«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.» (Apocalipsis 3:22)
Terminaré con unas palabras de aplicación.
1) Deseo amonestar a todos aquellos que solamente viven para este mundo, para que se den cuenta de lo que hacen. Aunque no lo sepáis, sois enemigos de Cristo. Él observa vuestros caminos, pese a que vosotros le volvéis la espalda y rehuís entregarle vuestro corazón. Él toma nota de vuestro andar cotidiano, y lee en lo más recóndito de vuestro ser. Llegará el día cuando tendrá lugar una resurrección de todos vuestros pensamientos, palabras y acciones. Podéis olvidaros de ellas, pero Dios no; las contempláis descuidadamente, pero en el cielo se registran cuidadosamente en el libro de la memoria. ¡Oh! hombre mundano, ¿piensas en esto? Tiembla y arrepiéntete.
2) Deseo exhortar a todos aquellos que siguen una profesión religiosa formalista para que no se engañen. Os hacéis la ilusión de que iréis al cielo por el sólo hecho de que vais a la iglesia, participáis de la Cena del Señor y vuestro asiento en la iglesia nunca está vacío. Y haciendo estas cosas creéis que la vida eterna os pertenece. Pero os pregunto: ¿Dónde está vuestro arrepentimiento? ¿Dónde está vuestra fe? ¿Dónde están las evidencias de un nuevo corazón? ¿En qué se puede ver la obra del Espíritu Santo? ¿Dónde están las evidencias de la regeneración? ¡Oh! cristiano formalista: piensa en estas preguntas. Tiembla, tiembla y arrepiéntete.
3) Deseo amonestar a todos aquellos miembros de iglesia que toman las responsabilidades de su fe de una manera descuidada para que no jueguen con su alma, no sea que un día despierten en el infierno. Vivís año tras año como si no hubiera batalla que pelear contra el pecado, el mundo y el diablo. Os pasáis la vida riendo y según la etiqueta y modales del caballero o la señorita; y os comportáis como si no hubiera diablo, cielo ni infierno. ¡Oh! miembro descuidado de iglesia, seas episcopal, presbiteriano, independiente o bautista, ¡despierta a las realidades espirituales! ¡Despierta y ponte la armadura de Dios! ¡Despierta y lucha duramente! Tiembla y arrepiéntete.
4) A toda persona que desee ser salva la amonesto para que no se contente con las normas religiosas del mundo. Ciertamente, ninguna persona con los ojos abiertos puede dejar de ver que el cristianismo del Nuevo Testamento es algo más elevado y profundo que el “cristianismo” que profesa la mayor parte de la gente hoy en día. Esto tan formal, tan fácil, que no demanda y hace tan poco, y que la mayoría de la gente llama ‘religión, que será todo lo que se quiera menos la religión del Señor Jesucristo. Las cosas que Él valora en las siete epístolas, no son valoradas por el mundo. Las cosas que Él condena, son precisamente las cosas en las que el mundo no ve mal alguno. ¡Oh! si en verdad deseas seguir a Cristo, ¡no te contentes con el cristianismo del mundo! ¡Tiembla, tiembla y arrepiéntete!
5) En último lugar, deseo amonestar a todo aquel que profesa ser creyente en Cristo Jesús, a que no se conforme con un poco de religión. De todos los aspectos tristes que la Iglesia cristiana pueda ofrecernos, para mí el más triste es el que presentan aquellos cristianos que están satisfechos con un poco de gracia, un poco de arrepentimiento, un poco de fe, un poco de conocimiento, un poco de caridad y un poco de santidad. Si deseáis ser útiles, si ansiáis promover la gloria de vuestro Señor, si suspiráis sinceramente por una mayor paz interior, entonces no os contentéis con un poco de religión.
Busquemos, mas bien, a medida que transcurren los años, el hacer mayores progresos de los que hemos hecho, el crecer en la gracia y en el conocimiento del Señor Jesús, el crecer en humildad y conocimiento propio, el crecer en espiritualidad y en conformidad a la imagen de nuestro Señor. Tengamos cuidado de no dejar el primer amor como la iglesia de Éfeso, de no ser tibios como la de Laodicea, de no tolerar prácticas falsas como la de Pérgamo, de no jugar con falsa doctrina como la de Tiatira, de no volvernos como medio muertos y a punto de morir como la de Sardis. Procuremos, más bien, conseguir los mejores dones. Esforcémonos en pro de una verdadera santidad. Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para ser como las iglesias de Esmirna y de Filadelfia. Retengamos lo que tenemos, y continuamente esforcémonos para tener más. Trabajemos para que nuestra profesión cristiana no se ponga en tela de juicio. No busquemos como distintivo característico nuestro el ser hombres de ciencia, de talentos literarios u hombres de mundo, sino afanémonos para ser hombres de Dios. Vivamos de tal manera, que el mundo pueda ver que en nosotros las cosas de Dios son primero, y el promover su gloria nuestra meta suprema. Vivamos de esta manera y seremos felices. Vivamos de esta manera y haremos bien al mundo. Vivamos de esta manera y dejaremos buen testimonio cuando abandonemos este mundo. Vivamos de esta manera y la Palabra del Espíritu a las Iglesias no nos habrá hablado en vano.
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Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle