Si esperamos recobrar la misión bíblica de la familia, lo primero que debemos hacer es restaurar su adoración. Frecuentemente, la gente trata de corregir los problemas de sus familias por medio de cambios superficiales en áreas importantes, pero mientras no traten con la adoración, estas personas serán semejantes a los hombres de Judá que curaban “la herida [del] pueblo con liviandad” (Jer. 6:14). Muchos de los males en la vida familiar se pueden atribuir al abandono de la adoración familiar.
Las palabras “adoración familiar” no se encuentran en la Biblia, pero esta práctica y los principios que la guían sí se pueden encontrar desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Es posible que sea una de las fuerzas más potentes en la vida familiar. Yo he visto a familias que han sido transformadas de forma extraordinaria. Esto ocurre cuando un hombre hace algo muy simple: Toma su Biblia para leerla a su familia. Ocurre una transformación porque la Palabra de Dios es poderosa (Heb. 4:12; Sal. 19). Cuando un hombre lleva a cabo esta obra con un corazón sincero, el resultado es siempre una vida transformada. Además, por medio de esta acción también se levanta la bandera de la autoridad de Cristo en el centro del hogar. Y mediante los manantiales de la Palabra de Dios y el Espíritu Santo, la familia recibe refrigerio y reforma.
Nuestra iglesia se esfuerza por preparar a su gente para esta tarea. Personalmente, he formado a muchos hombres y mujeres para ella con un curso, que consiste en cuatro puntos, sobre el tema de cómo se debe llevar a cabo la adoración familiar. Para esta tarea, en primer lugar, abre la Biblia y léela a tu familia. En segundo lugar, después de leer la Biblia, pregúntale a tu familia cuáles son las verdades espirituales que observaron de manera especial en el texto. En tercer lugar, dirige a tu familia para que hagan oraciones sinceras los unos por los otros, que incluyan peticiones al Señor por su favor, por la familia, la Iglesia, la comunidad, la nación y el mundo, y para que clamen por las almas de los que se pierden. En cuarto lugar, que todos en la familia canten juntos porque al honrar a Dios y la Palabra de su Gracia, se desatan las fuentes de agua viva. El capítulo siguiente contiene instrucciones teológicas y prácticas para que puedas llevar a cabo esta responsabilidad y para que de esta manera se desborden las fuentes de purificación que Dios trae por medio de la adoración. La adoración a Dios es la única esperanza para la restauración del individuo, la familia, la Iglesia y en última instancia, las naciones.
—Scott Brown
Una causa de la decadencia de la fe cristiana en nuestro tiempo
Si pudiéramos poner a un lado las demás contiendas y que en el futuro la única preocupación y contienda de todos aquellos sobre los cuales se invoca el nombre de nuestro bendito Redentor, sea caminar humildemente con su Dios y perfeccionar la santidad en el temor del Señor, ejercitando todo amor y mansedumbre los unos hacia los otros, esforzándose cada uno por dirigir su conducta tal como se presenta en el evangelio y, de una forma adecuada a su lugar y capacidad; fomentar enérgicamente en los demás la práctica de la religión verdadera y sin mácula delante de nuestro Dios y Padre. Y que en esta época de decadencia no gastemos nuestras energías en quejas improductivas con respecto a las maldades de otros, sino que cada uno pueda empezar en su hogar a reformar, en primer lugar, su propio corazón y sus costumbres; que después de esto, agilice todo aquello en lo que pueda tener influencia, con el mismo fin; que si la voluntad de Dios así lo quisiera, nadie pudiera engañarse a sí mismo descansando y confiando en una forma de piedad sin el poder de la misma y sin la experiencia interna de la eficacia de aquellas verdades que profesa.
Ciertamente existe un origen y una causa para la decadencia de la religión en nuestro tiempo, algo que no podemos pasar por alto y que nos insta con empeño a una corrección. Se trata del descuido de la adoración a Dios en las familias por parte de aquellos a quienes se ha puesto a cargo de ellas encomendándoles que las dirijan. ¿No se acusará, y con razón, a los padres y cabezas de familia por la burda ignorancia y la inestabilidad de muchos, así como por la falta de respeto de otros, por no haberlos formado en cuanto a la forma de comportarse, desde que tenían edad para ello? Han descuidado los mandamientos frecuentes y solemnes que el Señor impuso sobre ellos para que enseñaran e instruyeran a los suyos y que su más tierna infancia estuviera sazonada con el conocimiento de la verdad de Dios, tal como lo revelan las Escrituras. Asimismo, su propia omisión de la oración y otros deberes de la religión en sus familias, junto con el mal ejemplo de su conversación disoluta, los ha endurecido llevándolos en primer lugar a la dejadez y, después, al desdén de toda piedad. Sabemos que esto no excusará la ceguera ni la impiedad de nadie, pero con toda seguridad caerá con dureza sobre aquellos que han sido, por su propio proceder, la ocasión de tropiezo. De hecho, estos mueren en sus pecados, ¿pero no se les reclamará su sangre a aquellos bajo cuyo cuidado estaban y que han permitido que partiesen sin advertencia alguna? ¡Los han llevado a las sendas de perdición! ¿No saben que la diligencia de los cristianos en el desempeño de estos deberes, en los años pasados, se levantará en juicio y condenará a muchos de aquellos que estén careciendo de ella en la actualidad?
Concluiremos con nuestra ferviente oración pidiéndole al Dios de toda gracia que derrame esas medidas necesarias de su Espíritu Santo sobre nosotros para que la profesión de la verdad pueda ir acompañada por la sana creencia y la práctica diligente de la misma y que su Nombre pueda ser glorificado en todas las cosas por medio de Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Tomado del prefacio de La Segunda Confesión Bautista de Londres de 1689; reeditada por Chapel Library.