El segundo pasaje del Nuevo Testamento que utiliza la palabra propiciación se encuentra en Hebreos 2:17. No tiene el mismo énfasis que el texto en Romanos, ya que en Romanos Pablo está hablando explícitamente de la obra de Cristo como propiciación de la ira de Dios, mientras que en Hebreos el autor está ocupándose más con el tema de la propiciación, es decir, con el tipo de naturaleza que Cristo necesitaba tener para que la propiciación fuese posible. Lo que el autor intenta mostrarnos es que Jesús se hizo uno con la humanidad para poder representarla como fiel sumo sacerdote. «Por lo cual debía ser en toda semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar [propiciar] los pecados del pueblo».
Este texto no menciona explícitamente la ira de Dios. Pero no dice nada que contradiga la idea de una propiciación de la ira de Dios contra el pecado y, en realidad, podemos decir que la sugiere, si bien indirectamente. Por ejemplo, el texto nos habla de Cristo como siendo un sacerdote «misericordioso». La misericordia muestra el favor hacia uno que no se lo merece. Por lo tanto, si aquellos hacia los que Cristo es un misericordioso sacerdote no merecen misericordia, lo que claramente están mereciendo es la ira de Dios, la cual sin embargo ha sido evitada por el sacrificio de Cristo. El versículo habla de Cristo como siendo un sacerdote «al servicio de Dios» (literalmente, «en lo que respecta a aquellas cosas que le corresponden a Dios»).
Es evidente que se trata de una obra dirigida a Dios y no hacia la humanidad. Por último, el pasaje también se está refiriendo al sistema de sacrificios de la antigüedad. La referencia del autor a un «fiel sumo sacerdote» más adelante es explicada en las categorías de los sacerdocios de Aarón y Melquisedec. Jesús es superior a estos sacerdotes porque Él ofrece el sacrificio perfecto y, por lo tanto, el último y el más completo. Los dos últimos usos de la palabra propiciación en el Nuevo Testamento están en la primera epístola de Juan. «Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (2:1-2) y «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados» (4:10).
¿Cuál es el punto central de estos versículos? Nuevamente, ninguno habla directamente sobre la ira de Dios, pero en el primer versículo el dilema humano se transmite al menos indirectamente, del mismo modo que en el versículo de Hebreos. En este caso, la necesidad está sugerida por la referencia a Jesús como nuestro «abogado». ¿Por qué necesitamos de un abogado o de alguien que nos ayude si, en realidad, no estamos en ninguna situación de dificultad delante de Dios? La razón es, por supuesto, que sí estamos con una gran dificultad. Somos pecadores, algo que Juan ya ha estado señalando en los versículos anteriores (1:5-10), y por lo tanto hemos sido condenados y necesitamos un abogado. En este contexto, es comprensible que Juan elija una palabra que habla sobre la obra que un sacerdote realiza cuando revierte la ira de Dios, y presenta esta obra como el suelo firme que podemos pisar para acercarnos a Dios y estar seguros de su favor. Otra indicación que esto es lo que Juan está pensando la encontramos cuando afirma que la muerte de Jesús fue por nuestros pecados «y no solamente los nuestros sino por los de todo el mundo». Es posible que Juan estuviera pensando sobre el hecho que en el judaísmo el sacrificio propiciatorio, ofrecido por el sumo sacerdote el día de la expiación, era únicamente para los judíos; ahora, a partir de la muerte de Jesús, el sacrificio sirve tanto para los judíos como para los gentiles. La mención final (1 Jn. 4:10) no aclara mucho el significado de la propiciación, pero lo que sí hace es vincularla a la idea del amor de Dios, a partir de cual surge el acto de propiciación, proveyéndonos así de «una de esas paradojas tan resonantes, que tanto significan para nuestro entendimiento del concepto cristiano de sacrificio».
La muerte de Cristo es una propiciación genuina de la ira de Dios. Pero, paradójicamente, es el amor de Dios que realiza la propiciación. Llegamos, así, al corazón del evangelio. En el acto de la propiciación tenemos las buenas nuevas que el que es nuestro Creador, de quien nos hemos apartad (por nuestro pecado, es también nuestro Redentor.
Packer resume esto en los siguientes términos: En la Biblia, la descripción básica sobre la muerte de Cristo es la propiciación, o sea, lo que ha aplacado la ira de Dios contra nosotros apartando nuestros pecados de su vista. La ira de Dios es su justicia que reacciona contra nuestra injusticia; y que se manifiesta por una justicia retributiva. Pero Jesucristo nos ha protegido con un escudo de la pesadilla de su justicia retributiva convirtiéndose en nuestro sustituto representativo con esa obediencia a la voluntad de su Padre, y recibiendo sobre sí mismo la paga del pecado. De este modo se ha hecho justicia, porque los pecados de todos los que son perdonados han sido juzgados y el castigo ha recaído sobre la persona de Dios el Hijo, y es sobre esta base que el perdón ahora puede sernos ofrecido a nosotros, los ofensores. En el Calvario, el amor redentor y la justicia retributiva han unido sus manos, por expresarlo de alguna manera, porque allí Dios mostró que Él es «justo, y quien justifica a los que tienen la fe de Jesús».
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Extracto del libro “Fundamentos de la fe cristiana” de James Montgomery Boice