Aunque la claridad que se presenta y pone ante los ojos de los hombres, así arriba como abajo, así en el cielo como en la tierra, es suficiente para quitarles toda excusa y pretexto a su ingratitud (pues de hecho Dios ha querido de esta manera manifestar su Majestad y Deidad a todas las criaturas sin excepción alguna, para condenar al linaje humano haciéndolo inexcusable), sin embargo, es necesario que haya otro medio, y más apto, que rectamente nos encamine y haga conocer a quien es Creador del universo. Por lo cual, no sin causa, Dios añadió la luz de su Palabra, a fin de que para nuestra salvación le conociéramos. Es verdad que este privilegio lo concedió Él a los que quiso atraer a sí más familiarmente.
Ya que el entendimiento de cada uno de los hombres es vacilante yendo de un lado para otro, después de haber escogido a los judíos por pueblo particular y suyo propio, los encerró como en un coto para que no se extraviasen como los demás. Y no sin razón hoy nos mantiene con el mismo remedio en el verdadero conocimiento de su Majestad, porque de no ser así, aun aquellos que parecen ser más firmes y constantes que otros, se deslizarían al momento. Porque como los viejos o los lacrimosos o los que tienen cualquier otra enfermedad en los ojos, si les ponen delante un hermoso libro de bonita letra, aunque vean que hay algo escrito no pueden leer dos palabras, mas poniéndose gafas comienzan a leer claramente, de la misma manera la Escritura, recogiendo en nuestro entendimiento el conocimiento de Dios, que de otra manera sería confuso, y deshaciendo la oscuridad, nos muestra muy a las claras al verdadero Dios.
Por tanto es singular don de Dios que, para enseñar a la Iglesia, no solamente se sirva Él de maestros mudos, como son sus obras, de las que hemos hablado, sino que también tenga a bien abrir su sagrada boca, y no solamente haga saber y publique que se debe adorar algún Dios, sino también que Él es el Dios que debe ser adorado; y no solamente enseña a sus escogidos que fijen sus ojos en Dios, sino que Él mismo se les presenta ante los ojos para que lo vean. Él ha observado desde el principio este orden con su Iglesia, a saber: además de aquellas maneras generales de enseñar, ha añadido también su Palabra, que es una nota y señal mucho más cierta para conocerlo. Y no hay duda de que Adán, Noé, Abraham y todos los demás patriarcas, habiéndoseles otorgado este don de la Palabra, han llegado a un conocimiento mucho mas cierto e íntimo, que en cierta manera los ha diferenciado de los incrédulos. Y no hablo de la verdadera doctrina de la fe con que fueron iluminados para esperar la vida eterna. Porque fue necesario para pasar de muerte a vida, no sólo que conocieran a Dios como su Creador, sino también como su Redentor; y lo uno y lo otro lo alcanzaron por la Palabra.
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Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino