En BOLETÍN SEMANAL
​"Y ella dijo: Sí, Señor; pero...” Mateo 15:27.

Si estás tratando con el Señor un asunto de vida y muerte, nunca contradigas Su Palabra. Nunca obtendrás la paz perfecta si estás con el ánimo de contradecir, porque esa es una condición
soberbia e inaceptable de la mente . El que lee la Biblia para encontrarle defectos, pronto encontrará que la Biblia lo encuentra defectuoso a él. Se puede decir del Libro de Dios lo que se dice de su Autor: "Si camináis oponiéndoos a mí, Yo caminaré contra vosotros." De este Libro puedo decir con verdad: "Con el obstinado te mostrarás obstinado."

I. Mi primer consejo a todo corazón que busca al Salvador es este: ACEPTA LO QUE EL SEÑOR TE DIGA.
Ella dijo: «Sí, Señor.» Dijera lo que dijera Jesús, ella no le contradijo en lo más mínimo. Me gusta lo que otra versión dice: «Es verdad, Señor,» porque es muy expresivo. Ella ni dijo: «Es difícil, duro, o poco amable,» sino «Es Verdad Señor.» «Es verdad que no es bueno tomar el pan de los hijos y darlo a los perrillos. Es verdad que comparada con Israel soy como un perro. El que me otorgues esta bendición es como dar a los perrillos el pan de los hijos. Verdad, Señor, es cierto.»
Si el Señor os hace recordar vuestra indignidad y vuestra incapacidad, solamente os está diciendo lo que es verdad, y será sabiduría de vuestra parte decir: «es Verdad, Señor.» Se te describe descarriado como oveja perdida, y el cargo es verdadero. La Escritura te describe como teniendo una naturaleza depravada, dile: «Sí, Señor.» Te describe como teniendo un corazón engañoso, y verdaderamente ese es el corazón que tienes. Por lo tanto, dile: «es Verdad, Señor.» Te representa como sin fuerzas,   y sin esperanza.  Que tu respuesta sea «Sí, Señor.» La Biblia nunca da una buena palabra para la naturaleza humana no regenerada, ni ésta la merece. Delata nuestras corrupciones, y deja al desnudo nuestra falsedad, orgullo e incredulidad. No pongas reparos a la fidelidad de la Palabra. Toma la posición más baja y reconoce que eres pecador, perdido desacreditado y desecho. Si la Escritura pareciera degradarte, no te des por ofendido, antes bien, comprende que está tratando contigo de forma honesta. No permitas jamás que tu orgullosa naturaleza contradiga al Señor, porque eso es aumentar tu pecado.
Esta mujer tomó el lugar más bajo que le era posible. No solamente reconoció que era como uno de los perrillos, sino se puso debajo de la mesa de los hijos, y no la mesa del Maestro. Ella dijo: «Los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.» La mayoría de vosotros supusisteis que ella se refería a las migajas que caían de la mesa misma del amo de la casa. Si tenéis la bondad de mirar el pasaje notaréis que no es así. «Sus amos» se refiere a varios amos: la frase es plural, y se refiere a los hijos que eran los pequeños  amos  de los perros.  Así  ella  se humilló  no solamente para ser como un perrillo para su Señor, sino como uno para la casa de Israel. Esto era avanzar mucho, que una mujer patriota, orgullosa de su sangre sidonia reconociera que la casa de Israel era para ella como sus amos, que estos discípulos que acababan de decir: «Despídela,» estaban en la misma relación con ella que los hijos de una familia con los perros de debajo de la mesa. La gran fe es siempre hermana de la humildad. No importa cuan bajo Jesús la pone, ella se sienta allí. «Sí, Señor.» Sinceramente recomiendo a cada uno de mis oyentes que consientan al veredicto del Señor, y no levanten objeciones contra el mayor amigo de los pecadores. Cuando tu corazón está pesado, cuando sientes que eres el peor de los pecadores, te ruego que recuerdes que eres un pecador mayor de lo que tú te piensas. Tu propia conciencia te ha puesto muy bajo, pero debes ir más abajo aun, y sólo entonces estarás en el lugar que te corresponde. Porque a decir verdad, tú eres tan malo como puedas ser. Puedes ser peor que lo que los más oscuros de tus pensamientos te hayan pintado. Eres un miserable totalmente carente de méritos, merecedor del infierno, y, sin la gracia soberana, eres un caso perdido. Si estuvieras en el infie¬rno ahora, no tendrías motivo para quejarte contra la justicia de Dios, porque mereces estar allí. Pido a Dios que cada oyente que aún no ha encontrado misericordia pueda consentir con las declaraciones más serias de la Palabra de Dios, porque todas ellas son verdaderas, y fieles a él. ¡Oh, que quieras decir: «Sí, Señor: no tengo una sílaba que pronunciar en mi defensa»!
Y luego, sí a tu humillado corazón le pareciera una cosa muy extraña el pensar que eres salvo, no luches contra esa creencia. Si un sentido de la justicia divina te sugiere: «¡Qué! ¡Tú salvado! Seguramente Dios ha sobrepasado toda su misericordia anterior al perdonar a uno como tú.» En ese caso Él habrá tomado el pan de los hijos para lanzarlo a los perros. Eres tan indigno, tan insignificante e inútil, que aun cuando fueras salvo serías inútil para el servicio sagrado. ¿Cómo puedes esperar la bendición? No trates de argumentar en sentido contrario. Trata de no magnificarte a ti mismo, pero clama: «Señor, reconozco la evaluación que haces de mí. Reconozco francamente que si he sido perdonado, si he sido hecho tu hijo, y si entro en el cielo, será la maravilla más grande del inmensurable amor y de la gracia sin límites que haya vivido sobre la tierra o en los cielos.»
Deberíamos estar completamente dispuestos a dar nuestro asentimiento y consentimiento a cada sílaba de la divina palabra puesto que Jesús nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos. El Verbo de Dios sabe más acerca de nosotros que lo que pudiéramos jamás descubrir acerca de nosotros mismos. Somos parciales acerca de nuestra persona, y por eso somos medio ciegos. Nuestro juicio siempre falla en cuanto al justo equilibrio cuando nuestro caso está en la balanza. ¿Quién es el hombre que no esté a buenas consigo mismo? Tus faltas, por cierto, siempre son excusables, y si haces un pequeño bien, es digno de ser reconocido y estimado con el valor de los diamantes de primera. Cada uno de nosotros es una persona muy superior; por lo menos eso es lo que nos dice nuestro orgulloso corazón. Nuestro Señor Jesucristo no nos adula; ve nuestro caso tal como es: su ojo escudriñador ve la verdad desnuda de las cosas, y como «el testigo fiel y verdadero» nos trata conforme a las reglas de la rectitud. ¡Oh alma que buscas, Jesús te ama mucho como para adularte! Por lo tanto, te ruego que tengas confianza en él, una confianza tal, que no importando cuánto te reprenda, por su Palabra, por su Espíritu, cuanto te repruebe y aun te condene, tú puedas responderle sin vacilar: «es verdad, Señor; sí, Señor.»
Nada se puede ganar con poner reparos al Señor. Un mendigo está a tu puerta y pide limosna. Si comienza una discusión contigo y te contradice, ha errado el camino. Si los mendigos no pueden elegir, ciertamente no deben amar las controversias. Si un mendigo desea discutir, que discuta, pero entonces que deje de mendigar. Si él critica la forma en que recibirá el regalo de tu mano, el cómo y lo que le vas a dar, es muy probable que finalmente nada obtenga. Un pecador crítico, disputando con su Salvador, es un necio con letras mayúsculas. En cuanto a mí, tengo el propósito hecho de que disputaré con todos, pero jamás con mi Salvador, y especialmente contenderé conmigo mismo, y tendré una reyerta desesperada con mi propio orgullo, pero no tendré ni una sombra de diferencias con mi Señor. Contender con su propio Benefactor es ciertamente una necedad. Sería necio que el condenado con justicia sea quisquilloso con el Dador de la Ley que está investido de todas las prerrogativas del perdón. En lugar de eso, con el alma y el corazón clama: «Señor, creo todo lo que encuentro en tu Palabra, cuanto leo en las Santas Escrituras, que es la revelación de tu mente, lo creo, lo creeré y debo creerlo, y por lo tanto digo: «Sí, Señor! Es todo verdad aunque me condene para siempre.»
Ahora, prestad atención a esto: si en tu corazón te encuentras reconociendo lo que Jesús dice, aun cuando su respuesta haya sido dura, puedes estar seguro de que ello se debe a una obra de la gracia, porque la naturaleza humana es muy egoísta y se pone muy por encima de su necia dignidad, y contradice al Señor cuando éste lo trata verazmente y lo humilla. La naturaleza humana, si quieres verla en su verdadera condición, es aquel ser desnudo que está más allá, que soberbiamente procura cubrirse con un vestido diseñado por él mismo. ¡Miradlo! ¡Ha cosido hojas de higuera para hacerse un delantal! ¡Qué desvalido! ¡Con las hojas marchitas se ve peor que desnudo! Sin embargo, ésta miserable naturaleza humana se rebela orgullosamente contra la salvación por Cristo. No quiere saber de una justicia imputada; su justicia propia le es mucho más querida. ¡Ay de la corona de orgullo que se constituye en rival del Señor Jesucristo! Amado oyente, si tienes otro modo de pensar, y estás dispuesto a reconocerte pecador, perdido, arruinado y condenado, bien haces. Si esta es tu actitud, que no importa cuan humillante sea la verdad que el Espíritu de Dios te enseñó en Su Palabra, o te enseñó por la convicción en tu conciencia, de inmediato estarás de acuerdo y confesarás: «Así es Señor.» Entonces el Espíritu de Dios es el que te ha traído a esta condición humilde, verdadera y de obediencia, y hay esperanza para ti.

C.H. Spurgeon

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