumbres, también se aplica. Los cristianos se contaminan por medio del compañerismo con hombres impíos cuya meta total es temporal y material. Finalmente, Kuyper hace una apelación a la experiencia cuando dice que las organizaciones neutrales fueron probadas pero que el contraste con los no creyentes era tan grande que la vida misma forzó a los calvinistas a la separación; es un asunto de autopreservación en el mundo.
Kuyper hubiese repudiado el pensamiento de que tales organizaciones separadas constituyen un salirse del mundo, pues fue siempre consciente de la doble relación, en el mundo pero no del mundo. El cristiano tiene un triple llamado dentro de la sociedad: vivir en el mundo como un miembro de la Iglesia organizada de Jesucristo; vivir en la sociedad como un miembro del cuerpo de Cristo, esto es, estar organizado junto con otros cristianos en oposición al mundo y para el Rey; el juntarse con los no creyentes en la sociedad como un todo para buscar el bienestar del todo. Con respecto a lo último Kuyper estaba a favor de juntarse a los no creyentes sobre la base de nuestra común humanidad en cosas tales como los deportes (aparte de la cuestión de guardar el santo día del Señor), la defensa civil, el ajedrez, cantar, lecciones de cocina, obras de misericordia y apoyo al pobre. Tampoco podemos decir, a pesar del hecho que el pecado ha corrompido toda la vida humana en una gran medida, que el abuso hace perder el uso legítimo de los buenos dones de Dios. De allí que la producción, desarrollo y distribución de bienes terrenales no sea una ocupación ilícita para los cristianos. El trabajo no es un resultado del pecado, sino un decreto de la creación, no obstante el hecho es que debido al pecado la mayoría de los habitantes de la tierra se ganan la vida a duras penas.
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Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)