En ARTÍCULOS

Consideremos el arte:

El arte no es una invención del hombre, sino una creación de Dios. En todas las naciones y las épocas, los hombres se han dedicado al arte del tejido, bordado, costura, extracción y fundición de metales nobles, corte y pulido de diamantes, moldeado de hierro y bronce; y en todos estos países y épocas, sin conocer de los esfuerzos mutuos, se han aplicado las mismas artes a todos estos materiales. Por supuesto que existe alguna diferencia. El trabajo oriental lleva un sello muy diferente al de Occidente. Incluso el trabajo francés y el alemán difieren. Sin embargo, bajo esas diferencias, el esfuerzo, el arte aplicado, el material, el ideal perseguido, es el mismo. Así, también, el arte no alcanzó perfección de una sola vez; entre las naciones, las formas que en un principio fueron crudas y torpes, gradualmente se convirtieron en formas puras, refinadas y hermosas. Las sucesivas generaciones mejoraron sobre los logros anteriores, hasta que, entre las diversas naciones, se alcanzó relativa perfección del arte y la habilidad. De ahí que el arte no es el resultado del pensamiento y el propósito del hombre, sino que Dios ha puesto en diversos materiales determinadas posibilidades de ejecución; y el hombre debe lograr, mediante la aplicación de esta ejecución, lo que se encuentra en ese material y no lo que sea que el mismo hombre escoja.

Dos cosas deben cooperar para efectuar esto. En la creación de oro, plata, madera, hierro, Dios tiene que haber depositado en ellos ciertas posibilidades; y haber creado poder inventivo en la mente del hombre, perseverancia en su voluntad, fuerza muscular, visión precisa y delicadeza de tacto y acción en sus dedos, calificándolo así para desarrollar lo que se encuentra latente en los materiales. Dado que este trabajo tiene la misma naturaleza en todas las naciones, el progreso perpetuo de la misma gran obra que está siendo alcanzado de acuerdo con el mismo plan majestuoso, a través de sucesivas generaciones- todas las aptitudes artísticas y habilidades ejecutivas deben ser forjadas en el hombre por medio de un poder superior y de acuerdo a un mandato superior. Al observar los tesoros de una exposición industrial a la luz de la Palabra revelada, se verá en su desarrollo progresivo y unidad genética la caída del orgullo humano, y se exclamará: “¡Qué es todo este arte y habilidad, sino la manifestación de las posibilidades que Dios ha puesto en estos materiales, y de los poderes de la mente y el ojo y el dedo que Él ha dado a los hijos de los hombres!”

Consideremos el talento personal como completamente distinto del arte:

El orfebre en su arte, y el juez en su oficio, entran en una obra de Dios. Cada uno trabaja en su vocación divina, y todas las habilidades y el juicio que se pueden desarrollar dentro de ella provienen de los tesoros del Señor.

Aún así, un obrero difiere de otro obrero, un general de otro general. Uno de ellos sólo copia el producto de la generación previa a él, y lo lega sin aumentar la habilidad artística. Empezó como aprendiz, e imparte esta habilidad a otros aprendices, pero la destreza artística es la misma. El otro, manifiesta algo parecido a un genio. Rápidamente supera a su maestro; ve, toca, descubre algo nuevo. En su mano el arte es enriquecido. Le es dado, desde los tesoros de la habilidad artística divina, transferir belleza nueva hacia la habilidad humana.

Así también respecto de hombres en el oficio y la profesión. Miles de oficiales entrenados en nuestras escuelas militares se conviertan en buenos maestros de la ciencia de la estrategia tal como se ha practicado hasta ahora, pero no le añaden nada; mientras que entre estos miles puede haber dos o tres dotados de genio militar, quienes en caso de guerra, asombrarán al mundo por sus brillantes hazañas.

Este talento, este genio individual tan íntimamente relacionado con la personalidad del hombre, es un don. Ningún poder en el mundo, puede crearlo en el hombre que no lo posee. El niño nace con o sin él; si es sin él: ni educación, ni rigor – ni siquiera la ambición- pueden llamarlo a existencia. Pero, como el don de gracia es libremente otorgado por el Dios soberano, así también ocurre con el don de la genialidad. Cuando la gente ora, no debería olvidar pedirle al Señor que levante entre ellos hombres de talento, héroes del arte y del oficio.

Cuando en 1870 Alemania obtenía sólo victorias y Francia sólo derrotas, fue la Soberanía de Dios la que dio a la primera generales con talento, y en desaprobación, se los negó a la segunda.

Consideremos la vocación:

Oficiales y mecánicos tienen una alta convocatoria. No todos tienen la misma habilidad. Uno está adaptado para el mar, otro para el arado. Uno de ellos es una persona torpe en la fundición, pero un maestro en el tallado de madera, mientras que otro es todo lo contrario. Esto depende de la personalidad, la naturaleza y el deseo. Y puesto que el Espíritu Santo ilumina la personalidad, Él también determina el llamamiento de cada hombre al oficio o profesión. Lo mismo se aplica a la vida de las naciones. Los franceses se destacan en el gusto, así como en la realización de arte; mientras que los ingleses parecen creados para el mar, maestros en todos los mercados del mundo. El Espíritu Santo da incluso la habilidad y el talento artísticos a una nación de una sola vez, y la retira de igual manera. Holanda, hace tres siglos, superó a toda Europa en tejido, en manufactura de porcelana, en imprenta, en pintura y en grabado. Pero, ¡Cuán gran descenso posterior ha sufrido en estas áreas!, aunque ahora el progreso aparece de nuevo. Lo que encontramos en Israel tiene relación con esto. Esta misma sed y capacidad de conocimiento, ha causado que el hombre caiga.

El primer impulso dado a la habilidad artística fue entre los descendientes de Caín: los Jubales y los Jabales y los Tubal-Caín fueron los primeros artistas. Y aun así, todo este desarrollo, aunque se alimentaba de los tesoros de Dios, se apartó más y más de Él; mientras que Su propio pueblo no lo tenía en absoluto. En los días de Samuel, no se había encontrado ningún herrero en toda la tierra de Canaán. Por lo tanto, el Espíritu que viene sobre Bezaleel y Aholiab, sobre Otoniel y Sansón, sobre Saúl y David, significa algo más que un mero impartir de habilidades y talentos artísticos; particularmente, la restauración de lo que el pecado había corrompido y manchado. Y, por tanto, la iluminación de un Bezaleel vincula la obra del Espíritu Santo a la creación material y a la de la dispensación de la gracia.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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