En BOLETÍN SEMANAL

1. Mantén una relación familiar cristiana con tus hijos. Conversa con ellos tan libre y cariñosamente sobre temas piadosos como conversas sobre otros temas. Si eres un cristiano próspero y cariñoso, te resultará natural y fácil hacerlo. Deja que la intimidad piadosa se entreteja con todas las costumbres de tu familia. De esta manera, sabrás cómo aconsejar, advertir, reprender, alentar; sabrás también cómo van madurando; cuál es la “razón de la esperanza” que hay en ellos (1 P. 3:15); pero particularmente, qué tipo de obra para Cristo van a poder desarrollar de acuerdo a su capacidad. Y si mueren jóvenes o antes que tu, tendrás el consuelo de haber observado y conocido el progreso de su preparación para “partir y estar con Cristo” (Fil. 1:23).

2. Mantén siempre vivo en la mente de tu hijo que el gran propósito para el cual debe vivir es para la gloria de Dios y la salvación de los hombres. Hacemos mucho para dar dirección a la mente y formar el carácter del hombre, colocando delante de él un objetivo para la vida. Los hombres del mundo conocen y aplican este principio. Lo mismo debe hacer el cristiano. El objetivo ya mencionado es el único digno de un alma inmortal y renovada y prepara el camino para la nobleza más alta en ella. La elevará por encima del vivir para sí misma y la constreñirá a ser fiel en la obra de su Señor. Enséñale a tu hijo a poner al pie de la cruz sus logros, su personalidad, sus influencias, riquezas; todas las cosas y a vivir clamando…: “Padre, glorifica tu Nombre” (Jn. 12:28).

3. Elije con mucho cuidado los maestros de tus hijos. Debes elegir la influencia a la cual entregas a tus hijos. Tienes un objetivo grande y sagrado que cumplir. Los maestros de tus hijos deben ser tales que les ayuden a cumplir ese objetivo. Un carácter moral correcto en el maestro no basta. Esto, muchas veces viene acompañado de opiniones religiosas sumamente peligrosas. Tu hijo debe ser puesto bajo el cuidado de un maestro consagrado, quien en relación con su alumno debe sentir: “Tengo que ayudar a este padre a capacitar a un siervo para Cristo”. En su elección de una escuela o academia, nunca te dejes llevar meramente por su reputación literaria, su lugar en la sociedad, su popularidad, sin considerar también la posibilidad de que su ambiente no cuente con la vitalidad de una decidida influencia piadosa y que hasta puede estar envenenada por los conceptos religiosos erróneos de sus maestros. En cuanto a enviar a tu hija a un convento católico para que se eduque, un pastor sensato dijo a un feligrés: “Si no quieres que tu hija se queme, no la pongas en el fuego”. A cierta viuda le ofrecieron educar a uno de sus hijos donde prevalecía la influencia del Unitarismo. Ella rechazó la oferta, confiando en que Dios la ayudaría a lograrlo en un ambiente más seguro. Su firmeza y fe fueron recompensadas con éxito. Una señorita fue puesta bajo el cuidado de una maestra que no era piadosa. Cuando su mente se interesaba profunda y ansiosamente en temas piadosos, la idea “qué pensará de mí mi maestra” y el temor a su indiferencia y aun desprecio, influenciaron sus decisiones y contristaron al Espíritu de Dios. Padre de familia cristiano, sus oraciones, sus mejores esfuerzos pueden verse frustrados por un maestro impío.

4. Cuídate de no echar por tierra tus propios esfuerzos por el bienestar espiritual de tus hijos. La oración sin la enseñanza no sirve; tampoco el instruirlos sin el ejemplo correcto; ni la oración en familia sin las serias batallas en la cámara de oración; ni todos estos juntos, si no los estás vigilando para que no caigan en tentación. Teme consentirlos con entretenimientos vanos. En cierta oportunidad, una madre fue a la reunión de sus amigas y les pidió que oraran por su hija a quien aparentemente ella había permitido, en ese mismo momento, asistir a un baile y justificaba lo impulsivo e inconsistente de su permiso, en sus propios hábitos juveniles de buscar entretenimientos. Si los padres permiten que sus hijos se arrojen directamente en “las trampas del diablo”, al menos, que no se burlen de Dios pidiendo a los creyentes que oren para que los cuide allí. Si lo hacen, no se sorprendan si sus hijos viven como “siervos del pecado” y mueren como vasos de ira (Rom. 6:17; 9:22).

Guárdate de ser un ejemplo de altibajos en la fe: Ahora, puro fervor y actividad; luego, languidez, casi sin hálito de vida espiritual. El hijo o hija perspicaz dirá: “La fe de mi padre es de saltos y arranques, de tiempos y temporadas. Es todo ahora, pero pronto no será nada, igual que antes”. Si anhelas que tus hijos sirvan a Cristo con constancia, sírvelo así tu también. Teme esa religión periódica, que de pronto brota de en medio de la mundanalidad e infidelidad y en la cual los sentimientos afloran como una corriente engañosa (Job 6:15) o, como lo expresara un autor, “como un torrente de montaña, crecido por las inundaciones primaverales, encrespado, rugiendo, que corre con bríos, pareciendo un río portentoso y permanente, pero que, después de unos días, baja, se convierte en apenas un hilo de agua o desaparece dejando un cauce seco, rocoso, silencioso como la muerte”. La consagración más profunda es como un río profundo y caudaloso; silencioso, alimentado por fuentes vivas; que nunca desencanta, siempre fluye, fertiliza, embellece. Sea así la humildad, la constancia, el sentimiento, la laboriosidad del carácter cristiano activo, en el cual nuestros hijos vean que servir a Cristo es la gran ocupación de la vida y se sientan constreñidos a hacerlo “de todo corazón” (Dt. 6:5).

5. Cuídate de aceptar que tus hijos vivan “según la costumbre del mundo”; buscando sus honores, involucrándose en sus luchas ambiciosas, en sus costumbres y modas secularizadoras. Los hijos de padres piadosos no deben encontrarse entre los adeptos a la moda; emulando sus alardes y logros inútiles. “¿Cómo le roban a Cristo lo suyo?”, dijo un padre de familia cristiano. “He observado muchos casos de padres ejemplares, fieles y atinados con sus hijos hasta, quizá los quince años de edad. Luego desean que se asocien con personas distinguidas y el temor de que sean diferentes, les ha llevado a dar un giro y vestirlos como gente mundana. Hasta les han escogido sus amistades íntimas. Y los padres han sufrido severamente bajo la vara del castigo divino; sí, han sido mortificados, sus corazones han sido quebrantados por tales pecados, debido a las desastrosas consecuencias en lo que al carácter de sus hijos respecta.

6. Cuídate de los conceptos y sentimientos que promueves en tus hijos con respecto a los bienes materiales. En las familias llamadas cristianas, el amor por los bienes materiales es uno de los mayores obstáculos para la extensión del evangelio. Cada año, las instituciones cristianas de benevolencia sufren por esta causa. Los padres enseñan a sus hijos  “a enriquecerse”, como si esto fuera lo único para lo cual Dios los hizo. Dan una miseria a la causa de Cristo. Y los hijos e hijas siguen su ejemplo, aun después de haber profesado que conocen el camino de santidad y han dicho “no somos nuestros” (Vea 1 Cor. 6:19). Se podrían mencionar hechos que, pensando en la iglesia de Dios, harían sonrojar a cualquier cristiano sincero. Enseña a tus hijos a recordar lo que Dios ha dicho: “Mía es la plata, y mío es el oro” (Hag. 2:8). Recuérdales que tu y ellos sois mayordomos que un día darán cuenta de lo suyo. Considera la adquisición de bienes materiales de importancia sólo para poder hacer el bien y honrar a Cristo. No dejes que tus hijos esperen que Dios los haga herederos de grandes posesiones. Deja den anualmente “según [Dios lo] haya prosperado” a todas las grandes causas de benevolencia cristiana (Vea 1 Co. 16:2). Ellos seguirán tu ejemplo cuando tu hayas partido. Dejar a tus hijos la herencia de tu propio espíritu piadoso y tus costumbres benevolentes será infinitamente más deseable que dejarles “millares de oro y plata” (Sal. 119:72). Hemos visto ejemplos tales.

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Edward W. Hooker (1794-1875): Pastor norteamericano, autor congregacionalista y profesor de retórica e historia eclesiástica; nacido en Goshen, Connecticut, Estados Unidos.

Los padres de familia malvados son los siervos más importantes del diablo en todo el mundo y los enemigos más sangrientos del alma de sus hijos. Más almas son condenadas por Dios por la influencia de padres impíos —y en segundo lugar por… pastores y magistrados impíos— que cualquier otro factor en el mundo.  — Richard Baxter

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