Hay una serie de versículos muy conocidos que explican cómo hemos sido salvos por la gracia de Dios por medio de la fe y no por obras. (Ef.2:10) Pero este pasaje continúa diciendo de manera muy práctica: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas». Dios tiene un plan para la vida de cada cristiano individual y las buenas obras están dentro de ese plan. Sin embargo, nuestra insensibilidad al plan de Dios y nuestra pereza son tan grandes que estamos constantemente intentando eludir esta obligación.
Algunos la tratan de eludir teológicamente. Enfatizan la justificación por gracia por medio de la fe sin obras hasta el extremo de que nuestra obligación de realizar buenas obras desaparece por completo. Por ejemplo, uno de los tratamientos más exhaustivos del capítulo 2 de Efesios es un análisis de cuatrocientas páginas, en las que se dedican veinticuatro páginas al examen de los versículos 8-10. Pero esta frase clave con respecto a nuestro deber de realizar buenas obras recibe sólo la exposición de un párrafo.
Si bien la justificación por la fe sin obras es sin duda la enseñanza bíblica, no significa que no hay cabida para las buenas obras después de que una persona ha sido justificada. Efesios 2:8-10 resalta este hecho con claridad porque la palabra obras aparece dos veces —una como las que Dios maldice y otra como la que Dios bendice—. En el versículo 9 se nos habla de la salvación «no por obras, para que nadie se gloríe». Estas son obras que afloran de nuestra propia naturaleza y en las que podríamos confiar para nuestra salvación. Pero inmediatamente después de decir esto, Pablo habla de aquellas «obras» que Dios ha provisto para que sean hechas por aquellos que han sido justificados.
Otro intento de eludir nuestra obligación de realizar buenas obras es espiritual. Algunos interpretan que se trata de las cosas espirituales y buenas que sabemos que debemos realizar como cristianos —orar, leer la Biblia, testificar—. Si bien estos aspectos de la vida cristiana son sin duda valiosos, no son «buenas obras» en el sentido que Pablo está hablando. Si Pablo estuviera pensando sobre el testimonio, por ejemplo, habría escrito que Dios nos ha ordenado ser sus testigos.
La tercera manera en la que se elude lo implícito de Efesios 2:10 es organizacional. ¡Con cuánta frecuencia resaltamos nuestros inmensos programas sociales y planes de acción social! Puede resultar extraño decir que un énfasis en la acción social evangélica, que tanto se necesita y con la que nuestra generación está en deuda desde hace tanto tiempo, puede sofocar las buenas obras. Pero esto tiene lugar de una manera muy sencilla. Las personas escuchan hablar sobre estos problemas, están impresionadas por su alcance, y concluyen que la única manera como pueden ser tratados adecuadamente es mediante esfuerzos masivos de organizaciones y, entonces, descuidan el bien que podrían hacer como individuos.
Necesitamos buena teología. Necesitamos la oración, el estudio bíblico y otros elementos para tener una vida y un ministerio cristiano saludable. Debemos establecer y sostener programas de acción social efectivos. Pero todas estas cosas no pueden sustituir el que seamos hacedores individuales de buenas obras. Fuera de la vida y el ministerio de Jesús mismo, los cristianos deberíamos ser lo mejor que le ha ocurrido a este mundo. Deberíamos ser fuentes constantes de bien, de compartir, de amor y de servicio para que el mundo sea bendecido y (no debemos perder de vista esto) para que algunos puedan llegar a la fe en nuestro Salvador.
El Señor señaló esta necesidad en el Sermón del Monte cuando llamó a sus seguidores a ser «la sal de la tierra» y «la luz del mundo». La sal es buena y la luz es valorada. Debemos dejar que nuestra sal sea saboreada y nuestra luz vista, argumentó. Y esto para que el mundo «vea vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt. 5:13-16).
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Extracto del libro “Fundamentos de la fe cristiana” de James Montgomery Boice