Efe. 6:13 Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estad firmes.
¿Que es este día malo que menciona Pablo? Los eruditos bíblicos lo han considerado cuidadosamente. Algunos entienden que el mismo abarca toda la vida del cristiano en la tierra. Según esta interpretación, la exhortación dice algo así: “Hay que cubrirse con toda la armadura de Dios para perseverar hasta el final de la vida, lo que significa un día tras otro de pruebas y tribulaciones”.
Jacob testificó de esta actitud al revisar su vida: “Pocos y malos han sido los días de los años de mi vida” (Gn. 47:9). Para algunos parece que no haya día de sol sin que llueva antes de la noche. Cada día tiene su mal; ¡no necesitamos tomar prestadas las penas de mañana para completar la carga de hoy!
La Palabra nos habla del pan de cada día; también de la cruz diaria, que se nos manda tomar, no a las que nos hacemos (Lc. 9:23). No se refiere a las cruces que nos fabricamos nosotros mismos. Dios, en su providencia, siempre nos dará una cruz que Él mismo haya escogido para nosotros; la cual, aunque se nos manda explícitamente tomarla, nunca se nos dice que la soltemos. Nuestras vidas y nuestras pruebas son igual de largas.
Se ha hablado mucho acerca del lamento de Job en su prueba. Pero escucha lo que dice en cuanto a su anterior prosperidad: “No he tenido paz, no me aseguré, ni estuve reposado; no obstante, me vino turbación” (Job 3:26). Aun en su blanda cama Job daba vueltas, incapaz de dormir bajo la carga de un espíritu oprimido. Nos dice por experiencia que los mayores premios de la tierra no sacian el anhelo del alma. Como creyentes, hasta los tiempos mejores son una cruz porque nos alejan de la corona. Cada día que pasamos en este mundo malo es un día menos en la presencia de Cristo.
El único consuelo que tenemos es que este mal es corto. Nuestra vida, a fin de cuentas, es un día malo. Unos cuantos pasos y estaremos fuera de la tormenta. En este aspecto, hay un abismo cada vez mayor entre el creyente y el pecador. Son como dos viajeros que cabalgan por el mismo país en direcciones opuestas y se ven sumidos en una tormenta. Sin embargo, el cristiano se aleja de ella. Pero el pecador se acerca al ojo de la tormenta. Mientras más avanza, peor le va. A lo que se enfrenta en la tierra es a un chubasco, en comparación con la tempestad que le sobrevendrá cuando le llegue la muerte. La inundación de la ira de Dios tendrá lugar en el Infierno, tanto desde lo alto, de su justo furor, como desde lo profundo, de la conciencia acusadora y atormentada del propio pecador.
Otra explicación del término “el día malo” es que no abarca toda la vida, sino aquella época especialmente cargada de sufrimientos. Aunque ciertamente toda la vida es mala en comparación con el éxtasis del Cielo, una parte de la vida puede considerarse buena, y la otra mala. La tierra es un punto medio entre el Cielo y el Infierno, y participa de ambos. Subimos y bajamos antes de llegar al final del viaje, e inevitablemente encontramos los pantanos más profundos cerca de nuestro destino —esto es, la muerte—, hacia el cual corren todos los problemas de la vida como los arroyos al gran río. Siendo la muerte la suma del mal, considero que a esto se refería Pablo con la expresión “el día malo”.
Naturaleza y características del mal y del “día malo”
Para discernir lo que Pablo quería decir, primero debemos comprender en qué sentido la aflicción es un mal, y en qué sentido no lo es. Ya que Dios mismo se atribuye el haber concebido el “mal” de la aflicción, esta no puede ser ni moral ni intrínsecamente mala. El Señor mismo declaró: “He aquí, yo pienso contra esta familia un mal” (Mi. 2:3). Y en Amos leemos que no había calamidad en la ciudad que Dios no hiciera (Am. 3:6).
Si la aflicción fuera intrínsecamente mala, entonces no debería ser nunca objeto de nuestro deseo, como a veces puede serlo. La aflicción es capaz de adoptar la forma de persecución, por ejemplo. En este caso, cuando tenemos que decidir entre desobedecer a Dios o padecer la persecución, entonces hay que escoger lo último. Cuando llega la prueba, debemos someternos a la mayor aflicción en lugar de al pecado menor. Moisés escogió la persecución junto con el pueblo de Dios en vez de “gozar de los deleites temporales del pecado” (He. 11:25-27).
Otra clase de aflicción es la tentación, ¡que según Santiago es causa de regocijo! (Stg. 1:12). ¿Cómo podríamos “tener por sumo gozo” el caer en algo moral e intrínsecamente malo?
Si el término “mal” aplicado al día de la aflicción no significa pecado ni mal moral, ¿qué significa entonces? ¿En qué aspecto se puede llamar malo al día de la aflicción para los cristianos?
a) En ese día nos abandona el gozo
La aflicción es un mal en el sentido de que nos roba el gozo. Como una medicina amarga, la aflicción tiene un efecto desagradable sobre los sentidos. Por tanto, Salomón, al hablar de los días de enfermedad, los declara tan desagradables que diremos: “No tengo en ellos contentamiento” (Ecl. 12:1). El gozo natural es una flor que abunda bajo el sol de la prosperidad y se marchita al ocultarse este tras la nube de la prueba.
Sin embargo, los cristianos pueden tener su mayor porción de gozo en la aflicción, porque la fuente de su gozo no está en ellos mismos. Dios lo envía, o serían tan desdichados como los demás cuando vienen los problemas. El hecho de que brote el consuelo a partir de la aflicción no es más natural que encontrar uvas en los espinos o maná en el desierto. Pero Dios escoge ese momento para resaltar más la omnipotencia de su amor. Cuando Elias desafió a los profetas de Baal, primero remojó la leña y el sacrificio con agua, y se llenó la zanja hasta los bordes. Entonces oró y bajó fuego del cielo para consumirlo. De manera parecida, Dios puede permitir que un diluvio de aflicciones inunde a sus hijos; entonces enciende aquel gozo interno en su seno consumiendo todas sus penas. Las mismas aguas de la aflicción añaden dulzura a su gozo espiritual. Pero Dios es bueno, y la aflicción es mala.
b) En ese día nos acordamos de pecados pasados
El día de la aflicción trae recuerdos desapacibles de los pecados de nuestra vida. Los pecados antiguos enterrados hace años en la tumba del olvido vuelven a perseguirnos. Sus fantasmas se pasean por la conciencia e igual que la noche aumenta nuestro temor de lo invisible, la aproximación de la muerte incrementa el terror de los pecados que recordamos. Nunca les pareció tan terrible a los patriarcas su pecado como cuando vino sobre ellos la desgracia (Gn. 42:21).
c) En ese día se revela el pecado presente
La aflicción remueve las aguas del alma. Si hay hez de pecado en el fondo, subirá a la superficie. La agitación de la aflicción remueve la capa de pintura del hipócrita, lo cual puede ser la razón de la prueba. Algunos pierden la fe ante la persecución; otros “maldecirán a su rey y a su Dios” (Is. 8:21). Un corazón falso no puede pensar bien del Dios que lo aflige. Pero aun cuando alguien parece lleno de la gracia divina, la aflicción puede revelar que la corrupción es más fuerte y la gracia más débil de lo que se pensaba. Pedro es un ejemplo, cuando salió tan valientemente de la barca al agua, para empezar a hundirse. Al instante vio en su corazón más incredulidad de la que suponía.
Las aflicciones duras son para el alma lo que una lluvia fuerte es para una casa. No notamos las goteras del techo hasta oír caer las gotas y ver los charcos en el suelo. Cuando la tribulación oprime tu alma, pronto revela los puntos débiles de tus virtudes. Por eso ninguno es más compasivo y humilde hacia otras almas doloridas que aquel que mejor conoce la aflicción: ha recibido tantos golpes que mantiene las velas de la autoestima plegadas, y se muestra más pronto a compadecer que a condenar a sus compañeros débiles.
d) En ese día Satanás llega para tentarte
Lo que Marcos llamó “la tribulación” (Mr. 4:17), lo llamó Lucas “el tiempo de la prueba” (Lc. 8:13). Se reúnen ambas cosas: pocas veces Dios nos aflige sin que Satanás añada la tentación en el desierto. Los sufrimientos de Cristo a mano de los hombres y la tentación diabólica llegaron juntos. “Esta es vuestra hora y la potestad de las tinieblas” (Lc. 22:53), dijo Jesús a los sacerdotes y ancianos. Esaú, que odiaba a su hermano por causa de la bendición, dijo en su corazón: “Llegarán los días del luto de mi padre, y yo mataré a mi hermano Jacob” (Gn. 27:41). Los tiempos de aflicción son días de luto; Satanás los espera para hacernos daño.
e) Es el día de la prueba
El refrán dice: “A buen fin no hay mal principio”. Aunque el día de la aflicción sea duro, los cristianos sinceros siempre sacan provecho del mismo. La vara de corrección divina da frutos apacibles de justicia. Sin embargo, en los malos, el resultado es malo. El día de aflicción los deja más impenitentes, endurecidos en el pecado e infames en sus prácticas impías. Cada plaga de Egipto añadió dureza a la plaga de corazón del faraón. A muchos no los purgan sino que los envenenan sus aflicciones. Aunque puede que la aflicción pase, el veneno permanece y brota en peores pecados que antes. Cada aflicción del malo produce otra aflicción mayor, hasta que llega la mayor de todas: el pecador se encuentra en el Infierno, donde se reúnen todas sus aflicciones por toda la eternidad.
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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall