En ARTÍCULOS

Igual que la integridad cubre todo defecto, la hipocresía descubre el alma y la deja desnuda ante Dios a pesar del adorno de otras cualidades. Esa pústula se ceba en las perfecciones más dulces y cambia el aspecto de la persona ante Dios más drásticamente que la lepra en el rostro más hermoso.

Es interesante la manera como la Palabra describe los caracteres dispares de Asa y Amasias. De Asa dice: “Sin embargo, los lugares altos no se quitaron. Con todo, el corazón de Asa fue perfecto para con Jehová toda su vida” (1 R. 15:14). Como el oro puro, la integridad admite ligeras imperfecciones.

Las debilidades de Asa no se mencionan como defectos que mancillen su honor, sino como un lunar que un artista puede emplear para que resalte la belleza de sus otras facciones. Aquellos fallos se mencionaron para dar mayor atractivo a su integridad, la cual, a pesar de sus pecados, obtuvo buen testimonio de la boca de Dios.

Pero de Amasias se dice: “Hizo lo recto ante los ojos de Jehová, aunque no de perfecto corazón” (2 Cr. 25:2). Sus actos fueron buenos, pero su actitud torcida, convirtiendo su rectitud en error. Así vemos como la rectitud de Asa le apoyaba a pesar de sus muchas faltas, mientras que la hipocresía condenó a Amasias aun haciendo el bien.

La integridad es la vida de toda virtud y da vida a nuestro deber, al igual que la vida mantiene el cuerpo cálido y agradable. La oración del corazón íntegro deleita al Cielo. Si desaparece la integridad, Dios dirá acerca de la oración lo que Abraham dijo de Sara, a quien amó en vida: “Sepultaré mi muerta de delante de mí” (Gen 23:4).

“No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir” (Is. 1:13). Lo que Dios aborrecía y que le hizo hablar tan fuerte en la aplicación de sus propias ordenanzas era la hipocresía. Esta hace de la oración un ídolo que hay que destrozar, de la fe una ilusión, del arrepentimiento una mentira a voces. “Entonces buscaban a Dios; entonces se volvían solícitos en busca suya” (Sal. 78:34). Pero observa la interpretación dada por el Espíritu Santo: “Pero le lisonjeaban con su boca, y con su lengua le mentían; pues sus corazones no eran rectos con él, ni estuvieron firmes en su pacto” (Sal. 78:36-37).

Entonces, la ira de Dios cayó sobre los hipócritas y los castigó al máximo: Oh Asiria, vara y báculo de mi furor, en su mano he puesto mi ira. Le mandaré contra una nación pérfida, y sobre el pueblo de mi ira le enviaré, para que quite despojos, y arrebate presa, y lo ponga para ser hollado como lodo de las calles (Is. 10:5,6).

No hay que hablar con el forense para determinar la causa de su muerte: era una nación hipócrita y murió de hipocresía. Dios prefería ver “la abominación desoladora” en su Templo sembrando confusión, antes que la abominación del disimulo burlándose en su cara mientras los hipócritas adoraban de labios y pecaban de corazón. De los dos, es más tolerable para Dios ver un Belsasar, que nunca dijo ser su siervo, de juerga profana con sus ídolos y bebiendo en los vasos santos, que a un pueblo que dice ser siervo suyo contaminándose en una adoración maldita por la hipocresía. ¡Ay de aquel que deshonra a Dios fingiendo honrarle!

Dios señala al hipócrita como el pecador con quien saldará cuentas en persona, y a quien castigará en esta vida de forma más extrema. Ha dispuesto las autoridades civiles para castigar a ladrones y asesinos, pero solo Él descubre los pecados secretos: Porque cualquier hombre de la casa de Israel […] que se hubiere apartado de andar en pos de mí, y hubiere puesto sus ídolos en su corazón […}, y establecido delante de su rostro tropiezo de su maldad […], yo Jehová le responderé por mí mismo; y pondré mi rostro contra aquel hombre, y le pondré por señal y por escarmiento, y lo cortaré de en medio de mi pueblo (Ez. 14:7). Esto es: “Mis juicios serán tan terribles que será un ejemplo de mi ira para que lo vean los demás”.

Así que Dios, a menudo, paga al hipócrita por su pecado en esta vida. Por ejemplo, Ananías y Safira murieron por la mano de Dios con una mentira atravesada en la garganta. Judas no compró más en su trato engañoso que una soga para ahorcarse; de hecho su hipocresía fue su verdugo.

Pero si el hipócrita se marcha de este mundo antes de ser desenmascarado y castigado por la ira de Dios, esta lo encontrará a la entrada del Infierno. No será consuelo alguno saber que sus amigos confiaban en que llegaría al Cielo. La reputación que deja atrás no le enfriará las llamas del Infierno. Los demás pecadores parecen meros hermanos menores de condenación para el hipócrita, con el cual, como heredero principal, reciben su parte de la ira de Dios derivada de su justicia. En el Evangelio según Mateo el amo amenaza con destrozar a su siervo malo y dice que “pondrá su parte con los hipócritas” (Mt. 24:51).

Las ofensas de la hipocresía

  1. La hipocresía viola la luz de la naturaleza
    La misma luz que nos enseña que hay un Dios, nos dice también que hay que servirle en verdad; si no, todo cristianismo es vano. La mentira es un pecado acorde con el estilo de vida del incrédulo, pero la hipocresía es la mentira más grave de todas, porque se miente a Dios mismo. Así fue que Pedro le hizo a Ananías la pregunta fatal: “¿Por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo? […]. No has mentido a los hombres, sino a Dios” (Hch. 5:3,4).
  2. La hipocresía es la pecaminosidad de los demás pecados. La hipocresía es entre los pecados como la integridad entre las virtudes. La integridad constituye un adorno que embellece a las demás virtudes. La fe es preciosa por ser “no fingida”, y el amor, “sin fingimiento”. Así que el pecado más odioso de todos es aquel que se comete con hipocresía.

David, al describir a sus burlones compañeros que hablaban de él en la mesa y no podían disfrutar su comida sin sazonarla con comentarios picantes en su contra, los llama “lisonjeros, escarnecedores y truhanes” (Sal. 35:16). Envolvían su vana conversación en un lenguaje sutil que hiciera creer a algunos que aplaudían al Salmista. Pero la hipocresía es corrupción del corazón, y mientras más podredumbre de esta haya en cualquier pecado, más maligno y mortal será.

David menciona “la iniquidad del pecado”: “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado (Sal. 32:5). Probablemente se trata de su adulterio con Betsabé y el asesinato de Urías. Seguramente lo peor de todo fue que se hizo con tal hipocresía que David intentaba justificar sus actos ante Dios y el hombre.

La iniquidad del pecado tiñó más oscuro el comportamiento de David que la sangre inocente derramada. Dios mismo, al describirnos la gravedad del pecado de David, parece hacerlo por la hipocresía que supuso. Vemos la confirmación en el testimonio que él dio de este hombre: “Por cuanto David había hecho lo recto ante los ojos de Jehová, y de ninguna cosa que le mandase se había apartado en todos los días de su vida, salvo en lo tocante a Urías heteo” (1 R. 15:5).

¿No se descarrió la vida de David en ningún paso más que este? ¿O es que el Espíritu de Dios pasó por alto sus otros pecados? No, sino que todos se funden aquí, y se menciona la hipocresía como única mancha sobre su vida. Seguramente fue así porque había menos integridad y mayor hipocresía en este solo pecado que en todos los demás juntos.

La hipocresía hirió gravemente la integridad de David, y aunque no la destruyó, la dejó desamparada y yerma durante algún tiempo, como un hombre en estado de coma. La herida fue grave, ya que la virtud por la que corre la sangre de las demás sufrió una laceración mortal. Aunque la misericordia del pacto de Dios no permitió a su hijo morir de esta herida, había una buena razón para sanar la misma de manera que quedara una cicatriz para señalar a todos nosotros el pecado que Dios odia.

La abominación de la hipocresía también se evidencia en el hecho de que se viste de un manto espiritual y reclama una relación personal con Dios, comunión con Cristo y su justicia, y el consuelo del Espíritu. Estos crímenes tienen puesto un alto precio sobre sus cabezas. Según sea fina o basta la lana, así será la tela. El profano no puede utilizar hilo fino, porque sus obras son solo bastas. El ignorante, que es extraño a los caminos de Dios, no recibirá tanta ira como el hipócrita con sus falsas pretensiones de cristianismo.

  • – – – –

Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar