El segundo atributo de Dios que se nos comunica en el nombre «YO SOY EL QUE SOY» es la autosuficiencia. Nuevamente, es posible al menos tener un sentido del significado de este término abstracto. La autosuficiencia significa que Dios no tiene necesidades y por lo tanto no depende de nadie.
Aquí estamos yendo en contra de una idea popular y arraigada: Dios coopera con los seres humanos, cada uno proveyendo de lo que el otro carece. Se supone, por ejemplo, que Dios carece de gloria y por lo tanto crea a los hombres y mujeres para que le provean de ella. Como recompensa, Él los cuida. O se supone que Dios necesita amor y por lo tanto crea a los hombres y mujeres para que le amen. Algunos hablan de la creación como si Dios se hubiera sentido solo y por lo tanto nos hubiera creado para hacerle compañía. En un nivel práctico vemos la misma idea en los que se imaginan que Dios necesita de hombres y mujeres, como testigos y defensores de la fe, para llevar a cabo su obra de salvación, y se olvidan de que Jesús mismo declaró que «Dios mismo puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras» (Lc. 3:8).
Dios no necesita adoradores. Arthur W. Pink escribiendo sobre este tema en su libro «The Attributes of God», dice: Dios no creó porque estuviera bajo ninguna obligación, ni coacción, ni necesidad. Su opción por hacerlo fue exclusivamente un acto soberano de su parte, no hubo ninguna causa exterior a Él, no fue determinado por nada sino por su propio propósito; ya que «hace todas las cosas según el designio de su Voluntad» (Ef. 1:11). Creó sencillamente para manifestar su gloria… Dios no gana nada ni siquiera de nuestra adoración. No tiene necesidad de esa gloria exterior de su gracia que surge de sus redimidos, ya que es lo suficientemente glorioso en sí mismo. ¿Qué fue lo que lo instó a predestinar a sus elegidos para alabanza de la gloria de su gracia? Efesios 1:5 nos responde: «según el puro afecto de su voluntad». …La fuerza de este argumento es que es imposible sujetar al Todopoderoso a cualquier obligación frente a sus criaturas; Dios no tiene nada que ganar de nosotros.
Tozer hace la misma puntualización. «Si todos los seres humanos de pronto se volvieran ciegos, el sol seguiría iluminándolos de día y las estrellas de noche, ya que ni el sol ni las estrellas se deben a los millones que se benefician de su luz. De la misma manera, si todos los hombres de la tierra se hicieran ateos, esto no le afectaría a Dios en absoluto. Él es como es, independientemente de toda otra cosa. Creer en Él, no le añade nada a su perfección; dudar de Él, no le quita nada».
Tampoco necesita Dios de colaboradores. Esta verdad es, quizás, la que nos resulta más difícil de aceptar. Nos imaginamos a Dios como un abuelo cariñoso, si bien algo patético, inquieto por encontrar a alguien que lo pueda ayudar a administrar el mundo y salvar a la raza humana. ¡Qué parodia! Dejemos claro una cosa, Dios nos ha confiado una labor de administración. A la pareja original en el Edén les dijo: «Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra» (Gn. 1:28). Dios también ha encomendado a todos los que creen en Él, «id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Mr. 16:15). Pero ningún aspecto del orden de la creación de Dios obedece a ninguna necesidad de Dios. Dios ha optado por realizar las cosas de esta forma. No necesitaba hacerlo así. Es más, podría haberlo hecho de millones de formas distintas. El hecho de que haya elegido hacer las cosas de esta forma depende, por lo tanto, del ejercicio libre y soberano de su voluntad y no nos otorga ningún valor inherente a nosotros.
Cuando decimos que Dios es autosuficiente también queremos decir que Dios no necesita defensores. Está claro que tenemos oportunidad de hablar en Nombre de Dios frente a los que deshonran su Nombre y difaman su carácter. Debemos hacerlo. Pero aun en el caso de que no lo hiciéramos, no debemos pensar que esto resulta un impedimento para Dios. Dios no necesita ser defendido, porque Él es como es y seguirá siéndolo, sordo a los ataques arrogantes y pecaminosos de los individuos malvados. Un Dios que necesita ser defendido no es un Dios. Por el contrario, el Dios de la Biblia es un Ser auto existente que es el verdadero defensor de su pueblo.
Cuando tomamos conciencia de que Dios es el único verdaderamente autosuficiente, comenzamos a entender por qué la Biblia tiene tanto que decir sobre la necesidad de poner nuestra fe únicamente en Dios y por qué la incredulidad en Dios es un pecado. Tozer escribe: «Entre todos los seres creados, ninguno puede atreverse a confiar en sí mismo. Solo Dios confía en sí mismo; todos los demás seres deben confiar en Él. La incredulidad es en realidad la fe pervertida, porque deposita su confianza no en el Dios vivo sino en los hombres mortales». Si nos negamos a confiar en Dios, lo que realmente estamos diciendo es que nosotros, o alguna otra persona o cosa es más digna de confianza. Y esto es una calumnia contra el carácter de Dios, y es una necedad. No hay nada que sea todo-suficiente. Por otro lado, si comenzamos por confiar en Dios (por creer en Él), tenemos un fundamento firme para nuestra vida. Dios es suficiente, y podemos confiar en su Palabra dada a sus criaturas.
Porque Dios es suficiente es por lo que podemos descansar en esa suficiencia y trabajar eficazmente para Él. Dios no necesita de nosotros para nada. Pero el gozo de llegar a conocerle radica en que, sin embargo, Él se inclina para trabajar en, y por medio de, sus hijos obedientes y fieles.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice