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A estas alturas ya estás avisado de sobra de las consecuencias de andar desarmado. Miremos más de cerca la armadura apropiada. No vale cualquiera; mejor ninguna que una armadura sin acreditar. Solo la armadura de Dios pasa las pruebas. Dos cosas lo demuestran.

  1. Dios es el que establece el tipo de armadura para sus hijos

Un verdadero soldado solo va al frente con la armadura reglada por su general. No se deja al gusto de cada cual llevar lo que quiera; esto daría lugar al caos. De la misma manera, el soldado cristiano se sujeta igualmente a las órdenes de Dios. Aunque el ejército sea terrenal, el Estado Mayor se sienta en los cielos, y es el que decreta las directrices: “Aquí tienes tus órdenes… estas son tus armas”. Y aquellos que hacen más de lo debido o utilizan otra cosa que lo ordenado por Dios, aunque parezcan tener cierto éxito contra el pecado, seguramente se les pedirán cuentas por su osadía.

La disciplina que se aplica en tiempos de guerra humana es muy estricta en este caso. Algunos se han enfrentado al tribunal militar y a la muerte aunque hayan derrotado al enemigo, por haberse olvidado de su rango o haber actuado contra las órdenes. La disciplina divina también es muy precisa en este particular. Dirá a todos aquellos que se inventan formas propias de adorarle, o que fabrican su propia penitencia: “¿Quién te pidió que lo hicieras?”. Esto es realmente ser “sabio con exceso” (Ecl. 7:16), como dice Salomón, atreverse a corregir la ley de Dios y añadir nuestras propias reglas. Dios le dijo a Israel que los falsos profetas malgastaban su tiempo porque no hacían su obra (Jer. 23:32). Tú también malgastarás tu tiempo si haces algo fuera de la voluntad de Dios.

Los pensamientos de Dios no son como los nuestros, ni sus caminos son los nuestros. Si Moisés hubiera dirigido el éxodo de Israel con su propia sabiduría, sería de esperar que saqueara a los egipcios sus caballos y sus armas. Pero Dios quería que su pueblo saliera desnudo y a pie, y Moisés se atuvo a las órdenes. La guerra era de Dios y, por tanto, era razonable que se sometieran a su mandato. Acampaban y marchaban bajo sus órdenes; peleaban cuando Él lo mandaba; y las tácticas y armas utilizadas eran las prescritas por Dios. ¿Qué aprendemos de este ejemplo? En la marcha hacia el Cielo, luchando contra los espíritus malignos y los deseos que nos estorban, también debemos guiarnos por la regla de Dios, detallada para nosotros en su Palabra.

Cristiano, ten cuidado de no confiar en la armadura de Dios, sino en el Dios de la armadura. Todas tus armas son solamente “poderosas en Dios” (2 Co. 10:4). El Arca era el medio de seguridad para Israel, pero cuando la gente empezó a gloriarse en ella en lugar de en Dios, aceleró su derrota. Igualmente, los deberes y las ordenanzas, los dones y las virtudes, son refugio de defensa para el alma; pero deben mantenerse en su lugar. Satanás tiembla como los filisteos ante el Arca al ver a un alma diligente en el uso de sus “virtudes”-, esto es, de la paciencia, el dominio propio, la integridad, etc. Pero cuando la criatura confía más en ellas que en el Señor, está en arenas movedizas.

2. Dios hace la armadura de sus hijos y los adiestra para utilizarla.

Ya hemos visto que lo que hace invencible al alma no es la armadura en cuanto tal, sino en cuanto a que es de Dios. ¿Es la oración armadura, o lo son la fe, la esperanza y la justicia? Solo si constituyen el mandato de Dios y han sido decretadas por Él. Lo que es nacido de Dios vence al mundo, ya sea una fe nacida de Dios, una esperanza nacida de Dios, etc. Pero la camada falsa y adúltera de deberes y virtudes egoístas con las cuales algunos creyentes se arman, habiendo brotado de simiente carnal, no pueden ser divinas.

    Escudriña la etiqueta para ver si tu armadura es la que Dios establece o no. Hay muchas imitaciones en el mercado. La política de Satanás, si no puede satisfacer al pecador con su estado desnudo y pecaminoso, consiste en darle algo débil que, en sí mismo, ni le hace bien a él ni daña al diablo. Tal vez sea la asistencia a los cultos, o las buenas obras, o alguna penitencia autoimpuesta con la cual piensa impresionar tanto a Dios como a los hombres. ¿Creen estos impostores en Dios? Bueno, esperan no ser incrédulos. Pero cómo es su armadura, de dónde salió o si resistirá en el día malo, no se paran a pensarlo. Así mueren miles que creían estar armados contra Satanás, la muerte y el juicio, y todo el tiempo se hallaban desnudos y miserables. Esta gente está peor que quienes no tienen ni un trapo de fingimiento para ocultar sus vergüenzas al mundo.

    Para la mayoría de nosotros, una copia magistral de alguna obra famosa es igual de buena que el original. Pero cuando el pintor mismo viene, puede distinguir en un momento entre lo verdadero y lo falso. Ocurre lo mismo con el hipócrita, apoyado en su propia justicia, que pretende tener fe y esperanza en Dios.

    He aquí un hombre ataviado con armadura resplandeciente, arma en mano… Con la afilada espada de su lengua mantiene las distancias tanto con el predicador como con la Palabra: “¿Quién dice que no soy santo? ¡Nombra un solo mandamiento que no guarde, un deber que descuide!”, exclama indignado. Muchos se impresionan por su apariencia de piedad. Hace falta el ojo avizor del Espíritu para exponerlo, y aun entonces es difícil convencerlo porque Satanás lo ha engañado con gran sutileza. Primero hay que desarmarlo y desnudarlo de su inmunda justicia propia, porque la armadura de Dios nunca se puede poner encima del traje hecho a medida. Por otra parte, el alma que se encuentra desnuda y humillada ante Dios está plenamente consciente de la magnitud de su necesidad y anhela ayuda. ¿Qué es más fácil, entablillar un hueso recién fracturado o intentar corregir uno que se curó torcido?

    Hipócrita piadoso: niega el nombre de Cristo bajo cuyo estandarte finges marchar, o bien abandona la falsa armadura de justicia propia y ven a Él con verdadero arrepentimiento. No te atrevas a llamar a ninguna cosa “armadura de Dios” si no lo glorifica a Él ni te defiende del poder de Satanás.

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    Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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