Consejo 1: Considera como un gran pecado desmayar ante este sufrimiento, es decir, sufrir tanto que no puedas cumplir tus obligaciones o que dejas de sentir gozo en tu vida porque desmayar ante esta calamidad significa que has basado demasiado de tu felicidad en tus hijos. Sólo argumentaré contigo como Joab lo hizo con David cuando se lamentaba tan amargamente por su hijo Absalón en 2 Samuel 19:6: “Hoy has declarado que nada te importan tus príncipes y siervos”. Lo mismo le digo a usted, que si su alma desmaya bajo la carga de un hijo desobediente, declara usted que Dios y Cristo no le importan.
Consejo 2: Considera… que éste es un dolor común entre los hijos más queridos de Dios. Piensas en esto como si fueras el primer padre piadoso que ha tenido un hijo impío, como si fuera raro lo que te ha sucedido. Confieso que donde una calamidad parece singular o extraordinaria, tiene más posibilidad de que el que sufre se sienta abrumado porque piensa que ha desagradado grandemente a Dios, de modo que dice con la Iglesia: “Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor que me ha venido; porque Jehová me ha angustiado en el día de su ardiente furor” (Lm. 1:12). Pero este dolor es común y coincide con la gracia salvadora y electiva de Dios hacia ellos, y es una prueba que, por lo general, le toca a los justos.
Consejo 3: Considera que te hubieran podido pasar desgracias peores que ésta. Te voy a dar tres males peores que te hubieran hecho sufrir más. Primero, podrías haber sido un infeliz malo e impío. Y que el gran Jehová te hubiera maldecido y condenado para siempre, te hubiera hecho sufrir mucho más que sentirse atormentado por un tiempo por un hijo impío. Segundo, hubieras podido tener un cónyuge que fuera como podredumbre en tus huesos. Salomón parece decir que un cónyuge pendenciero es peor que un hijo impío. Proverbios 19:13: “Dolor es para su padre el hijo necio, y gotera continua las contiendas de la mujer”. Es como una gotera constante en la casa cuando llueve que pudre el edificio, destruye los alimentos y arruina, tanto la casa como a los que en ella viven…
Consejo 4: Deja que las Escrituras y la razón guíen tu dolor, a fin de no provocar a Dios, envilecer tu alma y herir tu conciencia con quejas y lágrimas pecaminosas. Con este fin, observa dos reglas: Primero, laméntate más por los pecados de tus hijos con los que provocan y deshonran a Dios, se corrompen y se destruyen a sí mismos y destruyen a otros, que por cualquier vergüenza o pérdida de cosas materiales que te puedan suceder. De este modo, demostrarás que el amor a Dios y al alma de tus hijos, y no el amor al mundo, tiene la mayor influencia sobre tu dolor porque me temo que, por lo general, hay en padres buenos demasiada aflicción carnal y no suficiente aflicción espiritual cuando sufren esta gran calamidad. Segundo, no dejes que tu dolor enferme tu cuerpo y afecte tu salud. Dios no requiere que te lamentes por los pecados de tus hijos más que por los propios y, tampoco jamás, nos pide que por dolor destruyamos nuestro cuerpo, que es el templo del Espíritu Santo. La verdad es que el dolor santo es la salud del alma y nunca perjudica al cuerpo porque la gracia siempre es una amiga y nunca una enemiga de la naturaleza. Por lo tanto, no te prives de ninguna oportunidad de honrar a Dios y de servir a su iglesia. No causes desconsuelo de tu cónyuge ni que tus hijos queden huérfanos por culpa de un dolor que no agradará a Dios, no te tranquilizará ni les hará ningún bien a sus malvados y desgraciados hijos.
Consejo 5: Esfuérzate por fortalecer tus gracias bajo esta gran aflicción porque necesitas más conocimiento, sabiduría, fe, esperanza, amor, humildad y paciencia para capacitarte y hacerte apto para sobrellevar esta aflicción más que los que necesitas para sobrellevar otras. Y tienes que ver y disfrutar más de Dios y de Cristo, a fin de mantener el ánimo bajo este sufrimiento más que la mayoría de los demás sufrimientos. Por el poder de Cristo serás, no sólo capaz de sobrellevar esta tribulación, sino también de gloriarte en ella.
Consejo 6: Consuélate en que las cosas más grandes y mejores por las que más has orado, confiado, esperado y, principalmente amado y anhelado, están a salvo y seguras. Dios es y será bendito y glorioso para siempre, pase lo que le pase a tu hijo. Todas sus perfecciones infinitas están obrando para su gloria. Cristo mismo es de Dios y cumple toda la obra de Mediador como su siervo y para su gloria. Todos los ángeles y santos benditos le honrarán, admirarán, amarán y alabarán para siempre.
Dios el Padre, Hijo y Espíritu Santo son tuyos para siempre y será glorificado en toda la eternidad haciendo que seas bendecido. Tienes un hijo malo, pero un Dios bueno. Toda tu obra acabará, tus pecados serán perdonados y aniquilados, tus gracias perfeccionadas y tu cuerpo y alma glorificados ¿Y crees que un hijo impío podría empequeñecer todas tus consolaciones?
Consejo 7: Por último, considera que este dolor durará sólo por un tiempo. Confieso que no conozco ni podría encontrar, aunque investigara, nada que pueda elevar al corazón sobre este dolor, fuera del conocimiento y el sentido del amor infinito de Dios en Cristo hacia el hombre y de la eternidad santa y gloriosa a la cual pronto lo llevará este amor. Decirte que esto es y ha sido el caso de otros padres piadosos, puede aplacar algo de tu dolor. Pero ¿qué valor tiene decirte que otros están y han estado tan afligidos como tu o contarte que hijos tan malos como los tuyos han sido santificados y salvados, más que darte algo de esperanza sin fundamento? No tiene más valor que el que tiene pensar que pueden ser salvos o pueden ser condenados porque hay razón justificada para creer lo primero y tener esperanza en lo último, pero para que el hombre tenga una muerte victoriosa, esté listo para vivir en ese mundo donde no hay nada de este dolor y saber que en el Día del Juicio… él mismo se sentará con Cristo para juzgarlos, y que amará y se gozará en la santidad y justicia del Juez quien les dará aquella sentencia: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt. 25:41) —esto basta para superar todo dolor inmoderado por tus hijos impíos—.
Tomado de Parents’ Concerns for Their Unsaved Children (Preocupaciones de los padres por sus hijos no salvos), reimpreso por Soli Deo Gloria, una división de Reformation Heritage Books, www. heritagebooks.org.
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Edward Lawrence (1623-1695): Pastor no conformista inglés; nacido en Moston, Shropshire, Inglaterra.