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Si miras a tu alrededor, verás cómo florece el imperio de Satanás a diestra y siniestra. Su gobierno abarca continentes y océanos; sus súbditos son como la arena del mar. Necesitamos estar seguros de que no nos contamos entre ellos, porque hasta en el territorio de Cristo (la Iglesia visible) Satanás ha introducido a sus súbditos. Para descubrir la verdadera lealtad de tu corazón, estudia los criterios siguientes.

Primero, entérate de a quién perteneces. Recuerda que Cristo tenía sus seguidores en la corte de Nerón; pues bien, el diablo también tiene sus siervos en el atrio exterior del cristianismo. Si reivindicas el Nombre de Cristo, debes probarlo con algo más que una conformidad externa a sus ordenanzas.

Cuando los súbditos de un rey van a vivir en países extranjeros, él sabe que aprenderán el idioma y se amoldarán a las costumbres nacionales en todo lo posible. Esto no mina su lealtad hacia el rey; al contrario, los hace súbditos más valiosos. Igualmente, Satanás no se enoja si te pones en el atrio de la Iglesia visible y aprendes el lenguaje de los cristianos. Cede esto sin perder nada. De hecho, a veces le sirve mejor un hipócrita que ofrece una muestra de piedad a la Iglesia reservando su corazón para el adversario.

Cristo y Satanás crean una dicotomía espiritual imposible de pasar por alto y que divide al mundo entero. Tú perteneces a un grupo, y solo a uno. Cristo no admite rival, ni Satanás tampoco. Por tanto no puedes ponerte de parte de los dos. La prueba de la lealtad es muy sencilla: eres súbdito de aquel que lleva la corona en tu corazón; no de aquel a quien halagas con tu lengua.

Para saber si Cristo es tu verdadero Rey, responde a estas preguntas:

  1. ¿Cómo llegó tu rey al trono? Por nacimiento eres súbdito de Satanás, al igual que todo el género humano. Por tanto, él no va a ceder su lugar en tu corazón de forma voluntaria, y ya sabes que no puedes resistir su poder con tus esfuerzos. Solo Cristo, por el Espíritu Santo, es capaz de traer un cambio de gobierno a tu corazón. ¿Has oído alguna vez una voz del Cielo que te llamara, como a Pablo, a postrarte a los pies de Dios y volverte hacia el Cielo? ¿Ha venido Cristo hasta ti, como el ángel acudió a la cárcel de Pedro, para arrancar las cadenas de las tinieblas de tu mente y tu conciencia, haciéndote obediente? De ser así puedes reivindicar que tienes la libertad.

Pero si en todo esto te parece que hablo otro idioma, y no percibes ninguna obra así en tu alma, me temo que aún sigues en la cárcel. ¿Supones por un momento que una nación invasora puede derrocar a un gobierno sin que lo sepan los ciudadanos? ¿Puede ser un rey destronado para coronar a otro en tu alma sin que oigas ruido alguno? Al coronarse Cristo, la celebración jubilosa de su coronación resonará en todo tu ser. Cuando Él llegue para arrebatarle tu alma a Satanás, lo sabrás. Debes decir, como el hombre que Jesús envió a lavarse en el estanque de Siloé: “Habiendo yo sido ciego, ahora veo” (Jn. 9:25). ¿Puedes tu hacerlo?

  • 2. ¿Qué ley obedeces? Las leyes del príncipe de las tinieblas y las del Príncipe de paz son tan contrarias como la naturaleza de ambos: una es la ley del pecado (Rom. 8:2), y la otra la de la santidad (Rom. 7:12). A no ser que el pecado te haya cegado tanto que ya no disciernas entre lo santo y lo profano, debes poder resolver esto sin problemas.

Cuando Satanás acude para tentarte, observa tu reacción. ¿Cómo respondes a sus sugerencias? ¿Te plantas inamovible en las ordenanzas de Dios? ¿O abraza tu alma la tentación como a una queridísima amiga, contenta con tener una excusa para hospedarla? De ser así, ¡estás bajo el poder de Satanás! Pablo dice: “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis? (Rom. 6:16).

  • 3. ¿A dónde acudes para recibir protección? ¿Quién tiene tu confianza? Un buen príncipe protege de buen grado a sus súbditos, y espera que le confíen su seguridad. Por tanto, los súbditos obedientes entregan los asuntos de Estado a la sabiduría de su príncipe y aceptan su consejo. Ante la injusticia, piden justicia; cuando son culpables, se someten a la pena legal y sobrellevan el castigo debido.

¿Confías en la sabiduría de Dios para tratarte con justicia? Un impenitente teme encomendarse al cuidado divino. Sabe que su alma necesita una limpieza a fondo, pero le gusta la mugre y se la quiere quedar; de forma que cierra puertas y ventanas a aquello que es puro y justo, y sirve un festín inmundo para que su naturaleza pecaminosa lo engulla en privado. El mismo temor que aleja al malvado de Dios, estimula al justo a abrir su corazón cuando el Espíritu llama. Acoge la idea de un alma limpia y comprende que la purga que Dios efectúa quita la basura carnal y hace sitio para una mayor bendición.

  • 4. ¿Con quién te identificas? Tu príncipe es aquel cuyas victorias y pérdidas te importan. ¿Qué dices cuando el Espíritu de Dios está a la puerta de tu voluntad e impide el pecado que instiga Satanás? Si estás de parte de Cristo, le amarás más por guardarte de la concupiscencia; de otra manera, te sentirás resentido contra Dios por evitar el deseo verdadero de tu corazón. Cuando Satanás vuelva (y seguro que lo hará), te encontrará anhelando aún el pecado al que se echó de tu puerta. Y él siempre gratifica al alma que busca el pecado.

Cuando ves que Dios bendice los esfuerzos de sus hijos, ¿cómo respondes? ¿Canta con júbilo tu alma al oír que el evangelio prospera? Si sigues siendo un hijo del diablo, cualquier triunfo sobre el pecado constituirá una derrota para tu partido. El gozo de los cristianos te sonará como una campana de hojalata; y volverás a casa murmurando como Amán, furioso por dentro de que algunos de tus pecados favoritos te hayan sido arrebatados y se hayan entregado a Cristo para su destrucción. Pero si Dios es realmente tu Padre, tu corazón se elevará al oír el repicar de las campanas cuando tus compañeros derroten al pecado.

  • 5. ¿Te has unido a las tropas que luchan para someter las insurrecciones de los hombres malvados instigados por Satanás? No basta con ponerte a salvo y vitorear a otros cristianos. Tú también debes correr la carrera que tienes por delante. Si eres cristiano, perteneces a Dios y corres, no para ti mismo sino para Él. Sus deseos deben anteponerse a los tuyos. Si los súbditos pudieran escoger dónde vivir, la mayoría escogería vivir en el palacio con el príncipe. Pero esto no suele ser lo mejor para su señor, de manera que quienes más le aman no solo se niegan de buen grado las delicadezas de la corte, sino que se presentan voluntarios para el servicio de fronteras, donde el enemigo es más fuerte. ¡Y agradecen al príncipe el honor de servirle!

Pablo, en estos términos, estaba dispuesto a postergar el día de su coronación en la gloria y prolongar el día de su tribulación terrenal para poder seguir sembrando para el Reino. Servir a Dios es lo que cuenta en la vida. Nos da la oportunidad de probar nuestra gratitud hacia Él por habernos redimido del poder de Satanás y llevado al Reino de su amado Hijo. ¡Empieza enseguida, cristiano, a redimir el tiempo! Lo que piensas hacer para Dios, hazlo pronto.

Examina tu corazón. Si encuentras de verdad en él una trasferencia de titularidad a nombre de Cristo, alaba a Dios por ser ciudadano del Cielo y no del Infierno. ¡Marca el día de tu nacimiento espiritual en el calendario de tu corazón y haz fiesta! Es el día de tu boda: “Os he desposado con un solo esposo […], Cristo”, dijo Pablo (2 Co. 11:2). Este mismo Cristo te ha dado a ti la promesa de la vida eterna. ¿Sabes que desde la hora en que te sometes a su dominio, todo el dulce fruto del árbol de la vida es tuyo? Es un don perfecto, concedido en amor perfecto, a la novia que aun ahora él está perfeccionando.

Amado cristiano, recuérdate a menudo a ti mismo el cambio que Dios ha hecho en ti. Satanás te tentará para que dudes de la sabiduría de haber escogido a Cristo como soberano, de forma que ¡clava las promesas de Dios en el dintel de la puerta de tu corazón! Estas guardarán a tu alma en cuarentena, y Satanás huirá de ellas como de la peste. Y no dejes que el tiempo te haga olvidar la mazmorra en que Satanás te mantenía preso del pecado, o él podría incitarte a volver allí con sus antiguas mentiras y promesas incumplidas. Compara este horror con el sabor del Cielo, el cual ya has probado, y sabrás que tu mayor gozo en la tierra es solo un aroma lejano de lo que te espera allí.

Aferrarte a un futuro tan maravilloso debe darte el coraje necesario para servir fielmente a Cristo mientras el principado satánico prospera a tu alrededor. No puedes esquivar el servicio. Aunque Cristo no te llame a predicar y a bautizar, puedes ayudar a los que tengan este llamamiento. Tus oraciones afilan la espada del ministro; rompen barreras al crecimiento del reino de Cristo.

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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