Hemos colocado toda esperanza para nuestra salvación y para los males de este mundo sobre los hombros de un Redentor prometido, que los cristianos identifican con Jesucristo de Nazaret. Cabría pensar si es posible que una persona, no importe lo extraordinaria que fuese, estuviese a la altura de una tarea de esa magnitud. ¿Cómo es posible que un hombre, un simple hombre, pudiera hacer tanto? Esta es la cuestión. ¿Estamos hablando de un hombre? ¿O acaso se trata de Dios? Los cristianos no titubean en admitir que si Jesús no fuera más que un hombre, no importa lo asombroso que pudiera ser, resulta claro que no podría ser nuestro Salvador, ni tampoco es probable que hubiera hecho las cosas sobrenaturales que se le asignan. Por otro lado, si además de un hombre es Dios entonces nada es imposible para Él y sin duda pudo lograr nuestra salvación. Dios no puede mentir; por tanto, lo que ha prometido, necesariamente lo llevará a cabo. La pregunta sobre la deidad de Cristo es, por lo tanto, la cuestión fundamental sobre Jesucristo. Esto no implica que debamos aproximarnos Jesús de una manera mística. Por el contrario, debemos aproximamos a Él como a un hombre verdadero actuando dentro del contexto de la historia, un hombre que realmente dijo e hizo determinadas cosas. Pero no será posible entender este hombre en dicho contexto hasta que reconozcamos que también es Dios, que únicamente su divinidad le otorga significado a su discurso y a sus hechos. Esta fue la experiencia de los primeros discípulos y los apóstoles.
Comenzaremos con los escritos del apóstol Pablo ya que, después de la persona de Jesucristo, Pablo fue sin duda el principal exponente y teólogo de la iglesia primitiva. Además, Pablo no fue uno de los discípulos originales de Cristo, lo que nos podría hacer suponer que su opinión estaba teñida de una afectividad personal. Por el contrario, Pablo comenzó siendo un enemigo acérrimo de Cristo y de la iglesia, y en su juventud hizo todo lo posible por destruirla. Además, su oposición estaba cuidadosamente argumentada. Pablo, un judío piadoso y serio, se aproximaba a la religión sobre el supuesto de que Dios era una unidad. Pablo era monoteísta. Creía que las afirmaciones de los cristianos sobre la divinidad de Jesús eran prácticamente una blasfemia. Resulta claro que si un hombre como Pablo fue convertido, debe haber sido sobre la base de una profunda experiencia religiosa y sobre una evidencia fundada. Filipenses 2:5-11 es un pasaje clave en el que Pablo revela su entendimiento sobre Jesús. En esa breve sección, Pablo recorre la vida de Cristo desde su eternidad pasada, cuando tenía forma de Dios y era igual a Dios, a través de los acontecimientos en su vida terrenal y la eternidad futura, donde una vez más es glorificado con el Padre. Se lo ha equiparado a una parábola, ya que comienza el pasado infinito, desciende hasta el punto de la muerte de Cristo en la cruz, y luego asciende nuevamente hasta el futuro infinito.
Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
Filp. 2:5-11
Cuando habla sobre la posición que Jesús disfrutaba junto al Padre en la eternidad pasada, Pablo usa dos palabras que merecen un estudio detallado. La primera es la palabra griega morphé, que aparece en la frase «en forma de Dios». La palabra en español suele usarse para referirse a la forma visible de un objeto, es decir, a algo exterior. Este es uno de los significados de esta palabra — ocurre en la descripción que Pablo hace de los que tienen «una apariencia de piedad» pero niegan el poder de la religión (2 Ti. 3:5)— pero es el significado menos común. Hay otro uso de la palabra que sugiere la idea bíblica dominante. A veces decimos: «Hoy me siento en buena forma», con lo que no sólo hablamos sobre la mera apariencia exterior sino sobre la condición interior. Esto es lo que Pablo tenía en mente, en primer término, cuando escribía sobre Jesús en su estado antes de la encarnación. Lo que intentaba decir, como un comentarista lo ha expresado, era que «interiormente poseía y exteriormente, desplegaba la propia naturaleza de Dios mismo».
La segunda palabra es aun más importante. Es isos, que significa «igual». En español aparece en los términos científicos «isómero», «isomorfo», «isométrico», y el «triángulo isósceles». Un isómero es una molécula que sólo tiene una pequeña diferencia estructural con otra molécula (como, por ejemplo, ser imágenes espejo entre sí), pero que sin embargo tienen una composición química idéntica. Cuando decimos que dos cosas son isomorfas queremos decir que comparten la misma forma. Isométrico significa «en igual medida». Y un triángulo isósceles es aquel triángulo que tiene dos lados iguales, de la misma longitud. Cuando Pablo utiliza esta palabra con referencia a Jesús está enseñando que Jesús es igual a Dios. Pero, además, esta es la manera en la que el pasaje se desenvuelve como una unidad. Una vez que describe cómo Jesús dejó de lado su gloria previa para convertirse en un hombre y morir por nosotros, Pablo nos muestra a continuación cómo volvió a recibir esa gloria y señala que ahora debe ser confesado como el Señor por toda criatura inteligente que habite el universo de Dios. En la última parte, «el Nombre que es sobre todo nombre» es el Nombre de Dios «el Señor». No hay otro nombre aparte de «el Señor» que pueda equipararse al «Nombre que es sobre todo nombre». El pasaje fluye hacia esta confesión; esto es lo que la afirmación «Jesucristo es el Señor» significa. Quiere decir que «Jesús es Dios». Los términos que Pablo utiliza para describir el homenaje que el universo le rinde a Jesús es una alusión bastante directa a Isaías 45:23, donde Dios mismo declara que Él mismo es el objeto de toda adoración universal: «Que a mí se doblará toda rodilla, y jurará toda lengua». Estos versículos de Filipenses son llamativos por su alto contenido teológico sobre la persona del Señor Jesucristo. Salen al encuentro de otras confesiones menores sobre la persona de Cristo, mostrando que cualquier punto de vista que lo haga simplemente un gran maestro o un gran profeta no corresponde. También son llamativos porque su doctrina sobre Cristo es indirecta. Es decir, la doctrina está expresada no por mérito propio sino que es traída a colación al tratar otro punto. El punto principal que Pablo trata de expresar no es que Jesús es quien es, sino que nosotros tendríamos que ser como Él es. El Obispo Handley C. G. Moule, un comentarista inglés, ha escrito con referencia a esta sección de la carta de Pablo diciendo:
Tenemos aquí una cadena de afirmaciones sobre nuestro Señor Jesucristo, hechas unos treinta años después de su muerte en Jerusalén; hechas a la plena luz del intercambio público cristiano y hechas (cada lector debe sentir esto) no como si se tratara de un tema controvertible, o una contestación a ciertas dificultades o negaciones que pudieran existir, sino con el tono de una certeza ya dilucidada, común y viva. Estas afirmaciones nos brindan, por un lado, la seguridad más completa posible de que Él es un hombre, un hombre según la naturaleza, las circunstancias y la experiencia y, en particular, en la esfera de la relación con Dios el Padre. Pero también nos están dando la seguridad, en el mismo tono, y de una manera que es igualmente fundamental para el argumento que nos ocupa, y es que Él es genuinamente divino del mismo modo que es genuinamente humano.
Hemos considerado con detalle este pasaje ya que las distintas partes de la doctrina de Pablo sobre el Señor Jesucristo están completamente resumidas en este pasaje. Pero esto no debería hacernos concluir que el pasaje en la carta a los Filipenses es el único lugar donde esta cuestión está presentada. Por el contrario, de la misma manera, si bien menos desarrollados, tenemos varios otros pasajes en los distintos escritos de Pablo. Hay otros dos pasajes que tienen el mismo alcance (desde la eternidad pasada a la eternidad futura) y que son 2 Corintios 8:9 y Gálatas 4:4. En el primero de estos pasajes, Pablo habla sobre el Señor Jesucristo como quien «por amor a nosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros, con su pobreza fueseis enriquecidos». En el segundo pasaje, escribe que «cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos». En ambas ocasiones Pablo está considerando una gloria previa de Cristo que por un período fue dejada de lado para poder alcanzar nuestra redención. Todos los demás pasajes que hablan sobre Dios como «enviando a su propio Hijo» también se ajustan a este marco (comparar con Ro. 8:3; 1 Co. 15:47; Ef. 4:8-10). En Colosenses 1:19 se nos dice que agradó al Padre que en Él habitase toda plenitud». En Colosenses 2:9, que «en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad». En otros lugares Pablo habla de Jesús como «Dios manifestado en carne» (1 Ti. 3:16), de su apariencia en la tierra como una «epifanía» (2 Ti. 1:10, en el texto griego) y, lo más preciso de todo, cuando habla de «nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» (Tít. 2:13). «La concepción de la Persona de Cristo que subyace y encuentra expresión en la epístola a los Hebreos no es diferente de la que gobierna todas las alusiones a nuestro Señor en las epístolas de Pablo», como escribió B. B. Warfield, profesor de teología del Seminario Teológico de Princeton hasta su muerte en 1921: Tanto el capítulo 2 de Hebreos, como en el pasaje de Filipenses 2:5-11, se basa sobre la premisa de la preexistencia y la completa divinidad de Cristo. El punto principal es que Cristo se trasladó desde su posición de gloria, anterior a su Encarnación, para poder alcanzar así nuestra salvación y ahora ha sido, de nuevo, plenamente glorificado. «Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo sujetaste bajo sus pies» (2:7-8). «Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles (es decir, fue hecho hombre), a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte» (2:9). En otros pasajes de Hebreos se describe a Jesús como reflejando «la gloria de Dios» y siendo «la imagen misma de su sustancia» (1:3), «santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores» (7:26), y a quien le ha de ser dada «la gloria por los siglos de los siglos» (13:21).
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice