En ARTÍCULOS

A la pregunta de…, ¿Cómo se originó el Nuevo Testamento? respondemos sin vacilación: por el Espíritu Santo.

Pero…¿Cómo? ¿Él les dijo a Pablo o a Juan: «Siéntate y escribe?»
Los evangelios y las epístolas no nos dan esa impresión. En realidad sí se aplica a la Revelación de San Juan, pero no a las otras escrituras del Nuevo Testamento. Ellas nos dan la impresión de haber sido escritas sin la más mínima idea de estar dirigidas a la Iglesia de todos los tiempos. Sus autores nos dan la impresión de estar escribiendo a ciertas iglesias de su propio tiempo, pensando que después de cien años quizá ni un solo fragmento de sus escritos existiría. Eran conscientes de la ayuda del Espíritu Santo en la escritura de la verdad tal como la presentaban al hablar; pero que estaban escribiendo partes de la Sagrada Escritura, no lo sabían.

Cuando San Pablo terminó su Epístola a los Romanos, jamás pensaría que en épocas futuras sus cartas poseerían una autoridad igual a, o aún mayor, que las de las profecías de Isaías y los Salmos de David para millones de los hijos de Dios. Y tampoco los primeros lectores de su epístola, en la Iglesia de Roma, pudieron imaginar que después de dieciocho siglos los nombres de sus hombres principales serían aún palabras conocidas en todo el mundo cristiano. Pero si San Pablo no lo sabía, el Espíritu Santo sí lo sabía. Tal como por la educación el Señor a menudo prepara a una joven para su aún desconocido y futuro esposo, asimismo el Espíritu Santo preparó a Pablo, Juan y Pedro para sus trabajos. Él dirigió sus vidas, circunstancias, y condiciones; Él provocó que surgieran en sus corazones los pensamientos, las meditaciones, e incluso las palabras requeridas para la escritura del Nuevo Testamento.

Y mientras ellos escribían partes de la Sagrada Escritura, que un día sería el tesoro de la Iglesia universal de todos los tiempos—un hecho que no tenía que ser comprendido por ellos, pero sí que fue guiado por el Espíritu Santo—Él dirigió sus pensamientos para protegerlos de los errores y guiarlos a la verdad. Él sabía de antemano cómo debería ser la versión completa de la Escritura del Nuevo Testamento, y qué partes la integrarían. Tal como un arquitecto, en sus procedimientos, prepara las diversas partes del edificio para después ubicarlas en sus lugares, asimismo el Espíritu Santo mediante diversos trabajadores preparó las diferentes partes del Nuevo Testamento, que posteriormente unió como un todo.

Porque el Señor, que por Su Espíritu Santo motivó la preparación de estas partes, es también el Rey de la Iglesia; Él vio estas partes esparcidas por doquier; dirigió hombres a cuidarlas, y a creyentes a tener fe en ellas. Y, finalmente, por medio de los hombres capacitados, unió todos esos fragmentos sueltos, de manera que gradualmente, de acuerdo a Su Decreto Real, se originó el Nuevo Testamento.

Por lo tanto, no fue necesario que el Nuevo Testamento contuviera sólo escritos apostólicos. Marcos y Lucas no fueron apóstoles; y la noción de que estos hombres tienen que haber escrito bajo la dirección de Pablo o Pedro no tiene prueba o fuerza alguna. ¿Cuál es el beneficio de escribir bajo la dirección de un apóstol? Lo que otorga autoridad divina a los escritos de Lucas no es la influencia de un apóstol, sino que haya escrito bajo la absoluta inspiración del Espíritu Santo.

Creyendo en la autoridad del Nuevo Testamento, debemos reconocer que los cuatro evangelistas tienen idéntica autoridad. En lo que se refiere al contenido, el Evangelio de Mateo sobrepasa al de Lucas, y el de Juan puede exceder al Evangelio de Marcos; pero su autoridad es igualmente incuestionable. La Epístola a los Romanos tiene mayor valor que aquella a Filemón; pero su autoridad es la misma. En cuanto a sus personas, Juan estaba por encima de Marcos, y Pablo por encima de Judas; pero como dependemos no de la autoridad de sus personas, sino sólo de la del Espíritu Santo, estas diferencias personales no son significativas. Por lo tanto, la pregunta no es si los escritores del Nuevo Testamento eran apóstoles, sino que la pregunta es si fueron inspirados por el Espíritu Santo.

Ha complacido al Rey conectar Su testimonio con el apostolado; porque Él dijo: «Vosotros sois Mis testigos.» Por ello sabemos que Lucas y Marcos obtuvieron su información respecto a Cristo de los apóstoles; pero nuestra garantía de la precisión y fiabilidad de sus afirmaciones no es el origen apostólico de las mismas, sino la autoridad del Espíritu Santo. Por lo tanto, los apóstoles son los canales a través de los cuales fluye hacia nosotros desde Cristo el conocimiento de estas cosas; pero si este conocimiento llega a nosotros mediante sus escritos o los escritos de otros, no hace ninguna diferencia. La pregunta vital es si los portadores de la tradición apostólica fueron infaliblemente inspirados o no.

Aunque un escrito fuera endosado por los doce apóstoles, esto no sería prueba fehaciente de su credibilidad o autoridad divina. Porque aunque tuvieran la promesa de que el Espíritu Santo los guiaría a la verdad, esto no excluye la posibilidad de que ellos cayeran en errores o incluso en falsedades. La promesa no implicaba absoluta infalibilidad siempre, sino simplemente cuando actuaran como los testigos de Jesús. De ahí que la información de que un documento proviene de la mano de un apóstol es insuficiente. Requiere la información adicional de que pertenece a cosas que el apóstol escribió como testigo de Jesús.

Si, por lo tanto, la autoridad divina de cualquier escrito no depende de su carácter apostólico, sino exclusivamente de la autoridad del Espíritu Santo, se desprende, como un hecho obvio, que el Espíritu Santo tiene la competa libertad de tener el testimonio apostólico registrado por los apóstoles mismos, o por cualquier otro; en ambos casos la autoridad de estos escritos es exactamente la misma. Las preferencias personales no tienen cabida. En lo que se refiere a forma, contenido, riqueza, y atractivo, podemos distinguir entre Juan y Marcos, o Pablo y Judas. Pero cuando se toca el tema de la autoridad divina ante la cual debemos inclinarnos, entonces, ya no tomamos en cuenta tales distinciones, y preguntamos solamente: ¿Está este o aquel evangelio inspirado por el Espíritu Santo?

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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