1. Abraza la verdad sinceramente
Un corazón desobediente y un juicio incorrecto se alimentan mutuamente, como el hielo y el agua. Los juicios de algunos son inestables porque su corazón está lleno de engaño. Una mente estable y un corazón dividido pocas veces se dan juntos: “El propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida” (1 Tim. 1:5).
Cuando el amor recibe una verdad, la sostiene firmemente, pero el afán de los intereses mundanos puede hacer que la suelte de nuevo. Amnón se hastió pronto de Tamar en la misma medida que la había deseado. Se pueden desechar las verdades preciosas con tanto desprecio como Amnón le mostró a Tamar.
Un corazón errático fácilmente soborna al juicio para que vote a su favor. Nos preguntamos si tal persona se habrá enamorado realmente alguna vez de la verdad.
2. Sigue el ministerio de la Palabra
Un gran propósito de la Palabra es el de fundamentarnos en la verdad: “Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros” (Ef. 4:11-12). ¿Para qué? “Para que ya no seamos niños fluctuantes… (v. 14).
Al recibir la Palabra, presta atención a la parte doctrinal del sermón tanto como a la aplicación. La una hace falta para hacerte un cristiano sólido, la otra para avivarte. Los levitas “hacían entender al pueblo la ley […], y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura” (Neh. 8:7,8). Hay que sembrar antes de regar, y enseñar antes de exhortar.
3. Evita limitar tu juicio a una sola persona o grupo
Debes vivir por tu propia fe, no por la de otro. Busca todo el tiempo necesario para encontrar la verdad con tus propios ojos. Un edificio que se apoya en la casa adyacente es demasiado débil para mantenerse en pie. No dejes que sea la autoridad de un hombre lo que decida, sino las evidencias de la Palabra. Las conclusiones humanas no son más fuertes que astillas para apuntalar un edificio, pero la verdad se cimienta en el fundamento eterno de la sólida roca que es la Palabra de Dios.
Cita la Palabra, no al hombre. Al hacerlo, sin embargo, ten cuidado de no perder el equilibrio. No hay que condenar el juicio de un anciano cuya sabiduría y entendimiento invitan a la reverencia. Seguramente, en este asunto Dios ha puesto el camino verdadero justo en medio entre el desafiar al hombre y el deificarlo. La adoración a las personas concibe al traidor a la verdad, que hace clamar a la multitud “hosanna” cuando se trata del error, y “crucifícala” al paso de la verdad. El manto real de Herodes deslumbró a los espectadores mientras hablaba elocuentemente, pero cuando sus halagadores clamaron: “¡Voz de Dios, y no de un hombre!”, fue comido por los gusanos inmediatamente (Hch. 12:21-23).
El brillante barniz que algunos oradores utilizan ciega el juicio de sus admiradores hasta llegar a la conclusión de que sus palabras son de origen divino. Entonces es difícil amar y estimar a un hombre como tal, y reverenciarlo, sin correr peligro de amar sus errores también. Por eso Dios no quiere que sus hijos llamen a nadie “padre” en la tierra: para no despreciar a nadie ni adorar a nadie (Mt. 23:9).
4. Cuidado con la curiosidad
Aquel que escucha toda nueva opinión y busca las últimas novedades religiosas se acerca peligrosamente al error. El “comezón de oír” que Pablo menciona suele formar una fea pústula de error (2 Tim. 4:3). Tamar perdió su virginidad por ingenua; y la castidad mental es la firmeza en la fe. Así que la gente compromete su salud espiritual si se entrega a toda doctrina que se predica.
Seamos primero oyentes, luego discípulos. La curiosidad acerca de muchas sectas y persuasiones puede hacernos escépticos en cuanto a afirmarnos en la verdad. Agustín, por ejemplo, confiesa que pasó por tantas falsas ilusiones que los errores le hicieron temer a la verdad misma. Si se tiene demasiada afición por los curanderos charlatanes será difícil fiarse del médico competente.
5. Busca humildemente la sabiduría fundamentada de Dios
Un viajero el cual está tan seguro de conocer el camino que por ello no pregunta, puede ser el primero en extraviarse. Cuidado con el orgullo: por muy alto que se eleve ahora, luego lo encontrarás tirado en la zanja del error. Este es el destino que Dios le da al orgullo, y él cumplirá su sentencia.
El orgullo te puede hacer un extraño ante el Trono de la gracia y transformar la oración humilde que busca la verdad, en argumentos ambiciosos. Es necesario que los orgullosos sean avergonzados para que, cuando vuelvan en sí —si la misericordia de Dios lo permite—, puedan “bendecir al Altísimo” como hizo Nabucodonosor (cf. Dn. 4:34).
Guarda esta sabiduría en lo hondo de tu corazón: el Dios que da el ojo para ver la verdad también da la mano para sujetarla. Lo que recibimos de Dios no podemos conservarlo sin Él; atesora tu comunión íntima con el Señor o la verdad no guardará la suya contigo por mucho tiempo. Dios es luz, pero en cuanto el orgullo te sugiere que le des la espalda te diriges a las tinieblas.
6. Que no te ofendan las diferencias de opinión
¿Cómo puede uno estar seguro de lo que es verdad cuando hay tantas creencias distintas dentro del cristianismo? Algunos han tropezado con tanta fuerza en la disensión religiosa que han abandonado la verdad que antes conocían. Aunque no han naufragado en la isla del ateísmo, han ido a la deriva en la incertidumbre, no dispuestos a anclar sus juicios hasta ver una resolución inmediata de toda diferencia de juicio y opinión, para encontrar la unidad en cada aspecto de nuestra religión. Seguramente son tan necios como aquel que se negó a comer hasta que todos los relojes de la ciudad dieran las doce exactamente a la vez.
7. Procura conocer el valor de la verdad en tu corazón
Muchas bibliotecas magníficas han sido destruidas por soldados ignorantes que no sabían el tesoro que tenían delante. El destino de la verdad también depende de las manos que la encuentran. Si la verdad llega a uno que la aprovecha para extraer de ella fuerza y dulzura, entonces operará eficazmente en su corazón. Pero si alguien la recoge sin buscar su consuelo divino y su poder santificador, pronto la tirará en algún callejón como si fuera basura.
También hay personas que bailan alrededor de una vela antes de apagarla ellas mismas. Cuando me entero de alguien que antes tenía como verdadera la doctrina del pecado original y luego la negó, me temo que se haya cansado y haya abandonado la eficacia de la verdad antes de que su juicio perdiera la verdad misma. A veces los creyentes, en los tiempos malos, resbalan y abandonan los antiguos y preciosos principios de la Palabra. Consideremos, por ejemplo, el canto de los Salmos: son tantos los que han dejado esta práctica que me pregunto si habrán disfrutado alguna vez de una comunión preciosa con Dios. ¿Ha bailado alguna vez su corazón ante Dios con amor celestial mientras cantaban con sus labios? ¡Qué extraño resulta escuchar a una persona piadosa negar esto! Cristiano, si alguna vez te has encontrado con Dios en esta puerta del Tabernáculo ¿se enfrió acaso tu corazón antes de menospreciar el deber de cantar alabanzas al Señor?
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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall