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El médico o el abogado que sonríe ante nuestra ignorancia sobre los principios básicos de su profesión, debería avergonzarse de igual manera, al manifestar su propia ignorancia de la condición de su alma. En la vida espiritual, cada talento debería captar nuestro interés. Todo hombre debería desarrollarse simétricamente. Debería ser capaz de distinguir las cuestiones espirituales y las necesidades de su alma de acuerdo al rango de visión, a la fortaleza de sus poderes y profundidad de discernimiento. Que este conocimiento se encuentre sólo en torno a nuestros hombres simples y temerosos de Dios y no en las clases más altas, es una seria y deplorable señal de nuestros tiempos.  

El conocimiento que tiene poder en la esfera espiritual, y es capaz de sanar, no se expende en las variadas formas de la crítica bíblica, interesándose solamente en razonamientos filosóficos, logrando que las almas hambrientas sean alimentadas con piedras en vez de con pan; sino que busca, sistemáticamente, la Palabra y obra de Dios en el alma del hombre, y comprueba que el hombre ha estudiado las cosas que debe ministrar a la iglesia.

Consecuentemente, nuestros líderes espirituales, quienes han reemplazado este conocimiento espiritual por la crítica y apologética en las universidades y en las clases de catequesis, tienen mucho por lo cual responder. Durante los últimos treinta años, este conocimiento se ha abandonado en estas instituciones. Y como se perdió tal conocimiento, la predicación se tornó monótona y gran parte de la iglesia se perdió. Se mantenía siempre un ojo y un oído abiertos a la obra objetiva del Hijo, pero la obra del Espíritu Santo fue abandonada y despreciada. Consecuentemente, la vida espiritual se ha hundido a tal grado que, mientras un tercio de la plenitud de la gracia que es en Cristo Jesús se conoce y honra, el hombre afirma que está predicando a Cristo y a este crucificado.

Por tanto, la discusión de la obra del Espíritu Santo sobre el individuo demanda que dejemos de lado las sendas de la superficialidad y de las generalidades y avancemos hacia el análisis más cuidadoso, aún existiendo el riesgo de ser tildados de «buzos escolásticos.» Las operaciones del Espíritu Santo sobre diversas partes de nuestra condición deben ser distinguidas y tratadas de forma separada; no sólo en los escogidos, sino también en los no escogidos, ya que no son las mismas. Es cierto que las Escrituras enseñan que Dios hace brillar el sol sobre buenos y malos, y que Su lluvia cae sobre justos y pecadores para que en la naturaleza toda buena dádiva que viene del Padre sea conocida por todos; pero en el Reino de la gracia no es así. El Sol de justicia muchas veces brilla sobre uno, dejando a otro en oscuridad; y las gotas de la gracia riegan el alma de uno mientras otros permanecen absolutamente privados de ella. Cristo también fue puesto como tropiezo para muchos en Israel; y aun esto es causado por el testimonio del Espíritu Santo. No sólo el sabor de la vida, sino también el sabor de la muerte alcanza al alma por medio del Espíritu Santo; tal como el apóstol declaró respecto a aquellos que, habiendo recibido el don del Espíritu Santo, se perdieron. Es debido atender cuidadosamente a Su actividad en ellos, y la condición de ellos cuando comienza Su obra de salvación o endurecimiento.

Claramente, este no es el lugar para discutir exhaustivamente la condición del hombre caído. Esto requiere una investigación especial. Muchas cosas que en otra sección requerirán mayor detalle, aquí se tocarán brevemente. Pero servirá para nuestro propósito si logramos entregar al lector una visión lo suficientemente clara de la condición del pecador para que nos pueda comprender cuando discutamos sobre la obra del Espíritu Santo en el pecador.

Por pecador entendemos al hombre tal cual es, vive y se mueve por naturaleza, sin los efectos de la gracia. En aquel estado está muerto en delitos y pecados; lejos de la vida de Dios; completamente depravado y sin fuerza; pecador, y por tanto culpable y bajo condenación. No sólo muerto, sino también tendido en medio de la muerte, hundiéndose, cada vez más profundo en los abismos de la muerte, la cual se ensancha por debajo de él si no examina su caminar hasta que la muerte eterna sea revelada.

Este es el pensamiento fundamental, la idea madre, el concepto principal de su estado. “Por un hombre entró el pecado al mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó la muerte a todos los hombres.” (Rom. 5:12) Y “la paga del pecado es la muerte.” (Rom. 6:23) “El pecado, siendo consumado, da luz a la muerte.” (San. 1:15) Para ser trasladado a otro estado, uno debe pasar de la muerte a la vida.

Pero hay que analizar esta idea general de la muerte en sus diversas relaciones. Con este fin, es necesario determinar qué solía ser el hombre, y qué llegó a ser después de esta muerte espiritual.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper 

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