El cristiano se considera a sí mismo ‘no como viviendo sin ley, sino como viviendo bajo la ley de Cristo’, ‘en el temor de Cristo’, en términos de esta relación personal con su Señor y Salvador. Por eso el apóstol sigue repitiendo esto a fin de grabarlo en nuestro corazón; y por supuesto es necesario que lo repita por esta razón, que sólo en la medida en que somos gobernados por este motivo seremos capaces de hacer todo esto. Una persona que está llena del Espíritu es una persona que siempre recuerda al Señor Jesucristo. El Espíritu señala hacia Él, el Espíritu le glorifica a Él, el Espíritu siempre le conduce hacia Él. Por eso la persona llena del Espíritu Santo estará mirando siempre hacia Él. Este es el gran motivo que gobierna su vida: ‘en el temor de Cristo’. Teniendo esto como centro de todos sus pensamientos, el cristiano está capacitado para hacer las distintas cosas mencionadas.
Para resumirlo, lo digo de la siguiente manera. La diferencia entre el cristiano y la persona no cristiana es ésta: el cristiano siempre sabe por qué hace lo que hace, siempre sabe qué es lo que está haciendo. Como ya se nos ha recordado, el cristiano ‘no es insensato sino entendido de cual sea la voluntad del Señor’. Eso se encuentra en el versículo 17, y en ello consiste la diferencia. La otra persona no sabe por qué hace las cosas, solo se conforma a ciertos patrones, imita a otros, observa lo que ellos hacen y entonces hace lo mismo. Ignora el por qué, no tiene una verdadera filosofía de la vida, se limita a hacerlo, vive adaptándose a lo que hacen los demás. Pero el cristiano, en cambio, piensa y razona; tiene entendimiento y sabe exactamente lo que está haciendo; y su motivo siempre es éste, ‘en el temor de Cristo’.
¿Cuál es el resultado de todo esto? ¿Cuáles son las razones y motivos particulares del cristiano? Obviamente, el primero es este: el cristiano se somete a otros y hace estas otras cosas porque es algo que ha sido enseñado claramente por el mismo Señor Jesucristo. Sería fácil citar muchos pasajes de los Evangelios que aclaran esto. Hay uno en el capítulo 20 del Evangelio de Mateo que ilustra e ilumina todo este tema. Miremos la declaración comenzando en el versículo 20:
«Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo. El le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda. Entonces Jesús respondiendo dijo: no sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el vaso que yo he de beber?»
Luego el relato de Mateo sigue diciendo:
«Cuando los diez oyeron esto, se enojaron contra los dos hermanos».
Pero, ¿por qué? Porque ellos mismos querían estar en esa posición superior. Estaban indignados con esos dos hermanos porque ellos se presentaron primero. Todos nosotros tenemos un concepto muy claro de las deficiencias en los otros; de modo entonces que los diez se llenaron de indignación. «Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos».
Allí el Señor les dio una enseñanza explícita sobre este mismo asunto. Para el cristiano no hay motivo de dudas o vacilaciones; éste es uno de los mandamientos y de las enseñanzas más claras jamás impartidas por nuestro Señor.
Luego está allí aquella otra extraordinaria ilustración del mismo tema en Juan 13:12. Aquí nuestro Señor está en la víspera de su muerte. Se nos dice que «como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin». Y luego tuvo lugar este notable acontecimiento: «Así que después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les di¬jo…» ¿Recordáis los acontecimientos que precedieron a esto? «Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido».
Los discípulos no supieron entender esto y Pedro se opuso de tal manera que el Señor tuvo que amonestarlo y enseñarle. «Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho?» ¿Entendéis lo que he estado haciendo? ¿Lográis ver su significado? ¿Lográis ver el sentido de esto? «Vosotros me llamáis, Maestro y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: el siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que lo envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis».
Jamás hubo una enseñanza más clara que ésta. No hay necesidad de discutirla, no hay motivos para tener dificultades o dudas o imprecisiones con respecto a esta enseñanza. Nuestro Señor, mediante aquel acto del lavamiento de los pies de los discípulos lo puso ante nosotros de una vez y para siempre. … Ese es el motivo por el cual nos sometemos los unos a los otros: porque Él nos ha enseñado a hacerlo así.
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Extracto del libro: “Vida nueva en el Espíritu”, de Martin Lloyd-Jones