En BOLETÍN SEMANAL
​Él objeto de todo lo que hemos venido diciendo es reprender a los que presentan oraciones y piden con fervor, pero no observan lo que ocurre una vez lo han hecho. Hacen lo mismo que harían si no hubieran orado. Perseveran y suplican por muchas cosas, pero no observan las respuestas, ni echan de ver los resultados y ganancias de las oraciones. Y, después de orar, se sientan, desalentados, sin pensar seriamente qué ocurrirá con sus peticiones; las dejan como si hubieran sido palabras desperdiciadas "como quien hiere el aire", como pan echado sobre las aguas, del que creen que se hunde o es llevado lejos y no lo hallarán. Si vosotros hacéis así, menospreciáis la ordenanza de Dios, y erráis, no conociendo el poder de las oraciones; y despreciáis al Señor. Diréis como dijeron a los profetas: "¿Cómo le menospreciamos?" (Mal. 1)

Aplicación de lo que hemos considerado, con una reprensión para los que oran pero no observan la respuesta a sus oraciones. Causas de tal negligencia.

 Si hacéis una pregunta a alguien, y una vez hecha volvéis la espalda, como Pilato, que preguntó despreciativamente a Cristo «¿Qué es la verdad?» (Juan 18:38) pero no se detuvo a esperar respuesta, ¿no supone un menosprecio? De la misma manera que no responder cuando se os hace una pregunta es desprecio, así también no tener en cuenta la respuesta que se os da, cuando habéis pedido fervorosamente, no lo es menor. Si habéis escrito una carta a un íntimo amigo hablándole de asuntos importantes, pidiéndole que os responda urgentemente, y cuando él procura a su debido tiempo contestarla, hacéis como si no esperaseis saber nada más de él, ¿no es una ofensa? O si escribe y no os dignáis a leer su respuesta, ¿no es despreciarle? Así ocurre en el presente caso, o sea, cuando habéis pedido a Dios fervorosamente ciertas súplicas, y no atendéis a la contestación. Debido a que ciertamente esto es una falta que todos tenemos, procuraré descubriros las causas y desalientos que, aunque no os impidan orar, sí os privan de esta ardiente expectación y verdadera atención en oír las respuestas a vuestras oraciones. Mi objeto no es tanto mostraros las razones de que Dios os niegue muchas cosas de las que le pedís, sino mostraros el motivo del desaliento de vuestros corazones después de haber orado, como sí vuestras súplicas no hubieran de ser contestadas, aunque sabéis que Dios las responde. Estas sendas de desaliento son en parte tentaciones, en parte impedimentos pecaminosos, en los cuales nosotros tenemos mucha culpa.

1 . Debido a que vuestra certeza de que sois aceptos es débil, vuestra confianza en que vuestras oraciones han sido oídas es débil también. Dios acepta primeramente nuestra persona, y luego nuestras oraciones. De modo que la certidumbre de esa aceptación es la que sostiene también nuestros corazones en la confianza de que nuestras peticiones serán concedidas. Esto podéis hallarlo en 1 Juan 5:13-15; en el v. 13 dice: «Estas cosas he escrito a vosotros para que sepáis que tenéis vida eterna»; y ésta certeza origina consecuentemente lo que dicen los vs. 14 y 15: «Y ésta es la confianza que tenemos en Él, que si demandáremos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye», …. «Y si sabemos que Él nos oye, sabemos que tenemos las peticiones que le hubiéremos demandado». Obsérvese cómo enlazan las tres cosas a modo de efectos y consecuencias unas de otras.

(a) «Estas cosas he escrito a vosotros, para que tengáis la certidumbre de que la vida y Él cielo son vuestros, y como vienen a decir los vs. 12 y 13. Y luego,

 (b) ésta es la confianza que en consecuencia vendrá a vuestros corazones: «que Dios os oye», es decir, que sus oídos están abiertos para vosotros, y su corazón ensanchado para oír vuestras súplicas. Y luego,

(c) si tenéis la certeza de que Dios os oye, ésta producirá la seguridad de que os va a conceder cualquier cosa que pidáis. Más aun, el texto afirma que éste es uno de los principales efectos inmediatos de la seguridad de la justificación, por lo cual dice: «Esta es la confianza que tenemos en Él», o sea, éste es el efecto de tal certeza. Si preguntarais: ¿Qué provecho recibiremos teniendo esta certeza? Helo aquí, y por cierto uno de los más grandes e importantes privilegios del cristiano: La seguridad de que Dios nos oye; y no solamente esto, sino que nos concede todo lo que pedimos en oración, si oramos de acuerdo a Su Voluntad.

Cuando un hombre tiene la certeza de que Dios le ha dado a su Hijo, fácilmente será llevado a creer y esperar que, …»¿Cómo no le dará juntamente con Él todas las cosas?» (Romanos 8:32). Cuando el creyente puede mirar a Dios como Padre, fácilmente concebirá lo que Cristo dice: «Si los padres, siendo malos, dan buenas cosas a sus hijos, ¿cuánto más vuestro Padre dará su Espíritu y todas las cosas buenas a los que le piden?» Y si dio a su Hijo cuando no lo pedíamos en oración, ¿cuánto más nos dará todas las cosas que pidamos? Si acudimos a pedir algo a una persona, de quien no sabemos si nos ama o no, poca esperanza tendremos de que la petición nos sea concedida, aun insistiendo mucho; pero si tenemos la seguridad de haber hallado favor cerca de ella conforme al grado de este favor que creemos disfrutar, tendremos la certeza y confianza de obtener lo pedido.

Por Thomas Goodwin

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