La integridad y el temor no pueden estar de acuerdo: el uno ha de menguar y la otra crecer. “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Tim. 1:7). Al esclavo que trabaja duramente por temor se le convence fácilmente a negar a su amo: lo odia, aunque le teme. Cuando un súbdito teme a su príncipe en lugar de amarlo, lo degollará para ganar su libertad. Recibirá en el trono, con los brazos abiertos, a cualquiera que le deje hacer su voluntad.
La persona que se pincha con la espada de la ira de Dios en lugar de ser atraída por las cuerdas de su amor, pronto traicionará la gloria de Dios en un descuido. Israel nos da un ejemplo sin paralelo de esto: “Si los hacía morir, entonces buscaban a Dios […]. Pero le lisonjeaban con su boca, y con su lengua le mentían. Pues sus corazones no eran rectos con Él” (Sal. 78: 34,36). Temían a Dios pero amaban su deseos.
Debe de haber demasiado de este temor servil en los cristianos de hoy; si no, Dios no tendría que emplear tan a menudo la vara de la corrección: “¿Es Israel siervo? ¿es esclavo?¿Por qué ha venido a ser presa?” (Jer. 2:14). Es como si Dios preguntara: “¿Por qué tengo que darte tantos golpes duros y hacer juicios fuertes contigo?”. “¿No te ha traído esto el haber dejado a Jehová tu Dios, cuando te conducía por el camino?” (v. 17).
Solo podemos culparnos a nosotros mismos si Dios nos trata así. Si un hijo persiste en olvidar que nació libre y solo obedece bajo disciplina estricta, entonces su padre tiene que tratarlo según su espíritu esclavizado.
Cuando Dios llevó a Israel con amor paternal, este se apartó de Él; y ya que su pueblo no quiso ser guiado con amor, tuvo que conducirlos con temor.
Cristiano, si actúas con amor, le ahorrarás a Dios el dolor de tener que castigarte con su temible juicio. El amor te mantendrá fiel y cerca de Él. El carácter del amor es que “no busca lo suyo” (1 Cor. 13:5). ¿Qué es la integridad, sino que el cristiano busque los intereses de Cristo y no los suyos propios? Jonatán amaba tanto a David que incurrió en la ira de su padre y se arriesgó a perder el reino por no ser falso con su amigo. Sansón no pudo ocultar el secreto de su fuerza a Dalila, a quien amaba, aunque ello pusiera en peligro su vida.
El amor es el gran vencedor del mundo. Si estás ardiendo de amor por Cristo, echarás todo atractivo mundano por la borda en lugar de mancillar su honor. Igual que Abraham degolló al carnero para salvar la vida de su precioso Isaac, sacrificarás todo por mantener viva tu integridad. El amor es como un fuego, que consume todo lo que hay alrededor. Todo se vuelve fuego y ceniza. Nada que sea extraño a la naturaleza del fuego puede permanecer junto a su naturaleza pura y sencilla. Igualmente, el amor a Cristo no permite la existencia de nada en el corazón que no se parezca a él.
Abraham amaba a Agar e Ismael, pero cuando empezaron a burlarse de Sara e Isaac, los expulsó a los dos. El amor de Cristo no dejará transigir con nada que vaya contra Él; al contrario, se pondrá de su parte contra todo enemigo suyo. Este curso de acción mantendrá tu integridad fuera de peligro.
Medita en la sinceridad de Dios
¿Qué pensamiento más poderoso puede mantenernos fieles a Dios que el de su fidelidad para con nosotros? Cuando ves que tu corazón se está deformando con alguna práctica hipócrita, considera que, si hay algo de Dios en ti, podrá revelarte la hipocresía y moldearte a la imagen correcta de nuevo.
Cuando su pueblo peca, Dios pregunta qué ha hecho Él para que le respondan tan fríamente: “Así dijo Jehová: ¿Qué maldad hallaron en mí vuestros padres, que se alejaron de mí?” (Jer. 2:5). Justo antes de morir, Moisés culpó a la nación de Israel de hipocresía, murmuración y rebeldía contra Dios. Para dar mayor peso a cada cargo, sus primeras palabras mostraban el corazón todopoderoso de Dios que habían rechazado: “El nombre de Jehová proclamaré. Engrandeced a nuestro Dios él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto” (Dt. 32:3). Ya que esta consideración es una protección tan fiable contra el pecado en el corazón, compartiré algunas verdades que nos fortalecen para permanecer rectos ante Dios.
a. Dios actúa con sinceridad, y busca lo mismo en su pueblo
El amor es el principio de las acciones de Dios, y su meta es el bien de su pueblo. El fuego del amor nunca se apaga en su corazón, ni deja de mirar por el bien de ellos. Cada vez que frunce el ceño, corrige con palabra o golpea con la mano, aun entonces su corazón arde de amor y sus pensamientos meditan la paz para sus hijos: “Así miraré a los transportados de Judá, a los cuales eché de este lugar a la tierra de los caldeos, para bien. Porque pondré mis ojos sobre ellos para bien…” (Jer. 24:5,6). Este fue uno de los juicios más severos de Dios sobre su pueblo, pero Él tenía planes de misericordia y proyectaba el bien en su hora más oscura. Cuando los israelitas conspiraban de que Moisés los había llevado al desierto para matarlos, sentían más miedo que dolor. Dios tenía planes para su bien que ellos ni siquiera imaginaban: pensaba humillarlos para que por fin pudieran recibir su bondad.
Dios es tan íntegro que deja su propia gloria como rehén para la seguridad de sus hijos. Su justicia está vinculada a la salvación y prosperidad de ellos. No puede presentarse en toda su magnificencia y realeza hasta que todos sus pensamientos de misericordia se hagan realidad en la vida de su pueblo. Le complace aplazar su aparición con toda su gloria ante el mundo hasta que haya logrado completamente la liberación de ellos, para que su pueblo pueda aparecer en gloria juntamente con él en ese mismo día: “Por cuanto Jehová habrá edificado a Sion, y en su gloria será visto” (Sal. 102:16).
El sol siempre es glorioso, aun en el día más nublado; pero esta gloria no es evidente si no dispersa las nubes que esconden sus rayos de la tierra. Dios es glorioso hasta cuando el mundo no lo puede ver, pero la demostración de su gloria aparece cuando su misericordia, verdad y fidelidad se manifiestan en la salvación de su pueblo. Qué vergüenza deberíamos sentir cuando dejamos de buscar la gloria de Dios; porque Él ama tanto a sus hijos que vincula su gloria con nuestra fidelidad, para que nunca pueda perder la una y salvar la otra.
b) La sinceridad de Dios se manifiesta al abrir su corazón a su pueblo
Un amigo distante y reservado no es fácil de comprender; por tanto, resulta difícil confiar en él. Pero aquel que tiene una ventana de cristal en el corazón, por la cual su amigo puede leer cada pensamiento claramente, es libre de la menor sospecha de infidelidad. Así es Dios de abierto con sus hijos. “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen” (Sal. 25:14).
El Espíritu Santo es la llave que Dios nos ha dado para entrar en su mismo corazón y conocer sus pensamientos para con nosotros, desde antes de la fundación del mundo. Este Espíritu conoce “lo profundo de Dios” (1 Cor. 2:10), y ha publicado en la Palabra la sustancia de los propósitos de amor que han circulado entre la Trinidad para nuestra salvación. Para asegurar que nuestra satisfacción sea completa, Dios ha designado a este mismo Espíritu Santo para morar en sus hijos. Cada vez que Cristo le presenta nuestros deseos en el Cielo, Él interpreta sus pensamientos según la Palabra que nos ha sido dada. Esta Palabra refleja el corazón de Dios “como en el agua el rostro corresponde al rostro” (Pr. 27:19).
De forma trascendente Dios tiene con su pueblo la misma franqueza de corazón que existe entre los amigos íntimos. Si se acerca un peligro, no lo esconderá. David dice que las palabras de Dios amonestan a sus siervos (cf. Sal. 19:11). Dios envía un mensajero que haga sonar la alarma para sus hijos, tanto si la causa del peligro es un enemigo como si se trata de su pecado personal.
Ezequías corría peligro por su orgullo interior. Dios le envió una tentación a fin de revelar lo que había en su corazón. Había caído una vez y Dios no quería que le volviera a pasar. Él siempre habla primero a su pueblo de lo que le desagrada, y luego lo corrige por ello, pero no le guarda rencor.
Aun cuando el Padre ha de afligir a sus hijos, de tanto que los ama no los puede dejar totalmente desapercibidos de ese amor suyo que los librará. Para consolarlos en la cárcel les abre antes su corazón, tal como leemos acerca de la Iglesia judía en Egipto y la Iglesia cristiana bajo el anticristo. Antes de estos sufrimientos, Dios ya había prometido la liberación.
Mientras Jesús estaba en la tierra explicó francamente a sus discípulos los problemas que les esperaban; pero no calló la bendita conclusión: volvería a ellos. ¿Por qué? Para confirmar su integridad para con ellos: “Si así no fuera, yo os lo hubiera dicho” (Jn. 14:2). Cuando Dios tiene que ocultar temporalmente la verdad a sus hijos, es porque no podrían soportarla en ese momento.
Cristiano, esta visión de la fidelidad y sencillez del corazón de Dios, ¿no hace que desees abrirte más a él? Él te revela sus pensamientos, ¿por qué le ocultas entonces tus secretos? Aquel que comparte las fuentes más intimas de su amor y misericordia espera la confianza de su pueblo.
La sinceridad de Dios se revela en su amor inmutable Como no hay “sombra de variación” en Dios, tampoco varía su amor hacia nosotros, su amor es eterno. Como el sol de Gabaón, no se pone ni declina, sino que continúa con plena fuerza. “Con misericordia eterna tendré compasión de ti, dijo Jehová tu Redentor” (Is. 54:8).
Los sentimientos más ardientes del corazón humano pueden enfriarse. Su amor es como el fuego de la chimenea: arde, parpadea, se apaga. Pero el amor de Dios es como el fuego del sol: nunca falla. En la criatura, el amor es como el agua del río, que crece y luego vuelve a bajar; en Dios es como el mar, que siempre está lleno. Nada puede destruir ni cambiar su amor donde Él lo envía; ni tampoco puede corromperse ni ser vencido.
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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall