Los entendidos dicen que es el polvo o el polen en el aire. Sin embargo, no es sólo el polen, desde luego, porque otras personas pueden andar por el mismo campo y nada les sucede. El polen está allí. No obstante el problema es que estas personas sufren de alergia, no por el polen sino porque son hipersensibles, son alérgicos. Ahora bien, esto ilustra lo que el salmista descubrió. Sin embargo, prosigue más allá. Dice que él mismo se produjo la sensibilidad, en realidad la hipersensibilidad. Esto se puede producir fácilmente y podemos hacer que nuestro corazón sea hipersensible. Cuanto más lo cuidamos y mimamos, más sensible y delicado se pondrá. Podemos provocar esta condición al punto que la cosa más pequeña nos causa un problema inmediatamente. Si encendemos un fósforo en un barril de pólvora, podemos causar una terrible explosión. No es el fósforo lo que reviste principal importancia, sino el barril de pólvora.
Esto es lo que el hombre descubrió. Estaba totalmente equivocado con respecto a los impíos. Pensó que ellos eran la causa de su problema, pero descubrió que no era nada semejante. El mismo había llevado su corazón a esta condición, a esta hipersensibilidad. Estaba en tal estado que cualquier cosa que le iba mal, podría causar una explosión. Creo que todos nos damos cuenta de la verdad que estoy exponiendo, pero el problema es ¿nos damos cuenta que nosotros estamos haciendo lo mismo? Cada vez que nos hablamos a nosotros mismos, ¿no nos tenemos lástima? Si es así, estamos haciendo lo mismo que este hombre, estamos alimentando nuestra hipersensibilidad, y nos estamos impulsando hacia una dolorosa experiencia. Esto se llama masoquismo. Conocemos esa clase de perversión de la cual somos todos en mayor o menor medida, culpables. Es una extraña particularidad de la naturaleza humana, y una de las consecuencias más aterradoras de la caída del hombre, que nosotros nos deleitemos perversamente en dañarnos a nosotros mismos. Es algo extraordinario, pero nos gozamos en nuestra propia miseria, porque, mientras la gustamos, nos tenemos lástima al mismo tiempo. Aquí es donde entra la sutileza. Mientras nos sentimos totalmente miserables y tristes, hay un deseo de quedarnos en este estado, pues nos da una especie de alegría pervertida. Todavía estamos protegiendo y magnificando el yo.
El salmista descubrió todo esto en el santuario de Dios. Se estaba entristeciendo a sí mismo: él mismo produjo su propia miseria y la siguió produciendo. Exageró todo el problema en vez de enfrentarlo honestamente. Realmente no estaba en tan grave situación, no lo estaba pasando mal. Estaba mirando a las cosas de tal manera como para decirse a sí mismo que lo estaba pasando mal. ¡Qué hombre tan necio! ¿No somos todos nosotros como él de vez en cuando?
En contraposición a esto tenemos la bendita condición descrita en Filipenses 4:11-13. Pablo lo expresa de esta manera, «…pues he aprendido a contentarme, cualquiera sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. En otras palabras, llegó a la condición en la que ya no era más hipersensible. Estaba gobernado por una actitud donde no interesaba lo que le sucediera: no lo iba a alterar: “… he aprendido a contentarme, cualquiera sea ni situación”. Esta es la posición en que todos nosotros que somos cristianos, debemos estar. El que no es creyente no se encuentra en esta posición y tampoco puede lograrla. Es corno un barril de pólvora; nunca sabemos cuando habrá una explosión. Aún un pequeño pinchazo causa un gran problema; es hipersensible a causa del yo. Sin embargo, el Apóstol Pablo recordó lo que el Señor primero enseñó a sus discípulos, o sea, que «si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo…”. El yo debe ser puesto a un lado primero. Luego dijo: «tome su cruz, y sígame”, cuando el yo es destronado y puesto en el olvido, el discípulo no es más hipersensible, y estas cosas no causan problemas, ni alarmas, ni explosiones. Es un hombre equilibrado porque el yo ha sido quitado y él vive para Cristo.
Examinémonos a la luz de esto. Pensemos en todas nuestras injusticias, nuestros contratiempos e insultos y todas las otras cosas que creemos están amontonadas sobre nosotros, y todos los malentendidos. Enfrentémoslos a la luz de esta enseñanza y creo que nos daremos cuenta de una vez que es algo triste y miserable. Es todo provocado, porque realmente no pasa nada. Hemos estado haciendo una montaña de una pequeña dificultad.
Extracto del Libro: La fe a prueba, del Dr. Martin Lloyd-Jones