En BOLETÍN SEMANAL

Algunas observaciones para quienes tienen el deseo de contraer matrimonio. Debes hacerlo…:

  1. Con la mayor prudencia

  Los matrimonios imprudentes, como ya hemos considerado, tienen malas y muy extensas consecuencias y también pasan esas consecuencias a la posteridad. Contamos con la comprensión para controlar nuestras pasiones e ilusiones falsas. Aquel que, en un asunto de tanto alcance como lo es elegir un compañero de por vida, deja a un lado lo primero y escucha sólo la voz de lo segundo, ha renunciado al carácter de un ser racional para dejarse gobernar totalmente por los apetitos carnales. La prudencia previene mucha de la infelicidad humana cuando permitimos que nos guíe.

En este sentido, la prudencia no deja que nadie se case hasta tener un medio de vida seguro. Me resulta obvio que la presente generación de jóvenes no se distingue por su discreción en este aspecto. Muchos tienen mucho apuro por contraer matrimonio y ser cabeza de familia antes de tener con qué mantenerla. En cuanto llegan a la mayoría de edad, si tienen trabajo o no, antes de haberse asegurado que su trabajo sea un éxito, buscan esposa y hacen una elección apurada y quizá insensata. Los hijos comienzan a llegar antes de tener los medios adecuados para mantenerlos… Los jóvenes tienen que razonar y contemplar el futuro. Si no lo hacen y, en cambio, se precipitan a tener que enfrentar los gastos del hogar antes de tener los recursos para hacerlo, a pesar del canto de la sirena que son sus ilusiones, presten atención a la voz de advertencia o prepárense para comer las hierbas amargas de inútiles lamentos…

“Se ha dicho que nadie yerra en este sentido tanto como los pastores. ¡Cómo puede ser! Es difícil imaginar que aquellos cuyo deber es inculcar prudencia, sean ellos mismos conocidos por su indiscreción… El pastor, quien debe recomendar cuidado en todos los aspectos de la vida, ¿cómo se va a casar con una mujer sucia y descuidada? El pastor, quien debe demostrar un espíritu humilde y tranquilo preciado ante los ojos de Dios, ¿cómo se va a casar entonces con una mujer que regaña y critica constantemente? El pastor, quien debe tener la misma relación con toda su congregación por igual, a quien le debe su amor y su servicio, ¿cómo se va a casar entonces con una mujer que se apega a unas pocas amigas, escucha sus secretos y divulga los propios, y se limita a relaciones dentro de un grupito seleccionado y exclusivo de sus preferidos, lo cual haría que su pastorado fuera insoportable o motivo de despido?

A mis hermanos en el ministerio recomiendo, y lo recomiendo con tanta seriedad que no tengo palabras suficientemente enfáticas para expresarla, que tengan gran cautela en este asunto tan delicado e importante. En su caso, los efectos de un matrimonio imprudente se sienten en la iglesia del Dios viviente…

  • 2. Siguiendo los dictados de la fe cristiana

El matrimonio siempre debe contraerse siguiendo los dictados de la fe cristiana. La persona piadosa no debería casarse con alguien que no sea también piadosa. No es conveniente unirse a un individuo, aun de una denominación distinta, cuando cada uno, obedeciendo a su conciencia, asiste a su propia congregación. No es bueno separarse los domingos por la mañana para ir uno a un lugar y el otro a otro. La caminata más deliciosa que una pareja consagrada puede hacer es ir juntos a la casa de Dios y conversar sobre los temas importantes de la redención y las realidades invisibles de la eternidad. Nadie quiere perderse esto voluntariamente… No obstante, si el interés de la pareja fuera lo único en juego, sería una cuestión de menos consecuencia, pero es una cuestión de conciencia y un asunto en el cual no tenemos opción. “Libre es para casarse con quien quiera”, dice el Apóstol refiriéndose a las viudas, “con tal que sea en el Señor” (1 Cor. 7:39).

Ahora bien, aunque esto fue dicho con referencia a una mujer, toda la Ley se aplica con la misma fuerza al otro sexo. Esto es no sólo un consejo, sino una ley. Es tan inapelable como cualquier otra ley que encontramos en la Palabra de Dios. El modo incidental como ocurre este mandamiento judicial es… la confirmación más fuerte de que la regla es para todos los casos donde se contempla el matrimonio y donde no ha habido un compromiso matrimonial antes de la conversión.

En cuanto al otro pasaje, donde el Apóstol nos ordena a no unirnos “en yugo desigual con los incrédulos” (2 Cor. 6:14), no se aplica al matrimonio, excepto por inferencia, sino a la comunión en la Iglesia o, más bien, a las asociaciones y conductas en general que no deben formar los cristianos con los inconversos. Pero si esto es incorrecto en otras esferas, ¿cuánto más lo es en esa relación que ejerce una influencia sobre nuestra personalidad, al igual que en nuestra felicidad? El que un cristiano, entonces, contraiga matrimonio con alguien que, decidida y evidentemente no es creyente, es algo directamente opuesto a la Palabra de Dios… Tener gustos distintos en cuestiones secundarias es un obstáculo para la armonía doméstica. Entonces, las diferencias de opiniones en lo que respecta al importantísimo tema de la fe es un peligro, no sólo para la armonía, sino también es una imprudencia que el cristiano ni siquiera debiera considerar. ¿Cómo pueden lograrse los altos ideales de la familia donde uno de los padres no cuenta con las calificaciones necesarias para lograrlos? ¿Cómo puede llevarse a cabo la educación piadosa y los hijos ser formados en el conocimiento y la admonición del Señor? En lo que respecta a la ayuda individual y personal en cuestiones piadosas, ¿acaso no queremos ayudas en lugar de obstáculos?

El cristiano debe doblegar todo a la fe, y no dejar que la fe se doblegue a nada. Esto es lo primordial, a lo cual todo ha de subordinarse… Me temo que el descuido de esta regla clara y razonable se está haciendo más y más común… En el excelente tratado que publicó el Sr. Jay, hace él los siguientes comentarios acertados e importantes:

“Estoy convencido de que se debe  a lo prevalente de estas relaciones indiscriminadas y no consagradas, que nos hemos distanciado erradamente de aquellos hombres de Dios que nos precedieron en nuestro aislamiento del mundo, en la simplicidad de nuestra manera de ser, en la uniformidad de nuestra profesión de fe, en el cumplimiento del culto familiar y en la formación de nuestros hijos en el conocimiento y la admonición del Señor” (William Jay, 1769-1853).

  •  3. Con la mayor y más profunda consideración

Nadie debe contemplar la posibilidad de una relación como el matrimonio sin la mayor y más profunda consideración, ni sin las oraciones más serias a Dios pidiendo su dirección.Pero las oraciones, para ser aceptables ante el Altísimo, tienen que ser sinceras y elevadas con un verdadero anhelo de conocer y hacer su voluntad. Creo que muchos actúan con la Deidad como lo hacen con sus amigos: Toman sus decisiones y luego piden orientación. Tienen algunas dudas y, a menudo, fuertes, acerca de si el paso que están por tomar es el correcto, pero estas se van disipando gradualmente con sus oraciones por las que ellos mismos se van convenciendo de que su decisión es la apropiada, decisión que, de hecho, ya habían tomado. Orar por algo que ya sabemos es contrario a la Palabra de Dios y que ya hemos resuelto hacer, es añadir hipocresía a la rebelión. Si hay razón para creer que el individuo que pide casamiento a una creyente no es verdaderamente piadoso, ¿para qué va a orar ella pidiendo dirección? Esto es pedirle al Todopoderoso que le permita hacer aquello que él ya ha prohibido hacer.

No hay palabras para deplorar lo suficiente, el hecho de que, por lo general, toda preparación apropiada para el matrimonio se deja a un lado y, en cambio, toda la atención se da a vanidades que, de hecho, no son más que polvo en la balanza del destino conyugal. Todo pensamiento, sentido de anticipación y ansiedad son absorbidos con demasiada frecuencia por la elección de una casa y los muebles, y por cuestiones aún más insignificantes y frívolas. Qué común es que la mujer pase horas, día tras día y semana tras semana, en comunión con su modista, decidiendo y discutiendo colores, estilos y telas en que aparecerá en esplendor nupcial, cuando debiera emplear todo ese tiempo en reflexionar sobre el paso crucial que decidirá su destino y el de su futuro esposo; como si la gran finalidad fuera ser una novia esplendorosa y a la moda, en lugar de ser una esposa buena y feliz…

“Estudia”, dice un viejo autor, “los deberes del matrimonio antes de casarte. Hay cruces que cargar, trampas que evitar y múltiples obligaciones que cumplir, al igual que gran felicidad que disfrutar. ¿Y acaso no hay que estar seguro de las previsiones para el futuro? No hacerlo resulta en los frecuentes desencantos de este estado respetable. De allí, ese arrepentimiento que viene demasiado pronto y, a la vez, demasiado tarde. El esposo no sabe cómo liderar y la esposa no sabe cómo obedecer. Ambos son ignorantes, ambos engreídos y ambos infelices”. “Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Pr. 3:6).

Tomado de A Help to Domestic Happiness reimpreso por Soli Deo Gloria, una división de Reformation Heritage Books, www.heritagebooks.org.

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John Angell James (1785-1859): Predicador y autor congregacional inglés. Nació en Blandford, Dorsetshire, Inglaterra.

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