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1. El corazón íntegro es un corazón nuevo

La hipocresía es “vieja levadura”: “Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa” (1 Co. 5:7). Una vez que entra la levadura en la masa, nunca se pierde el sabor. O se renueva el corazón o este mantendrá sus antiguas cualidades.

Aunque la simplicidad y la inteligencia pueden ocultar el corazón falso y hacerlo más agradable —igual que las flores y los perfumes que se ponen alrededor del ataúd—, tanto el cadáver como el corazón corrupto permanecen iguales.

“Otro corazón” y “un nuevo corazón” son bendiciones del pacto: “Y les daré otro corazón y pondré en ellos un nuevo espíritu; quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne y les daré un corazón de carne” (Ez. 11:19, RV95). Dios promete dar un espíritu nuevo o íntegro hacia Dios y el hombre, al contrario del corazón dividido, que es señal de hipocresía.

¿Cómo lo hace Dios? “Quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne y les daré un corazón de carne”. Esto es: “Lo derretiré y ablandaré y lo moldearé de nuevo, como se echan muchas piezas de plata antigua al fuego para fundirlas y hacer una cosa nueva”.

Por naturaleza, el corazón humano es una cosa dividida y rota, dispersada y repartida entre diversos deseos y debilidades. Pero Dios arroja sus vasos elegidos para honra al fuego de su Palabra, donde su Espíritu los derrite y transforma en una santa unidad. Por fin el corazón ha sido retirado de todas sus pasiones y mira hacia Dios con mirada fija en todo lo que hace. Si te preguntas si eres íntegro, considera: ¿tienes un corazón nuevo?

¿Te ha arrojado alguna vez Dios a su horno? ¿Te ha consumido su Palabra como fuego, y ha refinado tu espíritu impuro para que la incredulidad, el orgullo y la hipocresía se hagan visibles con objeto de apartarlos como la escoria del oro? Solo entonces eres libre para apartar el pecado de tu alma y confesar tu condición vil, aunque esta pareciera atractiva a la vista del hombre. ¿Te entristece recordar la apariencia religiosa que ofrecías a la comunidad en nombre de Cristo, mientras en privado mantenías un vicio en las cámaras cerradas de tu corazón? Pero aún más importante, aparte de entristecerte por tus sentimientos divididos, ¿te decides también de corazón a temer el nombre de Dios?

¿Tienes el solo designio de amar a Cristo y ser amado por él? Si el gran poder del Espíritu de Dios ha renovado tu corazón y reunido tus sentimientos en este canal único, haciendo

que corras tras él con dulce empeño, eres grandemente bendecido. Las montañas y las rocas de corrupción pueden surgir en tu arroyo para estorbar el libre curso de tu alma en su fluir con Dios, pero aun con estos bloqueos y revueltas que cortan el camino más directo hacia él, la integridad, como agua hacia el mar, nunca volverá atrás hasta llevarte con él.

2. Corazón íntegro, corazón sencillo

El hipócrita es cría de la serpiente, e igual que ella se encoge o alarga para tener ventaja, sin estar dispuesto a exponerse ante los demás. Tiene buenas razones, porque cuenta con mayor credibilidad donde menos se le conoce. Los hipócritas “se esconden de Jehová, encubriendo el consejo, y sus obras están en tinieblas, y dicen: ¿Quién nos ve, y quién nos conoce?” (Is. 29:15). Sus palabras piadosas y los motivos malvados de su corazón están a gran distancia.

Sin embargo, el corazón íntegro es como un arroyo claro: se ve el fondo de las intenciones de la persona en sus palabras y se mide el corazón por la lengua. Pero el que inventara el refrán “Habla, y te darás a conocer”, no pensaba en el hipócrita, que habla para que no lo conozcamos. Porque envuelve su engaño en la niebla más espesa posible: la vanidad religiosa y la profesión de piedad.

Si buscas integridad, busca un corazón franco. Pablo y los otros fieles mensajeros de Cristo se comportaban entre los corintios “con sencillez y sinceridad de Dios” (2 Co. 1:12). No tenían un “compartimento secreto” para esconder ciertos hechos, como hacían los falsos profetas. Esta sencillez de corazón se demuestra de tres maneras:

  1. El corazón íntegro es franco consigo mismo

Primero, el corazón íntegro se investiga a sí mismo con determinación y poder. No se contenta con excusas como la que dio Raquel a Labán, sentada sobre sus ídolos. David se negó a rendirse, hasta descubrir que quien perturbaba su paz era él mismo. No fue tan tierno y protector de su propia reputación como para pasar la mano, sino que atacó al ladrón y acusó a su pecado, confesándolo hasta justificar a Dios: “Enfermedad mía es esta; traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo” (Sal. 77:10). Como si dijera: “Señor, ahora veo al Jo- nás que creó la tempestad en mi corazón y me intranquilizó todo este tiempo; era la incredulidad que me cargaba y no dejaba que mirara hacia arriba para recordar las bendiciones antiguas… y al olvidarlas pensaba mal de Ti”.

¿Eres parecido a David al escudriñar tu alma? ¿Lo haces en serio, como si buscaras a un asesino escondido en tu casa? ¿O bien evitas hurgar demasiado, intentando pasar por alto aquello que no quieres encontrar?

David no se contentaba con su propio testimonio, sino que dependía de Dios para declarar su alma pura o impura: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y reconoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23). Ni siquiera un médico depende de su propio juicio para su salud personal, sino que acude a otro. Igualmente, después de que el creyente íntegro haya orado y abierto su corazón ante Dios, está dispuesto a oír lo que él le diga. Esta es la clase de creyente que se somete de buen grado al ministerio profundo que desnuda su conciencia y expone su corazón. Es como la samaritana que alabó el sermón y al Cristo que le predicó, porque le dijo todo lo que ella había hecho.

Por otra parte, al engañador no le gusta oír con los dos oídos; acusa al predicador de meterse en asuntos privados cuando se acerca a su conciencia y, si pudiera, insistiría en que el ministro de Dios abandonase enseguida su puesto. Juan el Bautista puso el dedo en la llaga de Herodes; pero aunque el rey temía las palabras no amaba al hombre, y fue persuadido para cortar la cabeza cuya lengua tenía el valor de reprender su pecado.

Además de examinarse con diligencia, al enfrentarse con las pruebas claras, el corazón íntegro está dispuesto a juzgarse. Olvida la autocompasión, da rienda suelta a su conciencia, y no se excusa con sentimentalismos. “He sido orgulloso, impaciente e iracundo hoy”. Esta persona está tan revestida de ira contra el pecado, que hace oídos sordos al clamor de la carne que pediría una sentencia menor. David confesó: “Pequé contra Jehová […]. Yo he pecado gravemente por haber hecho esto (2 S. 12:13; 24:10). Tan torpe era yo que no entendía; era como una bestia delante de ti” (Sal. 73:22).

b) El corazón íntegro es franco con Dios.

El hipócrita juega con sus oraciones para pedirle a Dios algo que ni siquiera desea; y, por tanto, no le molesta en absoluto no obtener respuesta. A veces el cristiano pide mayor santidad, pero la corrupción no se desvanece ni crece la virtud. Aquí es donde se demuestra la hipocresía o la integridad. Si eres íntegro, cada minuto será una hora, cada día un año, hasta tener noticias del Cielo: “La esperanza que se demora es tormento del corazón” (Pr. 13:12).

Ana le dijo a Elí: “Yo soy una mujer atribulada de espíritu” (1 S. 1:15). Llevaba años orando, pero Dios no le había respondido. Así uno puede decir: “Mi alma está amargada, porque he pedido un corazón tierno y creyente pero este no ha llegado. Tal vez no he sido íntegro. ¿Por qué, si no, ha tardado tanto la respuesta?”. Tal persona está ansiosa, como un mercader que espera la llegada a puerto de un barco ricamente cargado. No puede dormir en tierra hasta verlo venir.

Pero si oras una vez y luego te olvidas —como el niño que garabatea en un papel para luego romperlo— o si aceptas la negativa de Dios con la insensibilidad del pretendiente frío que no tiene noticias de la novia a quien no ama realmente, es que en ti reina un corazón falso. Ten la esperanza de que Dios no haya decidido responder al deseo secreto de tu corazón, porque si ocurre, te perderás para siempre.

Otra señal del corazón falso es que se queda indiferente y observa la obra de Dios como aquel hombre cuyo carro cayó por un barranco. Pidió socorro sin querer arrimar su hombro a la rueda. El hipócrita está tan devorado por la cobardía y la atrofia espiritual que no da un segundo paso hacia la victoria. El alma íntegra es concienzuda: “Levantemos nuestros corazones y manos a Dios en los cielos” (Lm. 3:41). La lengua del hipócrita se menea, pero los pies del cristiano íntegro andan y sus manos trabajan siempre hacia su meta.

c) El alma íntegra demuestra su sencillez ante los hombres.

Pablo dice en 2 Corintios: “Con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana […] nos hemos conducido” (2 Co. 1:12). El cristiano no sujeta su corazón a su cabeza; esto es, su conciencia a su filosofía. Ya que se entrega a Dios, no teme a otras personas; tampoco se arriesga a anular su conciencia para conservar su pellejo, sino que confía abiertamente en Dios, pase lo que pase.

Sin embargo, el hipócrita cambia sus velas e iza cualquier pabellón que el mundo le ponga delante. Si no hay inconveniente, parecerá tan religioso como el que más; pero en cuanto vea venir un problema cambiará de rumbo, pensando que el camino correcto es aquel que lleva a la seguridad. Pero, “el camino de los rectos se aparta del mal” (Pr 16:17).

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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