El principal requisito para gobernar la familia de una forma correcta es la idoneidad de quienes la rigen y de aquellos que son regidos por ellos… Sin embargo, si las personas que se han unido no son idóneas para mantener una relación familiar, su primer deber consiste en arrepentirse de su anterior pecado y de su imprudencia, y acudir de inmediato a Dios, procurando esa idoneidad necesaria para el correcto desempeño de los deberes de sus distintos rangos. En los padres, hay tres cosas sumamente necesarias para desempeñar este cometido:
1. Autoridad; 2. Habilidad; 3. Santidad y buena disposición.
1. Mantener tu autoridad en la familia
Los padres deben mantener su autoridad en la familia porque, si alguna vez la pierden y aquellos a los que deberían gobernar los desprecian, su palabra no tendrá ya efecto alguno en ellos. Será como montar a caballo, pero sin brida: El poder de gobernar desaparece cuando se pierde la autoridad. Y aquí debes comprender primero la naturaleza, el uso y el límite de tu autoridad porque, así como tu relación es diferente con tu esposa y con tus hijos, también lo es tu autoridad. Tu potestad sobre tu esposa es tan solo la necesaria para que haya orden en tu familia, para una administración segura y prudente de los asuntos domésticos y para una cohabitación cómoda. El poder del amor y el genuino interés tienen que lograr más que las órdenes autoritarias. Tu autoridad sobre tus hijos es mucho mayor, pero sólo se necesita aquella que se combina con el amor para darles una buena educación y proporcionarles felicidad… Observa estas directrices para mantener tu autoridad:
Primera: Haz que tu familia entienda que tu autoridad procede de Dios, el Dios del orden, y que en obediencia a Él están obligados a obedecerte a ti. “No hay autoridad sino de parte de Dios” (Rom. 13:1) y no existe ninguna autoridad que la criatura inteligente pueda reverenciar tanto como aquella que viene de Dios. Todos los lazos que no son percibidos como divinos son desechados, no sólo por el alma, sino también por el cuerpo. La conciencia iluminada les dirá a los ambiciosos usurpadores: “A Dios lo conozco y a su Hijo Jesús también, pero ¿quién eres tú?”.
Segunda: Cuanto más se vea de Dios en ti, en tu conocimiento, santidad y en una vida irreprochable, mayor será tu autoridad a los ojos de toda tu casa que tiene temor de Él. El pecado te hará despreciable y vil; la santidad, como imagen de Dios que es, te hará honorable. A los ojos de los fieles, “el vil es menospreciado”, pero honran “a los que temen a Jehová” (Sal. 15:4). “La justicia engrandece a la nación —y a la persona— mas el pecado es afrenta de las naciones” (Pr. 14:34). Los que honran a Dios recibirán honra de Él y aquellos que lo desprecian serán tenidos en poco (1 S. 2:30). Quien se abandona a los afectos y las conversaciones viles (Rom. 1:26) parecerá abominable por haberse convertido en una persona infame como los hijos de Elí se envilecieron por su pecado (1 S. 3:13). Sé que los hombres deberían discernir y honrar a la persona que ostenta la autoridad que Dios le ha concedido, por mucho que puedan ser moral y naturalmente viles; pero esto es tan difícil que rara vez se hace bien. Y Dios es tan severo con los ofensores orgullosos que suele castigarlos haciéndolos infames a los ojos de los demás. Como poco, cuando estén muertos y los hombres se atrevan a hablar libremente de ellos, su nombre se pudrirá (Pr. 10:7). Los ejemplos de los mayores emperadores del mundo —persas, romanos y turcos— nos dicen que si (por la prostitución, la embriaguez, la glotonería, el orgullo y, en especial, la persecución) se envilecen, Dios permitirá que se conviertan en la vergüenza y el escarnio de los hombres, descubriendo su desnudez. ¿Y cree el padre impío que mantendrá su autoridad sobre los demás cuando él se rebela contra la autoridad de Dios?
Tercera: No muestres tu debilidad natural mediante pasiones, palabras y hechos imprudentes. Y es que, si piensan en ti con desdén, cualquier insignificancia hará que desprecien tus palabras. En el hombre existe, naturalmente, tan alta estima por la razón que con dificultad se le convence de que se rebele contra ella para ser gobernado (en beneficio del orden) por la necedad. Es muy apto para pensar que la razón más correcta debería dominar. Por tanto, cualquier expresión estúpida o débil, cualquier pasión desordenada o cualquier acto imprudente es muy capaz de hacerte despreciable a los ojos de tu familia.
Cuarta: No pierdas tu autoridad por usarla de forma negligente. Si consientes que los hijos… tomen el liderazgo, aunque sólo sea por un momento y que tengan, digan y hagan lo que quieran, tu gobierno no será más que un nombre o una imagen. El curso moderado entre el rigor señorial y una suave sujeción… te protegerá mejor del desdén [de tu familia].
Quinta: No pierdas tu autoridad por conceder demasiada familiaridad. Si conviertes a tus hijos… en tus compañeros de juego o en tus iguales, y les hablas y les permites que te hablen como colegas, rápidamente se pondrán por encima de ti y esto se convertirá en una costumbre. Aunque otro pueda gobernarlos, rara vez soportarán que lo hagas tú y repudiarán el sujetarse a ti por haberse relacionado una vez contigo de igual a igual.
2. Habilidad
Trabaja para que haya habilidad y prudencia en tu forma de gobernar. Aquel que emprende la labor de padre, también asume el gobierno sobre los suyos y cuando se trata de un asunto de tanta importancia, no es pecado pequeño ocupar un lugar para el que no estás totalmente capacitado. Te resultaría más fácil discernir esto en un caso ajeno a ti, si un hombre acomete ser maestro de escuela sin saber leer ni escribir; o ser médico y desconocerlo todo sobre enfermedades y remedios; o ser un piloto sin tener la más mínima idea de cómo desempeñar dicho trabajo; ¿cómo es, pues, que no lo puedes discernir mucho mejor en tu propio caso?
Primera: Para conseguir la destreza de un gobierno santo es necesario que hayas estudiado bien la Palabra de Dios. Por tanto, Él manda a los reyes mismos que lean la Ley todos los días de su vida (Dt. 17:18-19) y que ésta no se aparte nunca de su boca, sino que mediten en ella de día y de noche (Jos. 1:8). Del mismo modo, todos los padres deben ser capaces de enseñarla a sus hijos y hablar de ella, tanto en casa como fuera de ella, al acostarse y al levantarse (Dt. 6:6-7; 11:8-9). Todo gobierno de los hombres no es más que algo subordinado al gobierno de Dios para fomentar la obediencia a sus leyes…
Segunda: Entiende bien las distintas personalidades que haya en tu familia y trata con cada una de ellas tal como son y del mejor modo que ellos lo puedan llevar; no te comportes con todos de la misma manera. Algunos son más inteligentes y otros son más torpes. Unos tienen una disposición más tierna y otros más endurecida. Algunos estarán más forjados en el amor y la bondad, y otros tendrán necesidad de agudeza y severidad. La prudencia debe hacer que la forma en que los tratas encaje con su temperamento.
Tercera: Debes diferenciar entre sus diversas faltas y tus reprensiones deberán encajar del modo más adecuado. Los más obstinados deberán ser reprendidos con mayor severidad, junto con los que sean culpables en asuntos de mayor peso. Algunas faltas se cometen por la mera incapacidad y la inevitable fragilidad de la carne, y manifiestan poco de la voluntad. Estas deben gestionarse con mayor suavidad porque merecen más compasión que reprobación. Algunos son vicios habituales y toda su naturaleza es más desesperadamente depravada que otros. En esos casos, se debe aplicar algo más que una corrección particular. Hay que conducirlos al curso de vida que sea más eficaz para destruir y cambiar esos hábitos. Algunos son rectos en el fondo; sin embargo, en las cosas principales y más trascendentales son culpables, al menos, de algunas faltas reales y, de estas, algunas son más escasas y otras más frecuentes. Si no diversificas con prudencia tus reprensiones según sean sus faltas, no conseguirás más que endurecerlos y no lograrás el propósito de tu disciplina. Y es que existe una justicia familiar que no debe ser derrocada, a menos que derribes a tu propia familia, como también hay necesidad de una justicia más pública por el bien público.
Cuarta: Sé un buen marido para tu esposa, un buen padre para tus hijos y que sea el amor el que domine en todo tu gobierno, para que tu familia pueda descubrir con facilidad que obedecerte es algo en su propio beneficio. El interés y el amor propio son los regidores naturales del mundo. Es, asimismo, la forma más eficaz de procurar la obediencia o cualquier otro bien, el hacer que los hombres perciban que es para su propio provecho y emplear su amor propio de forma que ellos puedan ver que el beneficio es para ellos. Si no les procuras bien alguno y eres amargado, descortés y de puño cerrado con ellos, pocos se dejarán gobernar por ti.
Quinta: Si quieres ser hábil a la hora de gobernar a otros, aprende primero a gobernarte a ti mismo con exactitud. ¿Acaso podrías esperar que otros estén bajo tu voluntad y tu propio gobierno antes que tu mismo? ¿Está capacitado un impío para gobernar a su familia en el temor de Dios si él no le teme? ¿Es apto para protegerlos de la pasión, de la embriaguez, de la glotonería, de la lujuria o de cualquier tipo de sensualidad cuando él no es capaz de apartarse de todo ello? ¿Acaso tu familia no menospreciará tus reprobaciones si tú mismo las contradices en tu vida? Sabes que esto es así en el caso de los predicadores impíos: ¿no ocurre esto también con todos los que están en alguna posición de gobierno?
3. Santidad
Quien quiera ser un gobernador santo de su familia deberá ser una persona santa. Las acciones de los hombres siguen la inclinación de su disposición. Actuarán según sean. Un enemigo de Dios no gobernará a su familia para Dios, como tampoco un enemigo de la santidad (ni alguien ajeno a ella) establecerá un orden santo en su casa ni gestionará sus asuntos de un modo santo. Sé que para la carne es más fácil llamar a otros a la mortificación del pecado y a la vida de santidad que aplicarlas a nosotros mismos; pero cuando no se trata de una orden sin más o de un deseo sin fundamento, sino del curso de un gobierno santo y laborioso, las personas impías —aunque algunas puedan llegar lejos— no tienen los fines ni los principios que requiere una obra como ésta.
Primera: Con este fin, asegúrate de que tu propia alma esté por completo sujeta a Dios y de obedecer sus leyes con mayor cuidado del que esperas de cualquier miembro de tu familia cuando obedecen tus órdenes. Si te atreves a desobedecer a Dios, ¿por qué deberían ellos temer desobedecerte a ti? ¿Acaso puedes tu vengar la desobediencia con mayor severidad o recompensarla con mayor abundancia que Dios? ¿Te crees mayor y mejor que Dios mismo?
Segunda: Asegúrate de hacer tesoros en el cielo y que el fin dominante supremo sea el disfrute de Dios en la gloria, tanto en los asuntos como en el gobierno de tu familia y todo lo demás que te ha sido encomendado. Dedícate tú y todo lo que tienes a Dios y hazlo todo por Él. Si te apartas así para Dios, serás santificado; entonces separarás todo lo que tienes para su uso y servicio…
Tercera: Mantén la autoridad de Dios en tu familia con mayor cuidado que la tuya propia. Tu autoridad no existe sino por la suya. Repréndelos o corrígelos con mayor dureza cuando ofenden o deshonran a Dios que cuando lo hagan contigo. Recuerda el triste ejemplo de Elí: No le quites importancia a ninguno de los pecados de tus hijos, en especial, los de mayor relevancia… Honrar a Dios debe ser lo más grande en tu familia y servirle a Él ha de tener preeminencia sobre el servicio de ella a ti. El pecado contra Él debe ser la ofensa más intolerable.
Cuarta: Que el amor espiritual hacia tu familia predomine; preocúpate por salvar sus almas y que tu compasión sea mayor en sus miserias espirituales. Pon primeramente cuidado en proporcionarles una porción en el cielo y salvarlos de cualquier cosa que pudiera privarlos de ella. No prefieras nunca el vil metal de la tierra a las riquezas eternas. No te abrumes con muchas cosas hasta el punto de olvidar lo único necesario, sino escoge para ti y para ellos la mejor parte (Lc. 10:42).
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Tomado de “A Christian Directory” en The Practical Works of Richard Baxter (Las obras prácticas de Richard Baxter), Tomo 4, Soli Deo Gloria, una sección de Reformation Heritage Books, www. heritagebooks.org.
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Richard Baxter (1615-1691): Predicador y teólogo puritano anglicano, nacido en Rowton, Shropshire, Inglaterra.
El santo Jacob, ese patriarca de renombre, fue un profeta que instruyó a su familia en la religión verdadera y un rey que los gobernó en nombre de Dios; y también fue un sacerdote quien edificó un altar [y] ofreció sacrificios y llevó a cabo la adoración religiosa a favor de su familia y junto con ésta. Aun el hombre más pobre que tiene una familia debe ser un profeta, un sacerdote y un rey en su propia casa. — Oliver Heywood