No sirve hablar de la santidad si no tenemos el testimonio práctico de la santificación en la familia que Dios nos ha dado. Es triste cuando los que mejor nos conocen no ven la santidad en nuestra vida. Pocos tienen la poca vergüenza de salir desnudos a la calle; si cuentan con qué taparse, y no se visten antes de salir. ¿Qué clase de persona eres en casa? El marido negligente gasta su dinero libremente en público, pero no alimenta a su familia. ¿Será entonces buen creyente si derrocha su fuerza espiritual por todas partes, dejando poco o nada de Dios para que fluya de él a su familia?
Algunos hombres famosos que disfrutan de una buena reputación entre los cristianos son peores que los inconversos que sí cuidan de su esposa e hijos de forma honrada y práctica. ¿Qué clase de creyente es aquel que actúa como un tirano y amarga tanto el espíritu de su esposa que la hace “cubrir el altar de Jehová de lágrimas, de llanto, y de clamor”? (Mal. 2:13).
Muchas esposas que están lejos de tener una obra de gracia verdadera en el corazón son obedientes a sus maridos; ¿pero es posible que una esposa cristiana ande en santidad si perturba toda la casa con su egoísmo sutil y su explosivo mal genio? La autoridad de una conciencia natural evita que los criados maltraten con malas lenguas a sus amos, ¿no estará la gracia a la altura de la naturaleza?
David sabía lo unida que está esta responsabilidad cristiana al corazón de la santidad, cuando dijo: “En la integridad de mi corazón andaré en medio de mi casa” (Sal. 101:2). Consideremos cuatro facetas específicas de este poder de la santidad en las relaciones familiares.
A veces no podemos escoger las relaciones: un hijo no escoge a su padre, ni el progenitor a su hijo. Pero cuando Dios nos permite la libre elección, espera que siempre escojamos sabiamente, por tanto…
1.- Elige amos espirituales. Cuida de demostrar tu santidad en la autoridad que escoges para poner sobre ti. Primero, investiga si el aire de puertas adentro es tan sano para tu alma como el de afuera lo es para tu cuerpo. ¿Te someterás voluntariamente a hombres carnales? Es bastante difícil servir a dos amos, hasta cuando ambos tienen personalidades parecidas; pero es imposible servir al Dios Santo y a un hombre carnal siendo de agrado para ambos.
Si ya estás bajo el techo de una mala autoridad, no olvides tu responsabilidad hacia ella, aunque esta olvide por completo a Dios. Tu fidelidad bien podría hacer que buscara al Señor por tu causa, como hizo Nabucodonosor en el caso de Daniel. Además, los pecadores sin duda tomarán más en serio los caminos de Dios si hay mayor belleza en la vida de los creyentes para atraerlos al Reino.
Solemos escoger un libro con letra clara y atractiva, pasando por alto aquel que tiene la letra borrosa o muy pequeña. ¿Cuántos jefes desechan toda idea de cristianismo porque sus empleados “creyentes” trabajan con negligencia y orgullo? Se sigue la conclusión inevitable: “Pues si este es el resultado de tus creencias, ¡Dios me libre de tal religión!”. Cristiano, tu comportamiento intachable es la mejor forma de dejar ver a los jefes carnales o impíos los caminos de Dios. Añado una sugerencia práctica: Tal vez estés haciendo todo lo posible por llevar la verdad divina a ese lugar, pero el terreno es tan duro y frío que no hay esperanza visible de sembrar para él allí. Entonces, es el momento de pensar en trasplantarte; si el campo resulta demasiado malo para que siembres el cristianismo, tampoco puede ser bueno para tu crecimiento.
2.- Elige siervos espirituales. Cuando empleas a una persona, escógela tanto para Dios como para ti. ¿Cómo encajará con tus planes si no encaja con los de Dios? Por supuesto, quieres que su trabajo sea fructífero, ¿pero en qué anclas esta esperanza si la mano que hace el trabajo insiste en pecar mientras actúa? “Altivez de ojos, y orgullo de corazón, y pensamiento de impíos, son pecado” (Pr. 21:4).
Pero el siervo santificado es una bendición. Puede trabajar duramente, y luego buscar a Dios para hacerte bien: “Dios de mi señor Abraham, dame, te ruego, el tener hoy buen encuentro, y haz misericordia con mi señor Abraham” (Gn. 24:12). Esta oración seguramente ayudó a Abraham tanto como el buen criterio de su siervo.
Si plantaras un huerto, buscarías los mejores árboles en lugar de malgastar las tierras cultivando espinos. Se pierde mucho más empleando a una persona sin virtud, que teniendo un árbol estéril en el huerto. Mientras David estuvo en la corte de Saúl, vio la desventaja de tener siervos impíos. Sin duda este reconocimiento del mal en una casa desordenada le determinó a exigir el máximo cuando Dios lo pusiera como cabeza de aquella familia real: “No habitará dentro de mi casa el que hace fraude; el que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos” (Sal. 101:7).
3.- Elige una pareja santificada. El área específica en que los creyentes con mayor frecuencia han revelado su debilidad, aun históricamente en la Biblia, ha sido al escoger para si cónyuges inconversos. “Viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas” (Gn. 6:2). Sería mejor que los hijos de Dios buscaran la gracia del corazón en lugar de la belleza física, pero hasta ellos son capaces de desviarse por la hermosura exterior sin examinar el espíritu.
Recuerda que Dios no dejó constancia de los errores de sus elegidos para que los siguiéramos, sino para que los aborreciéramos. Solo el simple se traga toda experiencia de los santos de la Palabra. Es verdad que los malvados se rompen el cuello tropezando con los pecados de los cristianos, ¿pero quieres tú tropezar con ellos y romperte las piernas?
No señales a una creyente que crees que Dios está usando y des por sentado que estuvo bien que se uniera a una familia inconversa y se desposara con un hombre impío. En su lugar, mira a lo alto, al listón de Dios, si quieres conservar el poder de la santidad. Está tan claro como un rayo de sol, escrito en la Palabra: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia?” (2 Cor. 6:14). Hasta cuando Dios da permiso a una viuda para volver a “casarse con quien quiera”, añade esta condición vital: “Con tal que sea en el Señor” (1 Cor. 7:39).
El que no tenga fe está “sin Dios en el mundo” (Ef. 2:12).
Ya que la familia de Dios está en la Iglesia, si te casas fuera de Dios, te casas fuera de su familia. También “en el Señor” puede significar “con su bendición”. Estamos de acuerdo en que el consentimiento de los padres es importante, ¿pero y tu Padre celestial? ¿Dará su consentimiento para que te entregues a un inconverso?
A lo largo de los tiempos, los santos han pagado un alto precio por las uniones profanas. Dalila fue una plaga terrible para Sansón. Tampoco Mical ayudó a David. Sería mejor que se hubiera casado con la más pobre de todo Israel, sin más que la ropa que vestía, en lugar de aquella compañera arrogante que se burlaba de él por celebrar la fidelidad de Dios.
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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall