Dice Ryle: “Hay dos puntos en la religión en los que la enseñanza de la Biblia es muy simple y clara. Uno de estos puntos es el peligro inminente de los impíos; el otro es la perfecta seguridad de los justos. Uno es la felicidad de quienes son convertidos; el otro es la miseria de los no convertidos. Uno es la bendición de estar camino al cielo; el otro es la desgracia de estar camino al infierno».
Estas palabras de Juan Carlos Ryle, nos introducen al tema de la perseverancia de Dios con sus santos….. La doctrina de la perseverancia significa que Dios, que ha comenzado la buena obra al elegir y luego llamar a una persona para la salvación, de acuerdo con su buen propósito, seguirá firme en dicho propósito hasta que la persona elegida y llamada reciba la bendición que ha sido preparada para ella.
Si una persona pudiera ser salvada y luego pudiera perderse, entonces no habría ninguna bendición en la salvación, sólo habría ansiedad. No habría ninguna seguridad o felicidad. Pero como es Dios quien está llevando a cabo la obra y porque está dentro de la naturaleza de Dios el completar lo que comienza, puede haber cabida para un gozo perfecto en la persona que confía en Él. La perseverancia final de los santos es el quinto punto distintivo del calvinismo. Está relacionada con los otros puntos y toma su fuerza a partir de ellos.
En el idioma inglés han sido a veces expresados por un acróstico, TULIP, aunque las palabras sugeridas por estas iniciales no son necesariamente las mejores expresiones para hacer referencia a estas doctrinas.
La T significa la total depravación, la doctrina según la cual los no regenerados nunca pueden hacer nada para satisfacer los estándares de justicia divinos y, en realidad, ni siquiera lo intentan.
La U significa la elección incondicional (“unconditional” en inglés). Significa que la salvación comienza con nuestra elección por parte de Dios y no con la elección que nosotros hacemos de Dios.
La L significa la expiación limitada, la doctrina según la cual la muerte de Cristo fue una expiación real para los pecados específicos de su pueblo y como resultado de la cual ha sido verdaderamente salvado. No se trataba simplemente de una expiación general que hacía la salvación posible pero que en realidad no salvaba a nadie.
La I representa la gracia irresistible, la doctrina a la que hemos hecho referencia en el capítulo anterior bajo el nombre del llamado eficaz.
La P representa la perseverancia de los santos. Ninguna persona que ha sido llamada por Dios y redimida por el Señor Jesucristo se perderá. Como Dios está al principio y en el medio de su plan de salvación, también está en el final.
Estas doctrinas no fueron inventadas por Calvino, ni fueron características sólo propias de su pensamiento durante el período de la Reforma. Son verdades bíblicas, enseñadas por Jesús y confirmadas por Pablo, Pedro y todos los demás escritores del Antiguo y Nuevo Testamentos. Agustín defendió estas doctrinas frente a las negaciones de Pelagio. Lutero creyó en ellas. También Zuinglio las creyó. Es decir, creyeron lo mismo que creía Calvino, y que luego sistematizó en su influyente Institución de la Religión Cristiana. Los puritanos eran calvinistas; por medio de ellos y sus enseñanzas tuvieron lugar en Inglaterra y Escocia los avivamientos nacionales más grandes y más completos que el mundo haya conocido. En este número se encuentran los herederos de John Knox: Thomas Cartwright, Richard Sibbes, Richard Baxter, Mathew Henry, John Owen y otros. En los Estados Unidos de América otras personas fueron influenciadas por hombres como Jonathan Edwards, Cotton Mather y, más adelante, George Whitefield.
En tiempos más recientes el movimiento misionero moderno recibió casi todo los ímpetus y direcciones iniciales de quienes estaban dentro de la tradición calvinista. La lista incluye a William Carey, John Ryland, Henry Martyn, Robert Moffat, David Livingstone, John G. Patón, John R. Mott y otros. Para todos ellos las doctrinas de la gracia no eran un apéndice al pensamiento cristiano sino que eran, en cambio, asuntos centrales, que avivaban y conformaban su predicación y sus esfuerzos misioneros.
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Extracto del libro “Fundamentos de la fe cristiana” de James Montgomery Boice