Otra parte de haber sido hechos a imagen de Dios es que somos agentes morales responsables dentro del universo divino. La responsabilidad moral está implícita en los atributos de nuestro ser (el conocimiento, los sentimientos, la voluntad, y la conciencia de Dios) y en la prueba posterior de obediencia a Dios (Gn. 2:16-17). Este concepto ya está presente en el relato de la Creación. En el mismo versículo en el que se nos habla sobre la decisión de Dios de hacer al hombre a su imagen, también se nos dice que él ha de señorear «en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra» (Gn. 1:26). Cualquier clase de dominio, pero este dominio por su alcance en particular, involucra la habilidad de actuar con responsabilidad.
En la actualidad en el mundo occidental hay una fuerte tendencia a negar la responsabilidad moral humana sobre la base de alguna clase de determinismo. Dicha posibilidad no es aceptable en la Biblia. Hoy en día, el determinismo toma una de las siguientes dos formas. Puede asumir la forma de un determinismo físico y mecánico («los seres humanos son el producto de sus genes y de la química orgánica») o la forma de un determinismo psicológico («los seres humanos son el producto del medio ambiente y de su historia pasada»). En ambos casos, el individuo está libre de responsabilidad por sus actos. Es así como hemos visto transcurrir un período en que a la conducta criminal se la concebía como una enfermedad, y al criminal se lo consideraba más una víctima del entorno que un delincuente. (En los últimos tiempos, existe una tendencia para revertir el tema.) Actos menos llamativos pero igualmente censurables moralmente todavía son excusados con afirmaciones de este tenor: «Supongo que no pudo hacer otra cosa».
El punto de vista bíblico no podría ser más contrario a esto. Schaeffer señala que «como Dios ha hecho al hombre a su imagen, el hombre no está preso en las ruedas del determinismo. Por el contrario, el hombre es tan grande que puede influenciar la historia para sí y para otros, para esta vida y para la vida futura». Hemos caído, pero aun en nuestro estado como seres caídos somos responsables. Podemos hacer grandes cosas, o podemos hacer cosas terribles, cosas por las que algún día deberemos rendir cuentas ante Dios.
Existen cuatro áreas en las que deberíamos ejercer nuestra responsabilidad.
Primero, deberíamos ejercerla ante Dios. Dios es el Ser que creó al hombre y la mujer y les dio el dominio sobre todo el orden creado. Como consecuencia, ellos son responsables ante Él por lo que hagan con la creación. Cuando el hombre peca, como el relato de Génesis nos muestra que peca, es Dios quien viene a solicitar un ajuste de cuentas: «¿Dónde estás tú?… ¿Quién te enseñó que estabas desnudo?… ¿Qué es lo que has hecho?» (Gn. 3:9, 11, 13). En los miles de años que han transcurrido desde el Edén, hay muchos que se han convencido de que no son responsables ante nadie. Pero el testimonio de las Escrituras es que este ámbito de responsabilidad todavía está vigente y que todos tendrán que responder ante Dios en el juicio, delante del gran trono blanco, «…y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras» (Ap. 20:12).
Segundo, somos responsables de nuestros actos frente a las demás personas. Este es el motivo de las afirmaciones bíblicas que instituyen la pena capital como respuesta a los asesinatos; por ejemplo: «El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada» (Gn. 9:6). Estos versículos no se encuentran en la Biblia como reliquias de una era más bárbara o porque desde la perspectiva bíblica las personas no son valiosas. Por el contrario, el motivo es que las personas son demasiado valiosas para ser destruidas caprichosamente, y por lo tanto se reservan las penas más duras para quienes cometen dicha destrucción.
Santiago 3:9-10 puede ser también traído a colación con este aspecto, ya que prohíbe el uso de la lengua para maldecir a otros por la sencilla razón que los otros también han sido hechos a imagen de Dios. «Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así». En estos pasajes se prohíben los asesinatos y las maldiciones sobre la base de que la otra persona (aun después de la Caída) retiene algo de la imagen de Dios y por lo tanto debería ser valorada por nosotros, del mismo modo que Dios también la valora.
Tercero, tenemos una responsabilidad frente a la naturaleza. Es necesario ver que la manera en la que nos comportamos frente a la naturaleza, si la cultivamos y la desarrollamos, o si la utilizamos y la destruimos, tiene una dimensión moral. Tampoco Dios es indiferente a este tema. Podemos apreciar la importancia de esta responsabilidad si consideramos la manera en la que Dios mismo habla sobre la naturaleza, señalando que «la creación fue sujetada a vanidad» por causa del pecado del hombre, pero que será «libertada de la esclavitud de corrupción a la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Ro. 8:20-21).
La cuarta área donde deberíamos ejercer nuestra responsabilidad es ante cada uno de nosotros mismos. La Biblia nos describe al ser humano, diciéndonos que fue hecho «poco menor que los ángeles» (Sal. 8:5); lo que quiere decir es que fuimos colocados entre los seres más superiores y los más inferiores, entre los ángeles y las bestias. Lo que es significativo es que se diga que hemos sido colocados un poco por debajo de los ángeles, en lugar de decir que fuimos colocados un poco por encima de las bestias. Nuestro lugar y nuestro privilegio es ser una figura intermedia, pero una figura que mira hacia arriba y no hacia abajo. Cuando rompemos esa ligadura que nos ata a Dios y tratamos de despojarnos del gobierno de Dios, no nos elevamos para ocupar el lugar de Dios, como es nuestro deseo, sino que nos hundimos al nivel de las bestias. Hemos llegado a considerarnos como bestias («el mono desnudo») o, lo que es incluso peor, como máquinas.
Por el contrario, el hombre redimido (en quienes se ha restablecido el vínculo con Dios) pueden mirar hacia arriba y ejercer plena responsabilidad con respecto a sí mismo en cada nivel de su ser. Todos tenemos un cuerpo, y debemos usarlo como lo que en realidad es, «el templo del Espíritu de Dios» No debemos dejar que sea corrompido por la haraganería física, la glotonería, por drogas que produzcan dependencia, por el alcohol, ni por ninguna otra práctica que debilite nuestro físico. Todos tenemos un alma, y debemos usarla plenamente -permitiendo que nuestra mente y nuestra personalidad se desarrollen mientras Dios nos bendice y nos instruye-. Todos tenemos un espíritu que debemos ejercitar en la adoración y en el servicio del Dios verdadero.
Los cristianos en particular deben usar y desarrollar sus mentes. Hoy en día existe una fuerte tendencia hacia un cristianismo anti intelectual o que prescinde de la mente, como señala John R. W. Stott en su libro Your Mind Matters. Este anti intelectualismo es desafortunado, ya que Dios nos habla principalmente a la mente (al leer su Palabra y meditar en ella); la mente nos permite crecer en su gracia («por la renovación de vuestro entendimiento» Ro. 12:2), y nos permite ganar a otros (presentando una «defensa» de nuestra esperanza cristiana, 1 Pe 3:15).
Este ánimo anti intelectualista (cultivado en algunos grupos cristianos) no es la verdadera piedad sino parte de la moda del mundo, y por lo tanto, es una forma de mundanalidad. Denigrar la mente es minar las doctrinas cristianas fundacionales. ¿Si Dios nos ha creado como seres racionales, negaremos la humanidad que nos ha concedido? ¿Si Dios nos ha hablado, seremos sordos a sus palabras? ¿Si Dios ha renovado nuestra mente por medio de Cristo, por qué no la utilizaremos para pensar? ¿Acaso Dios no nos ha de juzgar por su Palabra? ¿Por qué no hemos de ser sabios y edificar nuestra casa sobre la roca?
Evidentemente, los cristianos deberíamos permitir que Dios nos desarrolle intelectualmente al máximo, para que seamos conocidos como hombres que piensan. Como Stott demuestra, si no respetamos la mente no hay verdadera adoración, ni fe, ni santidad, ni guía, ni evangelismo, ni ministerio cristiano.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice