La declaración del Espíritu Santo en II Corintios 7:1 debería, para todos aquellos que se someten a la autoridad de las Sagradas Escrituras, dirimir la cuestión del derecho de los cristianos a las promesas del Antiguo Testamento: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.”
¿Cuáles promesas? Aquellas mencionadas al final del capítulo precedente. Entonces leemos, “¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (II Co 6:16).
¿Y donde dijo Dios esto? Remontémonos a Levítico 26:12, “y andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo.” ¡Esa promesa fue hecha a la nación de Israel en los días de Moisés! Y otra vez leemos, “Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.” (II Cor 6:17-18) Cuyas palabras claramente se refieren a Jeremías 31:9 y Oseas 1:9-10
Observa ahora especialmente lo que el Espíritu Santo dice acerca de las promesas del Antiguo Testamento a través de Pablo. Primero, dice a los santos del Nuevo Testamento “puesto que tenemos tales promesas” (2 Co 7:1). Declara que aquellas antiguas promesas les pertenecen: que las mismas son de su interés personal y derecho; que son herederos de ellas no únicamente con esperanza, sino también con poder – suyas para hacer completo uso de ellas, para alimentarse y gozarse, para deleitarse en ellas y darle las gracias a Dios por las mismas.
Desde que Cristo es nuestro, todas las cosas son nuestras (I Corintios 3:22-23). No permitas que ningún hombre, bajo los pretextos de “dividir correctamente la Palabra,” te desligue de ellas, y te robe las “preciosas y grandísimas promesas” de tu Padre (2 Ped 1:4). Si él se contenta con confinarse a unas pocas epístolas del N.T, deja que así lo haga – esa es su perdida. Pero no le permitas confinarte a tan estrecho alcance. Segundo, somos por consiguiente instruidos a utilizar tales promesas como motivaciones e incentivos para el cultivo de la piedad personal, en el deber privado de la mortificación y el deber positivo de la santificación.
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Extracto del libro: “La aplicación de las Escrituras”, de A.W. Pink