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Veamos algunas de las seducciones a las que somos sometidos:

  1. El poder de la tentación para entenebrecer la mente. El juicio del hombre es afectado por la influencia de la bebida (Os. 4: 11). De la misma forma, la tentación también tiene el poder para entorpecer el juicio del hombre. El dios de este siglo ciega las mentes de aquellos que no creen en el Evangelio, para que no vean la gloria de Cristo (II Cor. 4:4) De una forma semejante, cada tentación disminuye la claridad del entendimiento y del juicio del hombre. La tentación ejerce este poder en una variedad de maneras, pero solo consideraremos tres de las más comunes:

a. La tentación puede dominar la imaginación y los pensamientos de tal manera que uno no puede pensar en ninguna otra cosa. Cuando un hombre es tentado, hay muchas consideraciones que le traerían alivio, pero la tentación es tan fuerte que domina su mente y su imaginación. Es incapacitado para concentrarse en las cosas que le ayudarían a evitarla. Es como un hombre que es dominado por un problema. Hay muchas formas para solucionar el problema, pero él está tan preocupado con el problema mismo que queda ciego ante cualquier posible solución.

b. La tentación puede usar los deseos y las emociones para entorpecer la mente e impedir que se piense con claridad. Cuando una persona permite que sus deseos o sus emociones controlen su pensamiento, entonces dejará de pensar con claridad. A menudo, la tentación cautivará los deseos y las emociones de tal manera que la persona ya no tiene control completo de su razonamiento. Antes de que entre en la tentación particular, puede ver con claridad que cierto curso de acción está equivocado. Sin embargo, cuando la tentación ha obrado sobre sus deseos y emociones, ya no podrá pensar con claridad. Muy pronto estará pensando en cómo justificar o excusar sus acciones pecaminosas.

c. La tentación provocará los deseos malos del corazón del hombre de tal manera que estos deseos controlarán la mente.

El deseo pecaminoso es como un fuego, y la tentación es el combustible que lo hace arder y salir fuera de control. Frecuentemente, la razón del hombre le persuadirá a poner un freno sobre sus deseos pecaminosos recordándole de las consecuencias de lo que desea hacer. Si el fuego de la tentación obra sobre el deseo pecaminoso, entonces la razón ya no tendrá el poder para detenerlo. Nadie sabe la violencia y el poder de un deseo pecaminoso hasta que se encuentre con una tentación especialmente adecuada para este deseo. Aún los mejores de los hombres pueden ser sorprendidos y abrumados por el poder de un deseo pecaminoso cuando se encuentran con una tentación idónea. Piensa de qué manera el temor de Pedro le arrastró para negar a su Señor. ¿Acaso te atreverás a considerarte fuerte cuando tienes un enemigo tan poderoso?

  1. El poder de la tentación en una comunidad. En Apo.3:10, el Señor habla de «la hora de prueba» que ha de venir sobre el mundo entero para probar a los que moran sobre la tierra. Esta «hora de prueba» vino para probar a los descuidados creyentes profesantes de aquel tiempo. Satanás vino como un león para desviarlos de la verdad. Vamos a pensar acerca de tres aspectos de esta clase de prueba:

a. Esta clase de prueba es un juicio de Dios en el cual Dios tiene dos propósitos. El primero es para castigar al mundo que ha menospreciado su Palabra. El segundo es para juzgar a aquellos que falsamente dicen ser creyentes. Esto significa que la prueba tiene un poder especial para cumplir el propósito de Dios. La Biblia habla de personas «que no recibieron el amor a la verdad para ser salvos», personas que no creyeron a la verdad sino que se complacieron en la injusticia. A fin de castigarlos, «Dios les envía un espíritu de error para que crean la mentira a fin de que sean condenados…» (2 Tes.2:9-12). Dios no ha cambiado. En su santa soberanía todavía envía tales pruebas las cuales nunca son en vano, sino que Dios da poder al engaño para cumplir lo que Él quiere.

b. Esta clase de prueba incluye la tentación de seguir el mal ejemplo de otros creyentes «profesantes» que tienen una reputación de ser piadosos. En los tiempos cuando la iniquidad aumenta, las normas generales de la piedad entre el pueblo de Dios disminuyen y se debilitan. Esta declinación empezará con unos pocos creyentes que comiencen a volverse negligentes en sus deberes cristianos, descuidados y mundanos. Estos creyentes se sienten «libres» para seguir sus deseos pecaminosos. Quizás al principio, otros creyentes les condenarán y les redargüirán, pero después de un tiempo se conformarán a su mal ejemplo. Muy pronto los verdaderamente piadoso serán la minoría y los otros la mayoría. Debemos tomar muy en serio el siguiente principio: «Un poco de levadura, leuda toda la masa» (1 Cor.5:6 y Gál.5:9). ¿Qué se necesita para cambiar completamente el ambiente moral de una iglesia? Sólo se necesita que unos cuantos creyentes de una buena reputación caigan en un declive espiritual y que lo justifiquen ante los demás. Pronto una multitud seguirá su mal ejemplo. Es más fácil seguir a los muchos para hacer el mal (Ex.23:2) que mantenernos firmes a favor de la justicia. El mismo principio es verdad en cuanto a las enseñanzas falsas. ¿Qué se necesita para cambiar la posición doctrinal de una iglesia? Todo lo que se necesita es que unos pocos creyentes de buena reputación promuevan y justifiquen la enseñanza falsa. No pasara mucho sin que la multitud comience a seguirles. Muy pocos creyentes se percatan de cuán fuerte es la tentación para seguir el ejemplo de otros. En cada época los creyentes deberían aprender a no poner su confianza en los hombres «piadosos», sino en la Palabra de Dios. Si somos humildes, consideraremos seriamente las opiniones y las prácticas de aquellos que tienen una reputación de ser piadosos. Sin embargo, si sus opiniones y prácticas son contrarias a la Palabra de Dios, no debemos seguir su ejemplo.

c. Esta clase de tentación generalmente incluye fuertes razones para seguir a la multitud hacia el mal. En el punto anterior señalamos que hay una fuerte tentación para seguir el ejemplo de personas que tienen una buena reputación. Además, estos líderes del mal pueden dar «buenas razones» para defender sus opiniones y prácticas. ¿Estás dispuesto a pensar por tí mismo? o ¿Permitirás que otros piensen por ti? Si es así, entonces serás muy fácilmente desviado por las conclusiones falsas de otros. Por ejemplo, el Nuevo Testamento sin lugar a dudas, da una enseñanza muy clara con relación a la libertad que los creyentes tienen en Cristo. Tristemente, no es difícil para algunos pervertir esta enseñanza. Poco a poco, pero ciertamente, las salvaguardas de la santa Ley de Dios son quitadas, y la libertad cristiana es convertida en un pretexto para el pecado. Si los creyentes fueran a ver desde el principio hasta dónde les conducirá esta enseñanza, con horror le volverían la espalda. Podría ser que algunos de estos maestros no se percaten al principio de las consecuencias que sus enseñanzas les traerán. Al principio, su desviación podría parecer pequeña e insignificante. Sin darse cuenta, los maestros y sus seguidores se desvían cada vez mas de la verdad hasta que cambian la verdad de Dios por una mentira» (Rom. 1:25). Por ejemplo, hoy en día hay un número creciente de cristianos “profesantes” que están dispuestos a minimizar y a aun negar la condenación bíblica de las prácticas homosexuales. Esta es una ilustración moderna de esta advertencia. Otras ilustraciones de las desviaciones de los tiempos modernos son: métodos y tácticas de evangelismo que no tienen ningún apoyo bíblico; la omisión en la predicación evangelística de la necesidad del arrepentimiento y la sumisión al Señorío de Cristo; la disminución de las normas bíblicas para la membrecía de la Iglesia y el descuido de la disciplina; la omisión o el abierto rechazo de doctrinas tan fundamentales como la predestinación; la depravación humana y la necesidad de una obra especial del Espíritu Santo para convertir a los impíos; la falta de una enseñanza clara sobre las evidencias de la regeneración, y las normas bíblicas para el proceso de la santificación y la mortificación del pecado, etc.

  1. El poder de la tentación personal: Ya hemos tratado en parte con el poder de la tentación para afectar a una persona; ahora añadiremos dos puntos más:

Primero, ¿Porque es tan fuerte la «hora de la tentación»? Hay dos poderes que obran cuando somos tentados unos es el poder de la tentación desde fuera de nosotros, y el otro es el deseo pecaminoso del corazón. En «la hora de «la tentación» estos dos poderes se junta y toman poder uno de otro. A causa de la tentación, nuestro deseo pecaminoso crece más fuerte; y puesto que nuestro deseo pecaminoso ha crecido más fuerte, el poder de la tentación sobre nosotros crece aún más fuerte.

Hay algunas personas (incluso algunos creyentes) quienes en un tiempo nunca hubieran pensado en caer en ciertas prácticas pecaminosas. Ahora están cometiéndolas con muy poca vergüenza y remordimiento. ¿Cómo ha llegado a suceder esto? Podemos ilustrar este proceso con un ejemplo que es demasiado común: el romper un matrimonio cristiano a causa del adulterio. Cuando estas personas se casaron, tenían la sincera intención de permanecer fieles. No obstante, por todas partes vemos el adulterio, aún en los que dicen ser creyentes. ¿Cómo sucede esto?

La respuesta se encuentra en este principio: el poder de la tentación da fuerzas al deseo pecaminoso para el adulterio. Como el deseo pecaminoso es fortalecido, así el poder de la tentación crece hasta que el poder combinado de los dos persuade a cometer el pecado del adulterio. Este no es un evento que ocurra repentinamente. Hubo un proceso que tuvo lugar, un proceso que probablemente tardó muchos años antes de que el pecado mismo fuese cometido. Generalmente este proceso sucede más o menos de la forma siguiente: Después de algunos años de vida matrimonial, uno de la pareja experimenta la tentación de ser infiel. Esta tentación encuentra una respuesta debido a que despierta el deseo pecaminoso que ya estaba en el corazón.

La primera tentación encuentra una reacción, pero el alma la resiste en parte; quizás se sienta ultrajada al contemplar tal posibilidad. No obstante, aunque la tentación haya sido resistida, ya ha entrado en el alma y ha empezado su obra de fortalecer el deseo pecaminoso para tal pecado. La tentación, de varias maneras distintas, alimenta ese deseo. Así el deseo crece y como resultado, la tentación misma crece en fuerza. Después de un tiempo, el deseo pecaminoso ha crecido tanto que sólo necesita tener una oportunidad favorable y el pecado será cometido.

Hay una sola manera satisfactoria de resistir la tentación, y esta es tratando directamente con los deseos pecaminosos que la tentación trata de fortalecer. Tan pronto como seamos conscientes del deseo pecaminoso, no importa si sea la ambición, el orgullo, la mundanalidad, la impureza o lo que sea; debemos esforzarnos para mortificar (matar) este deseo. La alternativa es esta: Debo matar el deseo pecaminoso o terminará matándome a mí.

Segundo: También debemos considerar que la tentación afecta la totalidad del alma y no sólo el deseo pecaminoso que es despertado. Podemos ilustrar este punto regresando al ejemplo anterior. Cuando la primera tentación para ser infiel viene al creyente, su razón le dirá que esta tentación debe ser resistida. Sin embargo, cuando la tentación ha hecho su entrada en el alma, empezará a obrar sobre sus razonamientos. La razón debería ser gobernada por la conciencia y oponerse a la tentación. No obstante, llega a ser gobernada por el deseo y comienza a favorecer a la tentación. Mientras que el deseo pecaminoso se fortalezca, de una manera u otra, finalmente arrastrará a toda el alma.

Otra vez notemos que hay un proceso. Al principio, la razón dirigida por la voz de la conciencia, se opone a la tentación. Una vez que la tentación ha entrado al alma, encontramos que la razón empieza a obrar progresivamente en favor de la tentación. Muy pronto, la razón que anteriormente no podía ni contemplar tal pecado, lenta pero ciertamente comenzará a contemplar el placer que este pecado pudiera traerle. Paso a paso, la razón es usada para acabar con el temor y la aversión del pecado. Por fin, la razón animará y justificará el mismo pecado que antes ni siquiera podía contemplar. Es espantoso considerar el poder de la tentación para pervertir el uso de la razón para sus propios fines pecaminosos.

Aprended de vuestra propia experiencia y de la de otros. ¿Qué te ha enseñado tu experiencia con la tentación en el pasado? ¿No te enseña que la tentación ha contaminado tu conciencia, que ha echado a perder tu paz, que ha debilitado tu obediencia y te ha escondido el rostro de Dios? Quizás la- tentación ha fallado en persuadirte a ceder ante algún deseo pecaminoso, pero aún así, ¿no ha dejado su sucia huella sobre tu alma provocando muchos conflictos? Todos admitimos que es raro que salgamos de una tentación sin ninguna pérdida espiritual. Si así es tu experiencia, ¿cómo puedes volver a permitir que seas atrapado nuevamente por la tentación? Si estás pasando por un tiempo libre de tentaciones, ten mucho cuidado de no entrar otra vez en ella o quizás algo peor te sucederá.

La meta de Satanás al tentar a los hombres siempre es la misma. En cada tentación su meta final es la de deshonrar a Dios y también arruinar tu alma. ¿Te atreverás a tratar a la ligera o a jugar con la tentación, cuando conoces cual es el propósito de ella? ¿Realmente crees lo que la tentación intenta hacer tanto a Dios como a ti? Entonces, la gratitud hacia Dios exige que uses los medios que Él ha designado para frustrar las metas de Satanás en la tentación.

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Extracto del libro: “La tentación” de John Owen

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