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Satanás es astuto y admira la sabiduría de Dios; de forma que obra en los malvados de manera parecida a como Dios lo hace en sus santos. Dios actúa eficazmente en los cristianos (Gál. 2:8; 1 Ts. 2:13) y Satanás hace lo mismo en los hijos de desobediencia (Ef. 2:2). Pero los frutos de su trabajo no se parecen en nada. El Espíritu trae conocimiento y justicia al corazón de los cristianos (Ef. 5:9); mientras Satanás produce envidia y toda maldad en el corazón de los malos. El Espíritu Santo consuela; Satanás aterroriza: como en el caso de Judas, que primero traicionó a su Maestro y luego se ahorcó.

Si eres cristiano, no debes temer que Satanás se infiltre en tu alma. Dios no lo permitirá. Pero el diablo puede atacar y ataca las fronteras de tu fe. Aunque no seas súbdito directo de su poder, eres y siempre serás el objeto principal de su ira. Luchará contra ti en cualquier oportunidad, y solo lo vencerás mientras Dios te dé fuerzas. Si Dios se apartara, te encontrarías enseguida impotente ante este poderoso enemigo. Ha enviado a casa a los más fuertes de tus compañeros, temblando y clamando a Dios, con la sangre de su corazón destilando de sus conciencias heridas.

Todo este estudio del poder de Satanás puede desalentarte, pero esa no es mi intención en absoluto. Son lecciones valiosas, que te ayudarán en la marcha hacia el Cielo y te prepararán para el Reino.

Al estudiar a Satanás, vemos que el poder no constituye base alguna para el orgullo. El orgullo carnal es hijo ilegítimo del poder. Es una concupiscencia concebida en el vientre de Satanás; y aunque tu corazón pueda henchirse cuando nace la misma, será para tu alma como Caín para Abel: un enemigo mortal disfrazado de hermano.

El poder es solamente el atributo legítimo de Dios. Los mortales salimos mal parados cuando lo reclamamos para nosotros mismos, y Satanás también. De hecho, el diablo es la más miserable de las criaturas de Dios, máxime cuando tiene tanto poder para emplearlo en el mal. De haber perdido su potencia angelical cuando cayó, habría ganado con la pérdida. Tiembla, entonces, si tienes algún poder, a no ser que lo utilices para Dios. Una plaga de langostas no es más destructiva para una plantación de trigo que el orgullo para la gracia del hombre.

¿Eres poderoso? ¿Cómo empleas este don de Dios? ¿En su obra, o para satisfacer tus deseos? He aquí uno de los mejores instrumentos que Satanás tiene para tentar. El poder es ciudadano del mundo y desempeña cualquier tarea que le asigne Satanás. Se viste primero de una forma, luego de otra, todo para impresionar a los humanos. Y la mayoría es tan miope que se deja engañar por su falsedad. A veces el poder desfila con seda y joyas, fingiendo que el dinero es la clave de la grandeza; otras veces se viste de una profesión respetada y rechaza hablar con los trabajadores inferiores. También puede llevar un uniforme militar y exigir la obediencia instantánea de cientos de miles por debajo de su rango. Pero, a pesar de todo su alarde de fuerza, el poder es una burbuja que flota en el viento: Dios solo tiene que hacer un gesto con su omnipotente cabeza para que desaparezca en la nada.

Felices serían los demonios y los potentados terrenales, si en el Juicio pudieran aparecer vestidos de pobres esclavos para recibir la sentencia. En aquel día todos sus títulos, dignidad y riquezas ya no se leerán para honrarles, sino para su eterna vergüenza y condenación.

No dudo —ni tú tampoco debes hacerlo— que el poder de Satanás dificulte el alcanzar el Cielo. Si el diablo es tan poderoso y el camino hasta allí está tan atestado de sus buscapleitos, seguramente nos costará algo llegar a desplegar nuestros estandartes en los muros de la nueva Jerusalén. Si ves a alguien que sale solo y desprotegido en un viaje largo y peligroso, llegas a la conclusión de que no espera encontrarse con bandidos en el camino y bien podrías cuestionar su sabiduría. Muchos que aparentan ser cristianos viajan de forma parecida. Te dirán que van camino al Cielo, pero demuestran poca disposición a viajar en compañía de los santos, ¡como si no les hiciera falta comunión durante el viaje! La mayoría de estos van desprovistos de todo lo que se parezca a una armadura. Otros esgrimen alguna esperanza vana y ligera en la misericordia de Dios, sin un solo texto de la Escritura como munición. Tal “esperanza” es una pistola oxidada y explotará en la cara del necio que intente utilizarla.

Estos hombres, muchos de los cuales tienen bastante éxito según el mundo, nunca consiguieron sus riquezas terrenales con el poco esfuerzo que piensan invertir para llegar al Cielo. Saben por experiencia que no se hace fortuna durmiendo, ni se cuida la familia con las manos en los bolsillos. Mientras más avanzas en el camino del éxito, tantos más ladrones hay que intentan engañarte. Y mientras más se acerca el cristiano al Cielo, más son los que intentan engañar a su alma y robarle la corona de gloria si pueden. Subraya bien esto: Nunca podrás defenderte solo contra Satanás, ni con Satanás contra Dios. Pero si te pones al lado de Cristo, serás liberado tanto del yo como del diablo.

¡Alabado sea Dios! El poder de Satanás es grande, pero no hay razón para desesperar. Es un gran consuelo que Dios permita a sus hijos ver que no tenemos por qué temer a Satanás. Que lo teman los que no temen a Dios. ¿Qué son sus montañas de poder ante ti, cristiano? ¡Tú sirves a un Dios que puede hacer que un gusano derribe una montaña! (cf. Is. 41:15). Entonces es indudable que podrá cuidarte a ti. El mayor golpe que Satanás puede dar a tu valor es hacer que le temas excesivamente.

Tengo entendido que hay animales salvajes que, aunque más fuertes que el león, tiemblan al oír su rugido. ¡Cuántas veces has temblado innecesariamente ante la aparición de Satanás, cuando en Cristo tienes el poder para hollarlo bajo tus pies! Esfuérzate por mantener una perspectiva correcta del poder de Satanás, y este león no resultará tan fiero.

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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