“Mi Espíritu no contendrá para siempre con el hombre.”—Génesis 6:3
Antes de entrar al tema de la obra del Espíritu Santo en la restauración del pecador, consideremos la cuestión, muy interesante pero poco tratada, de si el hombre estaba en comunión con el Espíritu Santo antes de la caída.
Si es verdad que el Adán original regresa en el hombre regenerado, se deduce que el Espíritu Santo debió haber morado en Adán en la misma manera en que mora hoy en los hijos de Dios. Pero esto no es así. La Palabra de Dios enseña las siguientes diferencias entre ambos.
- El tesoro de Adán podía perderse, en cambio el de los hijos de Dios no se puede perder.
- Aquel era para obtener la vida eterna, mientras que éstos ya la tienen.
- Adán estaba bajo el pacto de obras. Los regenerados están bajo el pacto de Gracia.
Estas diferencias son esenciales, e indican una diferencia en el estado. Adán no pertenecía al grupo de los impíos que han sido justificados, sino que él fue justo, sin pecado. Adán no vivió según una justicia extrínseca que es por la fe, como los que han sido regenerados, sino que resplandeció con una justicia original que fue verdaderamente suya. Vivió bajo la ley que dice “Haz esto y vivirás, de lo contrario, morirás.”
Por tanto, Adán no tuvo otra fe que aquella que viene por “disposición natural.” Él no ejerció una justicia que es por fe, sino que una justicia original. La nube de testigos de Hebreos 11 no comienza con el Adán que nunca pecó, sino con Abel, antes de que fuese asesinado.
Si cada relación correcta del alma es una de fe, entonces la justicia original necesariamente incluía la fe. Pero esto no es bíblico. San Pablo enseña que la fe es una gracia temporal, que finalmente entra en esa comunión más alta e íntima llamada “vista.” En la Biblia, la fe como medio de salvación siempre es fe en Cristo no como el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, sino como el Redentor, Salvador y Garante, en resumen, la fe en Cristo y en Él crucificado. Y debido a que “Cristo, y Él crucificado” no pertenece al hombre no caído, no es correcto colocar a Adán junto al pecador justificado en lo concerniente a la fe. Aun en el estado de justicia, Adán no vivió en Cristo, ya que Cristo es sólo el Salvador del pecador y no una esfera o elemento en que un hombre vive como hombre. Ante la ausencia de pecado, la Escritura no conoce a ningún Cristo. Y san Pablo enseña que, cuando todas las consecuencias del pecado hayan cesado, Cristo entregará el reino al Padre, a fin de que Dios pueda ser el todo en todos.
Por tanto, Adán y el hombre regenerado no son lo mismo. La diferencia entre sus estados es aun más obvia a la luz de que, fuera de Cristo, el hombre permanece en muerte, no teniendo vida en sí mismo como san Pablo lo dice, “No yo, sino Cristo que vive en mí, quien me amó y se entregó por mí” (Gal. 2:20); por el contrario, Adán tuvo una justicia natural en sí mismo. Los padres siempre han enfatizado firmemente este punto. Ellos enseñaron que la justicia original de Adán no era accidental, sobrenatural, añadida a su naturaleza, sino que era inherente a su naturaleza. No fue la justicia de otro imputada a él y apropiada a través de la fe, sino que era una justicia naturalmente suya. Porque Adán no necesitaba un sustituto. Él se presentaba a sí mismo en la naturaleza de su propio ser. Por tanto, su estado era lo opuesto de lo que constituye para el hijo de Dios la gloria de su fe.
Los maestros de una doctrina diferente son motivados, consciente o inconscientemente, por motivos filosóficos. La teoría ética dice: “En estricto rigor, nuestra salvación no es en la cruz, sino en la Persona de Cristo. Él fue Dios y hombre, por lo tanto, divino-humano, y esta naturaleza divina-humana es comunicable. Esto se nos imparte a nosotros, nuestra naturaleza se vuelve de un tipo superior, y por lo tanto, nos transformamos en hijos de Dios.” Esta es una negación del camino de la fe y un rechazo a la cruz y de toda la doctrina de la Escritura, un gravísimo error. Su conclusión es: “Primero, aun ante la ausencia de pecado, el Hijo de Dios se habría hecho hombre. Segundo, por supuesto que el Adán sin pecado vivía en el Dios-hombre.” Otros, sin estar completamente de acuerdo, enseñan imprudentemente que el Adán sin pecado vivía según la justicia de Cristo. Ojo con las consecuencias de esta enseñanza. La Escritura no permite la concepción de teorías que eliminan la diferencias entre el Pacto de las Obras y el de la Gracia.
Pero el sostener la doctrina aprobada de que la justicia original de Adán era inherente a su naturaleza, y de la imagen divina siendo creada internamente, surge una importante pregunta: ¿Tuvo Adán la misma comunión con el Espíritu Santo que ahora tiene el creyente nacido de nuevo?
La respuesta depende de la opinión que tengamos acerca de la naturaleza de la justicia original. La justicia de Adán era intrínseca. Él estuvo delante de Dios como debería estar el hombre. No le faltaba nada y no le debía nada a Dios. Adán le daba al Señor todo lo que en ese momento le debía. No es importante saber por cuánto tiempo. Un segundo basta para perder el alma para siempre, pero también es el tiempo suficiente para entrar en una correcta posición ante Dios. Por lo tanto, Adán poseía un bien perfecto. Porque la justicia implica santidad y ambas eran perfectas. Aun el más mínimo acto de impiedad o injusticia haría que todo lo que Adán pudiera ofrecer en respuesta a Dios fuera deficiente. Y cuando esa falta de santidad se hizo efectiva, la justicia fue inmediatamente dañada, desgarrada y rota. La más mínima falta de santidad produce inmediatamente la perdida de toda justicia. La justicia no se mide por grados. Aquello que no está perfectamente derecho está torcido. Correcto, y perfectamente correcto son la misma cosa. No lo perfectamente correcto es incorrecto.
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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper