Estos peligros, por un lado, muchas veces se toman indebidamente desde una posición subjetiva. El tema de la enseñanza cristiana es la naturaleza de Dios y lo que Él ha hecho para llevar a cabo nuestra salvación mediante la muerte de Jesucristo. Ahora bien, como este tema es emocional y, a la vez, mentalmente motivante, estos creyentes se retraen de la tarea meticulosa de comprender su fe intelectualmente y colocan el énfasis en el sentimiento y la experiencia, en ocasiones hasta el punto de separarlas de la obra de Dios en la historia y hasta de las afirmaciones explícitas y claras que aparecen en la Biblia. Cuando las experiencias que buscan encontrar están ausentes o resultan muy débiles, tratan de fabricarse sentimientos espirituales hacia Dios y así quedan a la merced de la autosugestión, de las circunstancias y hasta de las maquinaciones de satanás, de quien se nos dice que a veces se disfraza como «un ángel de luz» (2 Cor. 11:14). Este énfasis no suele llegar a tales extremos. Con frecuencia es sólo la suposición, muchas veces ni siquiera expresada verbalmente, que para que una persona haya de ser salva es necesario que tenga una determinada intensidad de experiencia religiosa. O al menos, si nos colocamos en un nivel más sofisticado, esa es la impresión que tenemos de la lectura de un libro como The Varieties of Religious Experience («Las distintas expresiones de experiencia religiosa») de William James. Este estudio clásico sobre la psicología de la religión intenta reflejar una gama amplia de experiencias, aportando un análisis imparcial sobre ellas. Las personas que leen este libro, o cualquier otro libro que se le asemeje, pueden sentir, equivocadamente, que no son cristianos simplemente porque nunca han tenido una experiencia tan intensa en sus vidas.
El otro peligro es igualmente perjudicial: una fe cristiana demasiado objetiva. Alguien podría tener un conocimiento bíblico considerable y hasta un cierto grado de conformidad y compromiso intelectual con estas verdades, y sin embargo no haber sido transformado. La fe existe. Pero bien puede tratarse de la fe que menciona Santiago cuando dice: «Tú crees que Dios es uno, bien haces; también los demonios creen, y tiemblan» (Stg. 2:19).
Este peligro está muy latente entre los cristianos conservadores en particular. Harold O. J. Brown dice: «Al insistir, como debiéramos hacer, sobre la naturaleza objetiva de la expiación y la naturaleza efectiva de su aplicación en los seres humanos individuales para la salvación, corremos el riesgo de quedarnos con una doctrina que es puramente histórica y judicial, sin unas dimensiones creíbles y humanas en el espacio y en el tiempo en que nos toca vivir. Además, perdemos de vista que nosotros también estamos inmersos en este proceso, y fue la santificación, la obra continua del Espíritu Santo en nuestras vidas, lo que constituye un proceso que debe darse en nosotros”.
¿Cómo es posible evitar estos peligros? ¿Cómo podemos resolver el problema de tener una revelación objetiva de Dios en la historia y una apropiación vital de esa salvación para nuestro caso? Dejados a nosotros mismos, posiblemente no haya una respuesta convincente. Pero la Biblia nos dice que Dios tiene una solución. De la misma manera que el Padre envió a su Hijo para realizar la obra histórica y objetiva de la expiación que sirviera de base para nuestra salvación, así también envía al Espíritu Santo para que se aplique esa salvación en nosotros personalmente. No se trata de una única acción, simple e indivisible. Más bien involucra una serie de acciones y procesos: el llamamiento de Dios, la regeneración, la justificación, la adopción, la santificación y la glorificación. En cada uno de estos casos, el Espíritu Santo aplica la obra de Cristo en nosotros personalmente.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice