Al principio de nuestro ministerio, cuando lo que decimos es nuevo y nuestras energías rebosan; cuando ardemos y lanzamos destellos, y pasamos mucho tiempo en preparar fuegos artificiales, las personas son propensas a tenernos por seres maravillosos; y entonces se necesita la palabra del apóstol: «Así que, ninguno se gloríe en los hombres» (I Corintios 3:21). No es cierto, como insinúan los aduladores, que en nuestro caso los dioses hayan descendido en la semejanza de hombres; y seremos idiotas si lo pensamos. A su debido tiempo, las ilusiones estúpidas serán curadas por los desengaños y entonces oiremos la desagradable verdad, mezclada con censuras injustas. El ídolo de ayer es hoy el blanco de las pullas.
Sean nueve días, nueve semanas, nueve meses, o nueve años; tarde o temprano, el tiempo produce el desencanto, y cambia nuestra posición en el aprecio del mundo. Pasó el día de las primaveras, y han venido los meses de las ortigas.
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Sean nueve días, nueve semanas, nueve meses, o nueve años; tarde o temprano, el tiempo produce el desencanto, y cambia nuestra posición en el aprecio del mundo. Pasó el día de las primaveras, y han venido los meses de las ortigas.