En BOLETÍN SEMANAL

El Espíritu Santo nos ayuda a comprender que juntos somos miembros de un cuerpo. Este ha sido el tema en esta epístola. «Sometiéndoos unos a otros»— ¿por qué? Porque todos somos semejantes a las distintas partes y miembros de un cuerpo. El apóstol introdujo ese concepto al final del primer capítulo, y lo ha desarrollado en 4:11-16. Además, como ya lo he mencionado, éste es el gran tema de 1Corintios 12: «Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular» (v. 27). Si comprendes esto, también comprenderás que lo realmente importante no es que uno sea una parte, sino que es parte de un todo; es el todo lo que más importa y no la parte. Y nuevamente esa es una forma de resolver todos nuestros problemas. En otras palabras, esto te llevará a considerar al cuerpo y al bienestar del cuerpo antes que tu bienestar particular y personal. En efecto, la mitad de nuestros problemas actuales se deben a que somos demasiado individualistas en todo nuestro concepto de la salvación. Gracias a Dios que se trata de una salvación individual, cosa que hemos de subrayar siempre; pero no hemos de considerarlo desde un punto de vista individualista. Las personas siempre piensan en sí mismas y se consideran a sí mismas. Vienen a la iglesia de Dios para recibir algo para ellas mismas. Tratemos de obtener un concepto correcto de la iglesia, de esta institución en la cual hemos sido puestos. No somos sino pequeñas partes y miembros y porciones; por lo tanto, pensemos en el todo y no en la parte. El hombre en el ejército no está luchando por sí mismo, está luchando por su país, ese es el argumento.

Tan pronto como una persona comienza a comprender todas estas cosas, estará dispuesta a pasar por alto sus derechos, sus derechos personales e individualistas. Es preciso que entienda este concepto de la iglesia como cuerpo de Cristo, y el gran privilegio de ser simplemente una pequeña parte del mismo. Entonces ya no pensará primeramente en sus derechos, sino que estará interesado en el desarrollo y avance de todo el cuerpo, también de cada una de las otras partes, también de su vecino, del prójimo de aquél, y así sucesivamente. Juntos se puede ver esta gran unidad, la unidad vital orgánica del todo. La persona que llega a comprender esto ya no se preocupa por sus derechos como tales, ya no habla de ellos, ya no está velando por ellos y guardándolos; todo eso cesa. Además, está dispuesta a escuchar y está lista para aprender. Comprendiendo que no posee el monopolio de toda la verdad y que otras personas también tienen sus opiniones e ideas, siempre está dispuesta a escuchar y aprender. No rechaza las cosas de forma automática; en cambio, es paciente, es comprensiva y si alguien le dice, «pero, espere un minuto, yo creo que.», estará dispuesta a escuchar y a prestarle la atención adecuada. No le va a rechazar de plano, sino que dará a esa persona una oportunidad completa de exponer su posición. Luego la considerará lo mejor que pueda. En otras palabras, este hombre es la antítesis de aquél que he estado describiendo en términos negativos.

Pero podemos proseguir aun más. Esa persona está dispuesta a sufrir, y dispuesta a sufrir injusticias, si es necesario, por amor a la verdad, por amor a la causa, por amor al cuerpo total. Pablo lo ha expresado así en su gran declaración de 1 Corintios 13: «El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no es indecoroso, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser». Eso es lo que el apóstol nos dice aquí que practiquemos: ‘Sometiéndoos unos a otros en el temor de Cristo’. No os envanezcáis, no os jactéis, no seáis desconfiados. Libraos del ego, llenaos de amor, creed, alentad la esperanza, nunca desmayéis, sed pacientes y practicad la generosidad. En efecto, puedo resumir todo esto expresándolo de la siguiente manera: la única persona que puede someterse a otros en el temor de Cristo es la persona que realmente está llena del Espíritu, porque la persona llena del Espíritu es una persona que muestra y exhibe el fruto del Espíritu. Y el fruto del Espíritu es ‘amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza’. Si una persona está llena de estas características, no habrá dificultades con ella, no habrá problemas. Esa persona siempre estará dispuesta a someterse con prontitud, de buena gana, voluntariamente, siempre por el amor a otros y por el bien de la causa entera. La única persona que puede hacer esto es aquella que muestra el fruto del Espíritu, porque está llena del Espíritu.


Extracto del libro: “Vida nueva en el Espíritu”, de Martin Lloyd-Jones

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