- La coraza protege la parte central del cuerpo
Una puñalada es mucho más mortal cerca de los órganos vitales que en los puntos más alejados de la fuente de la vida. Se puede sobrevivir a una herida en el brazo o en la pierna, pero si está en el corazón es como una sentencia segura de muerte. Así, la santidad y la justicia preservan lo más importante del cristiano: su conciencia y su alma. El daño a sus bienes o sus inversiones terrenales no toca ni hace peligrar su vida más que lo pueda hacer el afeitarse la barba o cortarse las uñas.
Una daga espiritual —el pecado que busca “la preciosa alma”— es el arma letal que Satanás utiliza para apuñalar la conciencia (Pr. 6:26). Esta es la “saeta [que le] traspasa [el] corazón” al joven que corre tras la lujuria “como el ave que se apresura a la red, y no sabe que es contra su vida (Pr. 7:23). La justicia y la santidad son protecciones divinas para defender la conciencia del creyente de toda herida del pecado.
- La coraza da valor al cristiano
No hay gran diferencia entre un ejército atemorizado y un ejército muerto. Un soldado muerto hará tanto efecto como uno desalentado y paralizado por la ansiedad; su corazón ha sido atacado y está muerto en vida. Un pecho desnudo expone el corazón palpitante del soldado; pero el torso bien defendido con hierro templado se aventurará sin temor a la primera línea de batalla.
La justicia, al defender la conciencia, llena a la criatura de valor frente al peligro y la muerte; pero la culpa —desnudez del alma— ata al pecador más fuerte en el cepo del temor: “Huye el impío sin que nadie lo persiga; mas el justo está confiado como un león” (Pr. 28:1).
Igual que las ovejas se asustan por el ruido de sus propios pies al correr, el pecador se abruma por el rugido de su propia culpa. En cuanto Adán supo que estaba desnudo, tuvo tanto temor de la voz de Dios como si nunca antes le hubiera conocido. No podemos recuperar el valor hasta recuperar la santidad: “Si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios” (1 Jn. 3:21).
El vínculo entre la coraza y el cinturón
La palabra “y” ata esta pieza de la armadura firmemente al cinturón, y nos hace conocer la unión benévola de la verdad con la santidad, como las cortinas del tabernáculo. Es abominable separar algo que Dios ha unido así. Recuerda: la verdad y la santidad van siempre juntas.
- La verdad en la doctrina
Un juicio ortodoxo que sale de corazón profano y vida carnal, es tan feo como lo sería la cabeza de un hombre sobre los hombros de un animal. El desgraciado que conoce la verdad pero practica el mal es peor que el ignorante. Si eres esclavo del diablo, poco importa por dónde te une con él la cadena, por la cabeza o por el pie. Te tiene tan firmemente sujeto por el pie (en los actos) como por la cabeza (en la blasfemia).
Cristiano, tu maldad es mayor por cometerse en presencia de la verdad. Muchos caen en la iniquidad por errores de juicio; pero tu juicio te indica otro camino, a no ser que pretendas amontonar más pecado engendrando iniquidad con la misma verdad.
Los pecadores pierden en las tinieblas el camino al Cielo, o son desviados por un juicio erróneo que, si se corrige, los puede llevar de nuevo al camino santo. Pero tú pecas a la plena luz de la verdad, y te encaminas temerariamente al Infierno a pleno día. Esto hace que favorezcas al mismo diablo, que distingue la verdad del error como cualquier ángel, pero se niega a guiarse por aquella.
Si un solista cantara una hermosa melodía con su voz, pero con la mano tañera otra canción, los acordes disonantes ofenderían más al oído que si cantara lo mismo que tocaba. Cantar verdad con el juicio, a la vez que entonamos maldad con el corazón, es más abominable a Dios que la armonía que forman el mal juicio y la vida profana.
Hanún no habría irritado tanto a David si le hubiera atacado con 20.000 hombres, como lo hizo al maltratar a sus embajadores de forma tan vil. La hostilidad abierta expresada por los pecadores en su vida no provoca tanto la ira de Dios como la deshonra despreciable que infligen a su verdad, la cual Él envió para hacerlos libres. Cuando Dios ve cómo desprecian los hombres su verdad encarcelándola para que no ejerza ningún gobierno sobre sus vidas, se enciende el fuego consumidor de su ira. Andar en oposición a la luz de la verdad divina es una decisión peligrosa.
2. La verdad del corazón
La verdad y la santidad deben permanecer unidas. Uno solo finge ser sincero si su vida no es santa. Dios no reconoce la sinceridad profana: es una contradicción en sus términos. La sinceridad enseña al alma a apuntar hacia el único fin digno de todos sus actos: la gloria de Dios. No basta con volverte para mirar la meta, hay que andar en el camino recto que se dirige a ella. Nunca llegaremos si nos salimos del camino que su Palabra nos indica.
La santidad y la justicia forman el camino de la persona sincera, trazado por Dios mismo como la avenida que debe seguir, tanto para la gloria de Dios como para ser glorificado por él. Aquel que intente tomar un atajo queda expuesto al dolor y a la derrota. Si dice haber encontrado una forma nueva de glorificar a Dios que Dios no ha establecido, ¡entonces tendrá que encontrar un nuevo Cielo que Dios no ha preparado!
El Infierno está lleno de buenas intenciones; hay mucha “gente buena” allí, cuya vida no demostraba su “honradez básica”. ¿Quién creería el argumento de aquel que dice que su pozo está lleno de agua pura y dulce, cuando su cubo solo contiene agua sucia y con lodo? ¿Afirmas tener un corazón recto y pensamientos morales, cuando todo lo que sale de tu vida es malo? ¡Seguramente ni tú mismo lo crees!
Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall