La segunda forma en la que Jesús cumple con su función sacerdotal y mediadora es al interceder por nosotros ahora. No se trata de una tarea suplementaria al sacrificio que hizo de sí mismo sobre la cruz, sino más bien de una tarea que es consecuencia de su entrega. En el Nuevo Testamento tenemos varios ejemplos de la intercesión de Cristo por los demás. Hay un ejemplo interesante en su intercesión por Pedro. El relato es que Satanás vino a Dios en cierta ocasión y le dio su opinión sobre Pedro, diciendo: «No sé qué es lo que tu Hijo espera lograr con esa bolsa de viento llamada Pedro. Si me dieras permiso para zarandearlo, lo haría volar como la paja en tiempo de la siega». Dios le da permiso a Satanás para zarandearlo, del mismo modo que le había otorgado permiso para probar a Job (Job 1:12; 2:6). Pero Jesús intercedió por Pedro, rogando que la experiencia fuera edificante y no debilitadora. Pidió que la paja volara para que quedara visible el grano verdadero, que Él había colocado allí. Sus propias palabras a Pedro fueron: «Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos» (Le. 22:31-32).
Conocemos el desarrollo de este suceso y cómo prevaleció la intercesión de Cristo por Pedro. Más tarde en la noche, si bien Pedro había negado al Señor en tres distintas ocasiones, la última vez hasta con maldiciones y juramentos, su fe no había flaqueado. Por el contrario, cuando se dio cuenta de lo que había hecho, estaba lleno de remordimiento y salió y lloró amargamente. A este Pedro que había sido tan humillado vino el Señor con la misión del servicio (Jn. 21:15-19).
Otro ejemplo del Nuevo Testamento lo encontramos en la intercesión que Cristo realiza en su oración por su iglesia (Juan 17). Jesús no ora que sus discípulos puedan ser ricos y obtener posiciones de respeto y poder en el imperio romano, ni siquiera que sean librados de la persecución y el sufrimiento por causa de ser sus testigos. Su oración, por el contrario, es que sean convertidos en la clase de hombres y mujeres que Él desea que sean; o sea, hombres y mujeres en los que las marcas de la iglesia son evidentes: el «gozo, la santidad, la verdad, la misión, la unidad y el amor. Su preocupación por ellos (y por nosotros) es espiritual. Hay una palabra maravillosa usada con respecto a la función mediadora del Señor Jesucristo, doblemente maravillosa porque también es utilizada con respecto al ministerio terrenal del Espíritu Santo. En el idioma griego la palabra es paracletos. Esta palabra suele ser traducida como «Consolador» (si bien esta no es la mejor traducción), «Consejero» o «Abogado». Cristo la usa en sus discursos finales para referirse al Espíritu Santo, cuando habla de «otro Consolador» (Jn. 14:16; comparar con 14:26; 15:26; 16:7). Está también usada con respecto a Jesús mismo (1 Jn. 2:1).
El verdadero sentido de esta palabra proviene de sus connotaciones legales o forenses. Literalmente paracletos proviene de dos palabras griegas: para, que significa «junto con» (la encontramos en las palabras parábola, paradoja, paralelo, y otras), y klétos, que significa «llamado» (también es la raíz de la palabra griega usada para la iglesia, ekklésia, que significa «los llamados»). Un paracleto, por lo tanto, es alguien que ha sido llamado para estar junto a otro para ayudarlo, en otras palabras, un abogado. Es interesante notar que la palabra abogado en castellano antiguo era advocada. La palabra advocado está compuesta por dos palabras, ad, que significa «a» o «hacia», y vocare, que significa «llamar». Por lo cual un advocado, o un abogado como diríamos hoy en día, es alguien que ha sido llamado para ayudar a otro.
El cuadro que tenemos delante de nosotros por lo tanto, es de algo semejante a lo que podríamos llamar un bufete celestial de abogados donde nosotros somos los clientes. Hay una rama celestial presidida por el Señor Jesucristo y una rama terrenal presidida por el Espíritu Santo. Cada uno de ellos ruega por nosotros. El papel que juega el Espíritu Santo es impulsamos a orar e intensificar esa oración aun grado tal que nosotros no somos capaces.
Pablo escribe: «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles» (Rom. 8:26).
De manera similar, el ministerio del Señor en los cielos consiste en interpretar nuestras oraciones de manera correcta y presentar como prueba la eficacia de su sacrificio como la base para nuestro acercamiento a Dios. La consecuencia de todo esto es que podemos ser osados en nuestra oración. ¿Cómo podríamos tener osadía si la respuesta a nuestras oraciones dependiera de la fuerza con que oramos o de lo correcta que sean nuestras peticiones? Nuestras oraciones son débiles, como Pablo confiesa, y muchas veces oramos incorrectamente. Pero, de todos modos, somos osados, porque tenemos al Espíritu Santo que reafirma nuestras peticiones, y tenemos al Señor Jesucristo que las reinterpreta correctamente.
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Extracto del libro “Fundamentos de la fe cristiana” de James Montgomery Boice