El Espíritu Santo no sólo nos ha dejado las Sagradas Escrituras, sino que también actúa después, porque ahora debe ser interpretada. Y sólo Él, el Inspirador, puede dar la interpretación correcta.
Si entre los hombres cada uno es el mejor intérprete de sus propias palabras, ¿cuánto más aquí, donde ningún hombre tendrá la osadía de decir que entiende el significado completo y adecuado del Espíritu tan bien como Él o mejor que Él mismo? Incluso si los autores de ambos Testamentos se levantaran de entre los muertos y nos contaran el significado de sus respectivas Escrituras, ni siquiera eso sería la completa y profunda interpretación. Porque ellos escribieron cosas cuyos significados exhaustivos no comprendían. Por ejemplo, cuando Moisés escribió acerca de la simiente de la serpiente, es obvio que él no comprendió todo lo que significaba el “tú le herirás en el calcañar.” Por tanto, sólo el Espíritu Santo puede interpretar las Escrituras. Y, ¿cómo? ¿Siguiendo el modo de Roma, a través de una traducción oficial como la Vulgata; una interpretación oficial de cada palabra y oración; y una condena oficial a cualquier otra explicación? De ninguna manera. Esto sería muy fácil, pero a la vez muy poco espiritual. La muerte se aferraría a ella. El completo e ilimitado océano de verdad estaría confinado a los estrechos límites de una fórmula. Y la refrescante fragancia de la vida, que siempre encontramos en la página santa, se perdería de inmediato.
Ciertamente las iglesias no pueden ser entregadas a una traducción arbitraria e irresponsable de la Palabra; y apreciamos enormemente el cuidado mutuo de las iglesias al proveer una traducción correcta en el idioma local. Consideramos incluso altamente deseable que, bajo el sello de su aprobación, las iglesias publiquen lecturas expositivas en el margen. Pero ni lo uno ni lo otro debería reemplazar jamás a las Escrituras mismas. La investigación de las Escrituras debería ser siempre libre. Y cuando hay coraje espiritual, entonces que las iglesias revisen su traducción y vean si sus lecturas expositivas necesitan modificación. No, sin embargo, para desestabilizar las cosas cada tres años, sino para que en cada período de vida vigorosa, animada y espiritual, la luz del Espíritu Santo pueda alumbrar en mayor medida sobre las cosas que siempre necesitan más luz.
Por lo tanto, la obra del Espíritu Santo en referencia a la interpretación es indirecta, y los medios usados son:
1) el estudio científico;
2) el ministerio de la Palabra; y
3) la experiencia espiritual de la Iglesia.
Es a través de la cooperación de estos tres factores que, en el curso del tiempo, el Espíritu Santo indica qué interpretación se desvía de la verdad y cuál es el correcto entendimiento de la Palabra.
A esta interpretación le sigue una aplicación.
Las Santas Escrituras son un maravilloso misterio, que tiene la intención de satisfacer las necesidades y conflictos de toda época, nación y santo. Al prepararlas, Él conocía de antemano estas épocas, naciones y santos, y considerando sus necesidades Él las planificó y arregló de la forma en la cual se nos ofrecen hoy a nosotros. Y sólo entonces las Santas Escrituras lograrán el fin en mente, cuando a cada época, nación, iglesia y persona sean aplicadas de tal forma que cada santo recibirá finalmente cualquier porción que haya sido reservada para él en las Escrituras. Por tanto, esta obra de aplicación pertenece sólo al Espíritu Santo, ya que sólo Él conoce la relación que las Escrituras deben mantener finalmente con cada uno de los elegidos de Dios.
Respecto a la manera en que la obra es llevada a cabo, esta puede ser directa o indirecta. La aplicación indirecta viene generalmente a través del ministerio, que logra su fin más elevado cuando frente a su congregación el ministro puede decir: “Este es el mensaje de la Palabra que en este momento el Espíritu Santo tiene en mente para ti.” Una afirmación sobrecogedora, sin duda, y sólo alcanzable cuando uno vive tan profundamente arraigado en la Palabra como en la Iglesia. Aparte de esto también hay una aplicación de la Palabra que viene a través de la palabra de un hermano, hablada o escrita, que es a veces tan efectiva como un largo sermón. La lectura profunda y en silencio de alguna exposición de la verdad ha conmocionado el alma de forma más efectiva, a veces, que un culto en la casa de oración.
La aplicación directa de la Palabra del Espíritu Santo se efectúa al leer las Escrituras o al recordar pasajes. Entonces Él trae al recuerdo palabras que nos afectan profundamente por su singular poder. Y, aunque el mundo sonríe e incluso los hermanos reconocen que no entienden a qué se refiere, es nuestra convicción que la aplicación especial de ese momento fue para nosotros y no para ellos, y que en nuestra alma interior el Espíritu Santo realizó Su propia obra especial.
.-.-.-.-
Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper