Después del período de la Reforma la perspectiva ortodoxa de la Escritura sufrió crecientes ataques devastadores. En la Iglesia Católica Romana, los ataques vinieron de las tradiciones establecidas. Después de haberse debilitado durante siglos, apelando a los padres de la iglesia en lugar de apelar a las Escrituras para dilucidar algún punto doctrinal, y como una reacción violenta a la Reforma Protestante, en 1546 la Iglesia Católica Romana colocó la tradición de la iglesia en el mismo nivel que las Escrituras como fuente de revelación. Sin duda en el Concilio de Trento no se consideraron todas las consecuencias de esta decisión, pero fueron monumentales. Este acto tuvo consecuencias trágicas para la Iglesia Católica Romana, como lo indica el desarrollo de doctrinas debilitadoras, el culto a María y la veneración de los santos. En teoría, la Biblia seguía siendo infalible, al menos para grandes sectores del catolicismo. Pero la profunda preferencia humana por las tradiciones en detrimento de la Palabra absoluta e infalible hizo que la autoridad de la Palabra de Dios cada vez pesara menos.
En el protestantismo el ataque provino de la llamada alta crítica. Por un tiempo, como resultado de su herencia y de la aguda polémica con el catolicismo, las iglesias Protestantes se mantuvieron firmes en la noción de una Biblia infalible. Pero durante el siglo XVIII, y en particular el siglo XIX, la crítica de las Escrituras, respaldada por un naturalismo racionalista, logró desalojar a la Biblia del lugar que había ocupado hasta ese entonces. Para la iglesia en la era del racionalismo la Biblia se convirtió en la palabra del hombre sobre Dios y el hombre; en lugar de ser la Palabra de Dios al hombre. Finalmente, habiendo rechazado el carácter divino y único de la Biblia, muchos críticos rechazaron también su autoridad.
La Iglesia Católica debilitó la perspectiva ortodoxa de la Biblia al elevar las tradiciones humanas a la altura de las Escrituras. El protestantismo debilitó la perspectiva ortodoxa de las Escrituras bajando la Biblia al nivel de las tradiciones. Hay grandes diferencias, pero el resultado fue el mismo. Ninguno de estos grupos negó la calidad revelacional de las Escrituras, pero en ambos casos el carácter único de las Escrituras se perdió, su autoridad fue invalidada, y la voz reformadora de Dios dentro de su iglesia fue olvidada.
El hecho de que ninguna de estas posiciones puede ser defendida resulta evidente para cualquiera, y debería impulsar a la iglesia a regresar a su postura original. Sin embargo, esto no parece estar sucediendo. Por el contrario, algunos evangélicos que tradicionalmente han insistido en la inerrancia de la Palabra parecen moverse en una dirección más liberal, desplegando una actitud ambivalente con respecto a la infalibilidad.
Debemos ser extremadamente cuidadosos en este punto. Existe la posibilidad de cuestionar lo que significa «inerrancia», que no es lo mismo que rechazarla peligrosamente y sin ambages. Por ejemplo, algunos académicos muy conservadores se han preguntado si inerrancia es el mejor término para ser usado con referencia a la Biblia, ya que demandaría una precisión de detalles tan estricta que debería incluir hasta una gramática perfecta, algo que no existe. Han preferido el término infalibilidad. Otros no prefieren el término inerrancia porque este requiere unos estándares de exactitud modernos y científicos que los autores antiguos no poseían. Dichos académicos han preferido referirse a la Biblia como fiable o verdadera. Pero estas áreas no son tan importantes. Puede no haber acuerdo en estas áreas, ya que sabemos que no hay ningún término que describa a la perfección lo que queremos decir -inerrancia, infalibilidad, fiabilidad, carácter fidedigno, veracidad, y otros. De donde no debemos movernos es de sostener el carácter único y la autoridad de la Biblia como la Palabra de Dios, en su totalidad y en cada parte. La palabra infalibilidad, con sus limitaciones, preserva este énfasis.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice