Volvemos a la cuestión de Dios mismo y nos preguntamos: «¿Pero quién es Dios? ¿Quién es el que se revela a sí mismo en las Escrituras en la Persona de Jesucristo y por el Espíritu Santo?» Podemos admitir que el verdadero conocimiento de Dios debe transformarnos. Podemos estar dispuestos a ser transformados. Pero, ¿dónde comenzamos?
Como la Biblia es una unidad, podríamos contestar estas interrogantes comenzando en cualquier lugar de la Revelación Bíblica. Podríamos comenzar con Apocalipsis 22:21 como con Génesis 1:1. Pero no hay mejor punto de partida que la Revelación que Dios hace de sí mismo a Moisés en la zarza que ardía en fuego. Moisés, el gran líder de Israel, hacía tiempo que era consciente del Dios verdadero, porque había nacido en el seno de una familia temerosa de Dios. Pero, a pesar de ello, cuando Dios le dijo que lo iba a enviar a Egipto para que liberara al pueblo de Israel, Moisés respondió: «He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?» Y se nos dice que Dios entonces le contestó a Moisés diciendo: «YO SOY EL QUE SOY…. Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros» (Ex. 3:13-14).
«YO SOY EL QUE SOY». El Nombre está relacionado con el antiguo Nombre de Dios, Jehová. Pero es algo más que un nombre. Es un Nombre descriptivo, que nos señala todo lo que Dios es en sí mismo. Particularmente, nos está mostrando que es un Ser completamente auto existente, autosuficiente, y eterno. Estos conceptos son abstractos, por supuesto. Pero son importantes, porque estos atributos más que ninguno de sus otros atributos son los que distinguen a Dios de su creación y nos revelan la esencia de Dios. Dios es perfecto en todos sus atributos. Pero, existen algunos atributos que nosotros, sus criaturas, también compartimos. Por ejemplo, Dios es perfecto en su amor; sin embargo, por su gracia, nosotros también amamos. Él es todo sabiduría; pero nosotros también poseemos una medida de sabiduría. Él es Todopoderoso; y nosotros ejercemos un poder limitado. Esto mismo no sucede cuando consideramos la auto existencia, la autosuficiencia y la eternidad de Dios. Solo Él posee estas características. Él existe en sí mismo y de sí mismo; no así nosotros. Él es completamente autosuficiente; nosotros no lo somos. Él es eterno, nosotros acabamos de entrar en escena.
La auto existencia significa que Dios no tiene ningún origen y, en consecuencia, no es responsable frente a nadie. Mathew Henry dice: «El hombre más importante y el mejor en el mundo puede decir: Por la gracia de Dios yo soy lo que soy; pero Dios de forma absoluta nos dice -y es más que lo que ninguna otra criatura, hombre o ángel puede decir- que Yo Soy el que Soy». Dios no tiene origen, su existencia no depende de nadie.
La auto existencia es un concepto difícil de aprehender, ya que implica que Dios en su esencia es incognoscible. Todo lo que vemos, olemos, oímos, saboreamos y tocamos tiene un origen. Casi no podemos pensar en otra categoría. Cualquier cosa que observemos debe tener una causa adecuada que explique su existencia. Buscamos esas causas. Esta relación de causa y efecto es la base de la creencia en Dios, y la poseen aun aquellos que no lo conocen verdaderamente. Estos individuos creen en Dios, no porque hayan tenido una experiencia personal con él o porque han descubierto a Dios en las Escrituras, sino sólo porque infieren su existencia. «Todo proviene de algo; como consecuencia, debe haber algo muy grande detrás de todo». Esta relación de causa y efecto nos está señalando la existencia de Dios pero -y este es el punto clave nos está apuntando a un Dios que supera nuestro entendimiento, un Dios que nos trasciende desde todo punto de vista. Nos está indicando que Dios no puede ser conocido y evaluado de la misma manera que el resto de las cosas.
A. W. Tozer ha señalado que esta es una de las razones por la que la filosofía y la ciencia no han visto siempre con buenos ojos la idea de Dios. Estas disciplinas se dedican a la tarea de explicar las cosas tal como las conocemos y por lo tanto se impacientan con cualquier cosa que se niegue a presentarse tal como es. Los filósofos y los científicos admitirán que hay mucho que no conocen. Pero otra cosa será admitir que hay algo que nunca podrán conocer completamente y que ni siquiera cuentan con las técnicas para descubrirlo. Para descubrir a Dios, los científicos pueden intentar rebajar a Dios a su nivel, definiéndolo como «la ley natural», «la evolución», o algún otro principio similar. Pero Dios todavía los elude. Dios es todavía más que lo que abarca cualquiera de estos conceptos.
Posiblemente sea ésta la razón por la que aun la personas que creen en la Biblia parecen dedicarle tan poco tiempo a pensar sobre la Persona y el carácter de Dios. Tozer escribe: Muy pocos de nosotros hemos dejado que nuestros corazones admiren el YO SOY, el Ser auto existente antes del cual nada es pensable. Dichos pensamientos nos resultan demasiado dolorosos. Preferimos pensar sobre algo que nos resulte más beneficioso -cómo construir una mejor trampa para ratones, por ejemplo, o cómo hacer que el cesped crezca más tupido donde antes crecía disperso-. Y es por esto que ahora estamos pagando un precio demasiado alto en la secularización de nuestra religión y en la miseria de nuestras vidas interiores.
La auto existencia de Dios significa que Él no es responsable frente a nosotros ni frente a nadie, y eso no nos gusta nada. Queremos que Dios se explique, que defienda sus acciones. Aun cuando a veces Dios nos explica las cosas, no tiene por qué hacerlo y muchas otras veces no lo hace. Dios no tiene por qué dar explicaciones de sí mismo a nadie.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice