Esto se ve claramente en el pasaje que estamos considerando. Los cristianos, según San Pablo, son «herederos». No han heredado completamente aún, todavía están esperando, todavía están aguardando.
Hay una gloria «que ha de manifestarse» y la ansían. Están esperando «la adopción, la redención del cuerpo». No han recogido• aun la gran siega pero han recibido «las primicias». No han comprendido cabalmente aún su gran herencia pero han visto y conocido suficiente como para hacerles desear lo que falta y al esperarlo lo aguardan «con paciencia».
Es por todo esto que Pablo puede decir con tanta confianza que «las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse» (Ro. 8:18). Aunque vive en el presente es evidente que el cristiano, según Pablo, debe vivir para el futuro. Es por esto que dice en otro lugar que debe poner «la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col. 3:2), y exhorta a los efesios a que sepan «cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuales las riquezas de la gloria de su herencia en los santos» (Ef. 1:18). Este también es el enfoque de la Epístola a los Hebreos especialmente los capítulos 11 y 12.
También recordamos cómo Pedro habla de la «esperanza viva». Ciertamente es el enfoque de la vida que se encuentra en todo el Nuevo Testamento y también en el Antiguo. Los verdaderos creyentes en Israel se consideraban como «peregrinos y extranjeros» en la tierra, pasajeros en esta tierra del tiempo. Miraban hacia adelante y hacia lo porvenir, eran peregrinos viajando hacia Dios y hacia la eternidad. Ese es el enfoque de la vida a través de toda la Biblia y es vital para su enseñanza de consuelo. En verdad, sin esto no hay consuelo alguno.
El Nuevo Testamento dirige su atención en primera instancia a la condición de nuestras almas y no de nuestros cuerpos; se preocupa de nuestro bienestar espiritual más que de la condición material; y por sobre todo esto, y antes de considerar nuestra relación con los hombres y lo que ellos nos puedan hacer, enfatiza la importancia de una relación correcta con Dios. El resultado es que parece abstraerse de este mundo presente; y al encarar las peores condiciones que se puedan concebir puede decir con confianza: «El Señor es mi ayudador, no temeré lo que me pueda hacer el hombre» (He. 13:6), y también: «Esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Co. 4:17, 18). Esa es su actitud hacia la vida. No es necesario que destaquemos la total diferencia que hay entre este enfoque y el moderno que es casi totalmente «de este mundo».
Las personas se desilusionan y tienden a culpar a Dios y al evangelio. Y cuando se les recuerda que su enfoque de la vida y del mundo es falso y está en desacuerdo con la enseñanza de la Biblia, responden con la afirmación de que el otro enfoque no es más que una manifestación de escapismo, y a la vez es culpable de no preocuparse por las condiciones y problemas presentes. La respuesta a tal acusación no puede darse ampliamente pero debemos demostrar que es totalmente falsa.
Podemos hacerlo recordando ciertos hechos históricos. ¿Podemos describir a personas cuyas vidas están registradas en el Antiguo testamento como hombres y mujeres que evitaron los problemas de la vida, por ejemplo, Abraham, Jacob, Moisés, David y todos los otros? ¿Puede decirse que los apóstoles y especialmente San Pablo, al tener enfoques extraterrestres habían escapado y evitado los problemas y las responsabilidades de la vida en este mundo? ¿Podemos acusar a los puritanos de escapismo siendo ellos quienes quizá más que otros ejemplificaron y enseñaron este punto de vista?
El hecho de que los cristianos que sostienen el punto de vista de «otro mundo» no se entusiasmen ni trabajen por ideas y proyectos basados en el enfoque opuesto, no significa que se despreocupan de la vida y de lo que ocurre. Su posición es que han aprendido que el peligro más grande es estar atado por este mundo y vivir sólo para esta vida. Han tenido una visión de cosas que «ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre» (l Cor. 2:9). Viven para estas cosas y para su logro final. Estas son las cosas que los entusiasman. Realmente, estas son las cosas por las cuales viven Pero esto no significa una indiferencia total a este mundo. Significa e implica una visión muy pesimista de este mundo, acompañada por genuinos esfuerzos para hacerlo lo más tolerable posible.
¿Estamos tan preocupados por nuestras almas como lo estamos por nuestros cuerpos? ¿Experimentamos tanta agonía de espíritu al contemplar la terrible lucha espiritual que se está llevando a cabo en este mundo, como lo hacemos respecto de las guerras físicas que ocurren de tiempo en tiempo? ¿Podemos decir que nos entristecemos tanto por la errónea relación de los hombres con Dios, como por las relaciones nacionales e internacionales quebrantadas? Si nuestro enfoque de la vida no es el del Nuevo Testamento, no sólo experimentaremos graves desilusiones en este mundo sino que no seremos consolados ni reconfortados por su enseñanza.
Extracto del libro: “¿Por qué lo permite Dios?” del Dr. Martyn Lloyd-Jones