Algo tremendo tiene que haber tenido lugar para poder explicar esta transformación moral tan radical y resonante. Nada menos que el hecho de la resurrección, que el haber visto al Señor resucitado, puede explicar el cambio.

Una quinta evidencia de la resurrección surge a partir del carácter transformado de los discípulos.

Tomemos a Pedro como ejemplo. Antes de la resurrección Pedro está en Jerusalén, siguiendo silenciosamente al grupo que arrestó a Jesús. Esa noche niega a Jesús tres veces. Más tarde está en Jerusalén, temeroso, a puerta cerrada junto con otros discípulos. Pero después de la resurrección todo cambia. Pedro aparece predicando con firmeza. En su primer sermón, en el día de Pentecostés, dice: «Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús Nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella» (Hch. 2:22-24). Unos capítulos más adelante en el libro de Hechos los encontramos delante del Sanedrín judío (quienes habían condenado a Jesús a muerte), diciendo: «Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído» (Hch. 4:19-20).


Algo tremendo tiene que haber tenido lugar para poder explicar esta transformación tan radical y resonante. Nada menos que el hecho de la resurrección, que el haber visto al Señor resucitado, puede explicar el cambio.

Otro ejemplo es Jacobo, el hermano de Jesús. En cierto momento ninguno de los hermanos de Jesús creían en Él (Jn. 7:5). Jesús cierta vez dijo: «No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su casa» (Mt. 13:57). Pero más tarde Jacobo creyó (comparar con Hechos 1:14). ¿Qué provocó este cambio? Evidentemente, sólo la aparición de Jesús, como está registrado en 1 Corintios 15:7.


La última evidencia de la resurrección de Jesucristo, muchas veces pasada por alto, la constituye el cambio del día elegido para la adoración cristiana, del día de reposo judío (el sábado) al domingo, el primer día de la semana. ¿Había algo más establecido y fijo que la tradición judía de apartar el séptimo día para la adoración, como lo practicaba el judaismo? Muy difícilmente. La santificación del séptimo día estaba incluida en la ley de Moisés y había sido practicada durante siglos. Sin embargo, desde un primer momento vemos a los cristianos, aunque eran judíos, considerando al domingo, en lugar del sábado, como el día de adoración. ¿Qué puede explicar este cambio? No hay ninguna profecía, no hay ninguna declaración de un concilio de la iglesia primitiva. La única causa es la resurrección de Jesucristo, un acontecimiento tan significativo que inmediatamente produjo los cambios más profundos, no sólo en el carácter moral de los primeros creyentes, sino en sus hábitos de vida y en las formas de adoración también.

 

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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