¡Qué tranquilidad habría en el mundo si cada uno y cada cosa ocuparan su lugar! Si el mar se estuviera en su lugar, no habría inundaciones; si los hombres se ubicaran bien, no experimentaríamos las inundaciones de pecado y miseria que casi han ahogado a esta era nuestra. Para contener nuestros espíritus variables dentro de sus límites correctos hace falta una orilla muy firme. Pedro mismo fue amonestado por inmiscuirse en lo que no le importaba. “¿Qué a ti?” (Jn. 21:22), le dijo Cristo; esto es: “Pedro, métete en tus asuntos; esto no va contigo”.
Cinco consideraciones para persuadimos a estar firmes
Para mantener a todo cristiano en su puesto y persuadirlo a estar firme, sin romper filas, ofrezco las siguientes consideraciones, las cuales serán muy valiosas para todos los que aceptan la autoridad de la Biblia como guía de sus pensamientos y acciones.
- Pierdes la aprobación de Dios al abandonar tu puesto y trabajar fuera de tu vocación
¿Por qué? Porque no puedes hacerlo con fe, y “sin fe es imposible agradar a Dios” (Heb. 11:6). No se puede hacer con fe porque no has sido llamado para ello. Dios no agradecerá aquello que no te pidió. Tal vez tuvieras buenas intenciones. También Uza, al sujetar el Arca. Pero “lo hirió Dios allí por aquella temeridad” (2 S. 6:7). Saúl mismo dio una excusa impresionante para ofrecer sacrificio, pero estaba fuera de su lugar, y Dios lo rechazó.
No basta con preguntar: “¿Qué debo hacer?”. También hay que inquirir: “¿Quién lo dice?”. Seguramente Dios te planteará esta pregunta al final, y será mejor que puedas demostrar que te lo encargó él.
Ocuparte de algo que no te incumbe significa descuidar tu tarea. La esposa en Cantar de los Cantares confiesa: “Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé” (Cnt. 1:6). No podía ocuparse de las viñas de los demás y de la suya a la vez. No puedes esperar honrar a Dios mientras abandonas la obra que Él te asigna para hacer algo de tu gusto, por muy digno que parezca. Supongamos que un maestro preguntara a uno de sus alumnos por qué faltó a las clases, y el ausentado dijera que había estado echando una mano en un taller. ¿Sería una excusa satisfactoria? ¡Por supuesto que no! Lo suyo era estar en la escuela, no en el taller.
- 2. Pierdes la protección de Dios al pasar por alto sus restricciones en cuanto a ubicación y vocación.
La promesa dice: “A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos” (Sal. 91:11). Cuando te sales del camino quedas fuera de la cobertura de Dios. Pablo lo expresa así: “Cada uno, hermanos, en el estado en que fue llamado, así permanezca para con Dios” (1 Cor. 7:24). Subraya esta frase: “Así permanezca para con Dios”. Si amas la compañía de Dios, debes quedarte en tu puesto y vocación. Cada paso que des en otra dirección te alejará de él. Es una bendición mucho mayor quedarte en casa en un puesto y una vocación humilde, disfrutando de la dulce presencia de Dios, que vivir en un palacio suntuoso sin él. Verdaderamente, cuando ocupas un puesto o una obra para el cual no has sido llamado, puedes estar seguro de que Dios no estará contigo en la empresa. ¡Valiente aventura permanecer donde no puedas contar con la presencia de Dios para ayudarte o protegerte!
Al cumplir con el deber de nuestro puesto tenemos la garantía celestial de la seguridad; si desertamos, contamos con la garantía celestial del peligro. Es tan peligroso hacer algo fuera de tu vocación como abandonar tu puesto. Igual que la tierra no soportó la usurpación de autoridad por parte de Coré y sus seguidores (Nm. 16:30-33), tampoco el mar acogió a Jonás, el profeta huido. Negándose a servir de escapatoria para el mandamiento de Dios, el turbulento mar hizo que echaran a Jonás por la borda (Jon. 1:14,15). Tampoco acogió el Cielo a los ángeles después de que abandonaran su puesto y oficio creado por Dios (Jud. 6).
La ruina de muchas almas entra por esa puerta. Primero rompen filas, para luego ser arrastrados más adentro en la tentación. Primero Absalón miró por encima de sus límites con pensamientos ambiciosos: ¡quería ser rey! Este deseo caprichoso de salirse de su puesto dio paso a los pecados sangrientos de rebelión, incesto y asesinato, que finalmente le hicieron caer en manos de la venganza divina. El apóstol nos ordena firmeza: “En espíritu estoy con vosotros, gozándome y mirando vuestro buen orden y la firmeza de vuestra fe en Cristo” (Col. 2:5). Solo el ejército en que cada soldado se mantiene en orden cerrado, se ocupa de su deber y se contenta con su tarea, es invencible.
- 3. Dios no te pide cuentas por el trabajo de otro
El rico le dijo a su mayordomo: “Da cuenta de tu mayordomía” (Lc. 16:2). Le pedía que justificara sus propios asuntos, no que diera cuenta de lo encargado a otro. Ciertamente debemos ayudarnos mutuamente, y es un pecado grave no ayudar a un hermano que Dios ha puesto dentro de la esfera de tu deber. Pero si al intentar compensar el pecado de otro te sales de los límites de tu responsabilidad, corres el peligro real de ser accesorio del mismo pecado que quieres prevenir.
Dios no espera que compenses la negligencia de otro cuando ello no incumbe a tu puesto y vocación. Debemos orar por los jueces, para que juzguen en el temor de Dios; pero si no lo hacen, no nos corresponde a nosotros ponernos su toga, subir al estrado y hacer su trabajo. Dios no requiere más que la fidelidad en tu puesto. Seguramente no culparías a un manzano cargado de manzanas por no producir higos o uvas. Esperamos estos frutos de la planta debida. Espiritualmente, aquel que “da su fruto en su tiempo” (Sal. 1:3) es un árbol fructífero en el huerto de Dios.
- 4. Sufres sin necesidad cuando llevas cargas que Dios no reservaba para ti
Antes de lanzarnos a cualquier empresa, deberíamos preguntarnos si estamos bien equipados para llevarla a cabo si se desata una tempestad. Sería una locura iniciar una misión que probablemente nos haría naufragar, y tener que pagar los gastos de las pérdidas y los problemas creados. No esperes el consuelo de Dios si no puedes atribuirle la obra que te hace sufrir. El Salmista dijo: “Por causa de ti nos matan cada día” (Sal. 44:22). Pero si el sufrimiento viene por desubicarnos de nuestra vocación y puesto, no podemos decir “por causa de ti” somos afligidos; sino que hemos de confesar que es “por culpa nuestra”.
Pedro distingue inequívocamente entre sufrir por “entremetido” y como “cristiano” (cf. 1 P. 4:15,16). De este ultimo dice: “No se avergüence, sino glorifique a Dios por ello”. El carpintero que se hiere haciendo su propio trabajo acepta el accidente mejor que aquel otro que se hace daño por tocar la sierra sin necesidad. El que padece sin necesidad añade esto al dolor: que no puede esperar nada de nadie, excepto una dura reprensión. Lo mismo se puede decir del cristiano que sufre daño al meterse en asuntos ajenos. Un niño que se hace daño por escaparse de casa sin permiso, sufre el dolor adicional de un castigo paterno por la desobediencia. Así le sucede al cristiano.
- 5. Un espíritu inestable suele alejar a las personas de su puesto y vocación
Sin duda, algunos siervos de Dios —tales como Moisés, Gedeón, Finees y otros— reciben un llamamiento especial de los cielos para llevar a cabo actos extraordinarios. Sin embargo, estos son raras excepciones; y es peligroso dar por sentado que hemos recibido un llamamiento divino excepcional cuando Dios suele dar sus comisiones de forma más corriente, como a través de su Palabra. Igual podríamos esperar ser enseñados de forma extraordinaria, sin la Biblia, que recibir un llamamiento extraordinario sin confirmación de la Palabra. Cuando yo vea a alguno con dones milagrosos —como tenían los apóstoles y profetas— creeré en la autenticidad del llamamiento extraordinario que reclame. Consideremos por qué hay tantos que se salen de su puesto y llamamiento; la razón no siempre es la misma.
A veces sucede por un espíritu de desidia. Si abandonamos fácilmente lo que debemos hacer, fácilmente somos persuadidos a meternos en asuntos que no nos incumben. El cristiano que no quiere servir a Dios en su propio puesto, pronto se verá haciendo los mandados del diablo y metiendo la hoz en el campo de otro. El apóstol deja esto muy claro: “Aprenden a ser ociosas, andando de casa en casa; y no solamente ociosas, sino también chismosas y entremetidas, hablando lo que no debieran” (1 Tim. 5:13).
Otros abandonan su puesto por un espíritu de soberbia y descontento. Su llamamiento puede ser humilde, pero su espíritu es altanero y orgulloso. Cometen el error de querer elevar su vocación al nivel del orgullo de su espíritu, en lugar de humillar su alma conforme a su llamamiento. En el caso de Coré, no fue tanto que deseara el trabajo del sacerdote como el honor que acompañaba al puesto (cf. Nm. 16). En el caso de Absalón, no fue el celo por la justicia lo que hizo que su espíritu anhelara la corona de su padre, sino la ambición codiciosa oculta tras una fachada de celo (cf. 2 S. 15). Los puestos prominentes en la iglesia y la comunidad son flores tan hermosas que los espíritus soberbios de todas las épocas las han buscado para sus propios jardines. Pero tales flores no crecen bien fuera del suelo debido.
Otro espíritu inestable que aleja a algunos de su puesto es la incredulidad. Esta fue el motivo de que Uza extendiera su mano para sujetar el Arca (cf. 2 S. 6:6). Puesto que él solo era levita, tenía mandamiento de Dios de no tocar el Arca (Nm. 4:15). Pero cuando la misma se tambaleó, la fe del pobre Uza sufrió una sacudida aún mayor; y temiendo la caída del Arca, fue él mismo quien cayó. No había aprendido una verdad esencial: Dios no necesita de nuestro pecado para apuntalar su gloria, su verdad o su Iglesia.
En algunos casos ese espíritu inestable es por celo mal informado. Muchos creen que dado que son capaces de hacer algo (p. ej. predicar), pueden hacerlo. Ciertamente los dones de estos cristianos no tienen por qué perderse. El laico tiene un gran campo en el cual puede ministrar a sus hermanos, aunque no esté llamado al ministerio vocacional. Pero no debe hollar el cerco que Dios ha puesto alrededor del ministerio, causando así desorden en la iglesia. Según la ley mosaica, el que quemara rastrojos y accidentalmente incendiase la cosecha del campo colindante debía hacer restitución (Ex. 22:6). Aunque no pensara dañar la cosecha, su acto fue motivo del incendio, de forma que era responsable. Todos hemos visto cristianos privados que se han adjudicado el cargo de pastor. Me imagino que la mayoría nunca pensaron causar tal conflagración en la iglesia como suele resultar de esta clase de insubordinación. Pero han prendido fuego al cerco que Dios puso entre el llamamiento ministerial y el del pueblo, de forma que son responsables por los daños.
Si reconocemos el ministerio como un oficio particular de la iglesia —y creo que la Palabra nos lleva a hacerlo—, entonces debemos convenir que solo el que esté llamado a trabajar en dicho oficio debe desempeñarlo. Hay muchos en cualquier país que podrían ser diplomáticos, pero únicamente se reconoce como embajadores oficiales a los que pueden mostrar sus credenciales. Aquellos que no han sido comisionados por el llamamiento de Dios para el ministerio pueden hablar la verdad tanto como otros, pero observamos que solo quien actúa por virtud de su llamamiento predica con verdadera autoridad.
Si insistes en predicar sin la comisión divina al ministerio, eres como aquel que se une al ejército en el campo de batalla y anuncia que ha venido para hacer guerra al enemigo común, pero permanece solo, a la cabeza de una tropa que ha reunido, y se niega a aceptar órdenes de los oficiales o a no permitir que su tropa se una a las de ellos. Dudo que el servicio de ese hombre prospere contra el enemigo tanto como el daño que causará distrayendo a todo el ejército.
- – – – –
Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall